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Bartoli-Lab: cómo es el proyecto (muy) cítrico que une a Vicent Todolí, Ferran Adrià y al arquitecto Carlos Salazar

Cítricos, cocina, investigación y arquitectura en plena naturaleza valenciana. En torno aun cultivo de 400 variedades de cítricos se prepara el proyecto rural de 2019

11/11/2017 - 

VALÈNCIA. El comisario y gestor artístico Vicent Todolí (IVAM, Museu Serralves, Tate Modern, Pirelli Hangar Bicocca, Bombas Gens…) acumula unos cuantos años llevando las riendas de otro reto, natural, silencioso, y que como algunos de los centros que ha dirigido emana ambición, un punto de locura, ese latido visceral que caracteriza al icono contemporáneo que no quiere serlo. Alrededor de Palmera, la Safor y la Vall de Gallinera, donde ha levantado su Ítaca privada, el lugar donde apartarse del ruido (“las ciudades son trabajo”, dijo), Todolí ha ido erigiendo un huerto capital para los cítricos, con más de 400 variedades distintas, su propia colección, una gran ventana sobre la que acercarse a un universo que más allá de los naranjos y los limoneros. Previamente originó Tot Oli, un aceite preciado, a partir de los 400 olivos cultivados en la Vall de Gallinera.

El proyecto vital de Todolí, amarrado a su necesidad de contacto e inspiración con la naturaleza, a la pasión botánica, está encarando una nueva fase. El cultivo de cítricos evolucionado en Todolí Citrus Fundació, en Palmera, contará con una síntesis: Bartoli-Lab, una alineación de nombres y dimensiones que promete revolotear en la actualidad de 2019. Paisaje, ecología, gastronomía y arte en torno a los 400 tipos de cítricos, con un pabellón diseñado por el arquitecto valenciano Carlos Salazar en el que Ferran Adrià y su equipo investigará y cocinará, y en la que un surtido de artistas internacionales intervendrá aportando su mirada.

¿Qué es lo que conecta la botánica con la arquitectura, la arquitectura con la gastronomía, una cosa con la otra y viceversa? Es la ecuación que Todolí, Adrià y Salazar plantean resolver. “El proyecto global es más complejo que la construcción del pabellón o la plantación y conservación del magnífico huerto, yo diría que es una cuestión cercana al paisajismo, conceptualmente muy interesante y loable”, adelanta Salazar, cuyo estudio radicado en Valencia está especializado en diseño, construcción, paisajismo y montajes efímeros. “Tanto Todolí como yo apreciamos las zonas verdes, los huertos, especialmente porque hemos crecido cerca de ellos, supongo que eso te hace tener una perspectiva o sensibilidad particular”, afirma.

En el interior del pabellón, cuyo estreno está previsto en torno al 2019 y cuyas cualidades se resguardan con cautela, Todolí y Salazar conversaban sobre el edificio y los cítricos con los que se va a experimentar. En un momento eureka surgió el nombre, Bartoli-Lab, acopio de los valores de la ubicación de la zona agrícola y la investigación que impulsará.

En esta fase previa la impregnación con la naturaleza alcanzó momentos de esplendor, como cuando se planteó de qué color debían revestirse las paredes externas del pabellón. “Habíamos sopesado pintarlo de blanco pero él, que es mi cliente, no lo veía claro, por lo tanto dimos vueltas una y otra vez hasta que mezclando pigmentos surgió el tono perfecto entre marrón y verde que casaba con la parte interior de la cubierta en madera”, confiesa el arquitecto. Y entonces, ocurrió. “Como una feliz serendipia de repente el pintor se apartó y pudimos comprobar el reflejo de la luz del sol sobre el que va a ser el tono definitivo, todos nos miramos y sonreímos. ¡Es un camuflaje!, exclamó Todolí satisfecho”. El edificio queda integrado en el huerto, siguiendo el hilo argumental sobre el que se ha construído el reto.

A Todolí le nació la inquietud queriendo preservar el entorno medioambiental que ha elegido por hogar, un inquebrantable deseo porque cítricos de valor histórico no coqueteen con la extinción y posteriormente -es cuando Ferran Adrià se introduce- la voluntad de que la gastronomía viva todas las posibilidades que ofrece su cultivo.

De paso la reivindicación del poder rural como un entorno propicio para salvaguardar el legado agrícola y procurarle una nueva evolución, un nuevo signo.

Los actores implicados coinciden en una máxima: “tenemos una visión similar en torno a la creatividad y a generar espacios de un modo poco convencional”, sigue Carlos Salazar. Y esa conexión entre contenidos en principio poco conectados es lo que requiere un continente infrecuente.

Indiciariamente el vínculo es tan universal como los ciclos de la naturaleza. “La relación entre arquitectura y arte se comprende mejor a lo largo de la historia. En la actualidad la gastronomía supone un nuevo horizonte que interviene esa relación, se entiende como una experiencia, no sólo como algo funcional o alimenticio. Eso tiene que ver con los sentidos, la experiencia gastronómica viene reforzada por el lugar en que sucede o al menos así lo concibo yo”, explica Salazar. “Conversando con Adrià me di cuenta de la necesidad de implicarme también en el interior del edificio, en el diseño de la cocina que es a la vez laboratorio y comedor. Llegamos a la conclusión de que ha de haber un relato tras todo lo que ocurra, una coherencia”. Será la propia observación de la naturaleza quien marque esa historia a varias bandas. “El paso del tiempo, las estaciones y lo que pasa con los cítricos en cada época del año (flor, hojas, fruto…)”.

Cítricos, cocina, investigación y arquitectura en plena naturaleza valenciana. Un motivo más para desear que llegue ya 2019.


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