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la incógnita sobre la herencia del fotógrafo

Canito, un legado revelado

La muerte del decano de los fotógrafos taurinos españoles deja en el aire los originales de su trabajo, millones de negativos que constituyen, según los historiadores, un testimonio único de la España franquista

| 02/04/2017 | 9 min, 30 seg

VALENCIA.- No tenía que estar allí. Francisco Cano(Alicante, 1912- Llíria, 2016), Canito, se encontraba el 28 de agosto de 1947en Linares, a punto de ver la corrida de esa tarde en la que participaban Manolete, Gitanillo de Triana II (1915–1969) y Luis Miguel Dominguín (1926–1996). Canito era seguidor del torero cordobés pero había sido contratado por su gran rival, Dominguín. El diestro madrileño le debía un dinero a Cano. Se encontraron en Madrid y éste le explicó que tenía una pequeña gira por Andalucía.

—«Si quieres cobrar me acompañas», le dijo.

Canoa ccedió y por ese motivo se hallaba en el burladero aquella tarde en la que el miura Islero corneó a Manolete, una herida que devino mortal. Conmocionado, Cano captó las imágenes del suceso. La muerte del diestro, con treinta años recién cumplidos, sacudió a la España franquista. El país, sumido en la autarquía y bajo la bota de hierro del dictador en su etapa más sanguinaria y cruel, había encontrado en los toros una vía de escape. Los diestros eran estrellas comparables a los futbolistas de hoy. Como hacen éstos, cuando ya tenían cierta fama les encantaba retratarse delante de sus coches de lujo,signo de estatus adquirido y por ende de reputación. El archivo fotográfico de Cano atesora centenares de ejemplos, es el Instagram de aquellos años.

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Hambriento y desheredado, el cordobés tomó la alternativa el 2 de julio de 1939 en La Maestranza de Sevilla, apenas tres meses después de acabar la Guerra Civil, y su ascenso social se equiparó metafóricamente con el de un país que se encontraba aplastado por el guante de hierro fascista. Islero no corneaba a un torero; Islero estaba matando a un mito, el único que le quedaba a los menesterosos. Cano, Canito, fue el notario y testigo de la gran tragedia; y no sólo eso, fue el único. El fotógrafo oficial de la plaza de Linares, al enterarse de que iba el alicantino, decidió tomarse el día libre e ir a la grada con su pareja a ver el espectáculo; eligió un mal día para el asueto.

Aquel reportaje supuso la consagración de Canito. Tal y como explica el crítico taurino Eduardo Osca, amigo personal de Cano, éste ya era una personalidad de cierta relevancia. Contratado por toreros para acompañarle en sus giras, Canito unía a su habilidad como fotógrafo su comprensión de la tauromaquia: en su juventud fue torero, novillero; y de hecho durante la Guerra Civil llegó a torear para el Partido Comunista, si bien él siempre se reconoció como una persona de derechas. Ese conocimiento de los toros le hacía saber, segundos antes que los demás, cuándo y dónde debía fotografiar, por lo que podía captar la imagen exacta en el momento preciso; una ventaja que era doble en una época en la que cada fotografía obligaba a mover el carrete de manera trabajosa.

Su arribada al mundo de la fotografía fue también casual, puro capricho del destino. Durante la Guerra Civil, Cano, para evitar ir al frente se escondió en Madrid en casa de un amigo químico, Gonzalo Guerra. Una vez acabada la contienda, Guerra, aficionado a la fotografía, volvió a ir a la plaza de Toros y Cano le acompañaba. Los resultados de los primeros reportajes no les satisfacían. Al no existir un equivalente al zoom, Guerra y Cano se veían obligados a fotografiar sobre todo al tendido, para después vender las imágenes. La imaginación e improvisación de Cano le hicieron inventar una especie de zoom con un bote de mortadela, marcando las distancias de manera artesanal, lo que le permitió realizar a partir de entonces imágenes más espectaculares de las corridas.

El primer contrato profesional importante le llegó de la mano del torero El Sol del Perú, Alejandro Montani (1922-2004), relata la escritora Concha Baeza. Ella junto a su marido el fotógrafo Josep Vicent Rodríguez impulsaron la exposición Cano. Figura entre maestros, que se celebró en 2005 y que supuso un punto y aparte en la reivindicación de Canito. «Le había hecho una fotografía muy bonita; el Sol del Perú se gustó en ella y le encargó unas cuantas docenas. Fue entonces cuando decidió que ése sería su trabajo», explica Baeza.

Corrían los años 40, los del hambre y la miseria, y Canito, Cano, Paco, había encontrado su medio de vida honrado, decente y digno. Comenzó a ir de feria en feria sin prácticamente descanso, siguiendo el calendario taurino por toda la península. Como recuerda Baeza, «en los años 40, 50, 60 y 70 los toros formaban parte de la esencia de este país». Que se lo digan sino a Hemingway, Ava Gardner, Orson Welles, Gary Cooper y otras estrellas, habituales de la España del momento, devotos de la tauromaquia y a los que Cano retrató en el tendido. 

Toros, toreros, famosos, la obra de Canito no son sólo estas imágenes taurinas, sino también las humanas, pura etnología. «El toreo era el único medio de ascenso social de muchos; los toros están en el centro y en torno a ellos se halla la España real, con esa mezcla de personajes», explica Baeza; «Canito veía lo que sucedía en el campo, en la calle, está en las fiestas de alta sociedad pero también en el viaje de plaza en plaza, y lo retrataba todo, desde los famosos a las chicas de servicio en las fiestas». 

Una idea con la que coincide Osca. «Ha sido el fotógrafo taurino por excelencia, pero la verdad es que en el tema social de la época era también el más avanzado». Algo a lo que unía una característica esencial: su discreción. Canito veía, oía y callaba. Nadie nunca pudo saber las intimidades que él conoció. «Calló siempre y aunque me consta que tuvo ofertas millonarias de programas de televisión hasta bien poco antes de su muerte, jamás reveló los secretos que conoció en vida». Se fueron con él a la tumba. 

Amigo personal de Ava Gardner, a la que admiraba más allá de su belleza, sus ojos fueron testigo de las francachelas de Hemingway o la lujuria de vivir de un Welles que se desenvolvía con naturalidad ante su cámara comiendo paella con cuchara o bebiendo gin-tonics. Ninguno de ellos temía que Cano les fotografiara porque sabían que esas imágenes no se iban a ver en vida; posiblemente incluso lo agradecieran, sabedores de que serían la memoria de aquellos años.

Con el paso del tiempo, la fama de Canito como persona profesional y discreta fue en aumento bajo la égida de Luis Miguel Dominguín, con quien mantenía una hermosa amistad llena de verdad (Cano, por ejemplo, jamás le ocultó su predilección por Manolete, a quien consideraba el mejor torero). Ese prestigio le permitió llegar a todos los centros del poder; y todos son todos. Tuvo acceso incluso a las monterías organizadas por Franco, donde pudo retratar al dictador en su intimidad, imágenes que son inéditas y en las que se puede ver ufano al sátrapa, bromeando con el matador que le reía las gracias mientras su hermano Pepe Dominguín (1921-2003) ocultaba a comunistas. Osca muestra reproducciones de estas imágenes, en las que se percibe a Franco suelto, distendido, alegre, quizás olvidando que unas horas antes había firmado una sentencia de muerte. Sólo por eso, las imágenes de Canito tienen un alto valor histórico que las hace únicas. Lo que asombra es ser consciente de que estas instantáneas son menos que la punta del iceberg de la obra del alicantino.

La muerte de Cano a finales del pasado mes de julio supuso el adiós a una figura única de la fotografía en España. Fue despedido con honores taurinos: se abrió la Plaza de Toros de Valencia, su féretro dio la vuelta al ruedo y salió por la puerta grande. 

Una vez pasados los homenajes surge la duda: ¿Qué hacer con su legado? En su domicilio están almacenados los millares de reportajes que realizó a lo largo de su vida; sólo taurinos superan los 10.600. Una primera impresión haría lógico pensar que se debe encargar de él alguna institución vinculada con la tauromaquia. 

Con todo, al aproximarse a este archivo se descubre que su trabajo va mucho más allá de los pespuntes de la tauromaquia. La variedad de imágenes que alberga es increíble y van desde una cuadrilla en las carreteras españolas de los años cuarenta a Hemingway disparando con su escopeta a un cigarro que sostiene un aficionado anónimo, en una apuesta digna de Guillermo Tell. «Cuando se hicieron la foto estaban bebidos los dos», explica Osca. 

Famosos en los palcos taurinos, cenas de la jet set patria en las que la condesa de Romanones compartía mesa y mantel con toreros, los príncipes de Mónaco, Sophia Loren... Todo un mapamundi emocional de las últimas seis décadas no sólo de España (Canito estuvo activo hasta 2012, aproximadamente) se citan en esos miles y miles de metros de película. Un archivo mágico, un tesoro que incluye, por supuesto, los originales de la muerte de Manolete, los de la plaza, el paseíllo y después la enfermería, con la imagen del diestro amortajado.

Las únicas fotos que no se encuentran allí son las del día siguiente, las del funeral de Manolete, porque no existen. El motivo lo explica Osca. «Cano se quería quedar en Linares para irse después a Córdoba al entierro, pero Dominguín se negó en redondo y le dijo que debía ir con él a su siguiente corrida en Almería».

—«A ti te he contratado yo y te vienes a acabar conmigo la gira, si quieres que te pague»— le amenazó.

Fue el precio que tuvo que pagar por aquel privilegio que le dio Luis Miguel Dominguín cuando le hizo acompañarle a Linares. Un peaje asumible, quizás, a cambio de ser testigo privilegiado del primero de una cadena de muchos momentos históricos. Esas imágenes, junto a otros millones de fotografías, esperan ahora su nuevo destino, confiadas quizás en que el azar vuelva a darle un capotazo a Canito. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 25 de la revista Plaza (octubre 2016)

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