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HISTORIAS DE CINE

‘Cigüeñas’ contra el heteropatriarcado

¿Es Nicholas Stoller la gran promesa de la comedia americana? El estreno de ‘Cigüeñas’ pone en valor al director nacido en Londres, socio de Judd Apatow 

30/09/2016 - 

VALENCIA. Sorprende. Es de hecho el camino inverso al que suele ser habitual pero Nicholas Stoller (Londres, 1976) parece ser capaz de amoldarse a cualquier terreno. Su versatilidad es llamativa, habida cuenta que como cineasta no había evidenciado un talento simpar. Ironía, causticidad o sorna sí… pero no una sensibilidad apta para todos los públicos. Ya sea por la experiencia adquirida, la mayor disposición de medios o simplemente la madurez, el caso es que este creador que dice que la comedia romántica es su género favorito y después perpetra zafiedades del estilo de la libérrima Todo sobre mi desmadre (2010), es el artífice principal de la no menos singular Cigüeñas (2016), que llega este viernes a nuestras pantallas.

Socio y colaborador de la nueva vaca sagrada del cine americano Judd Apatow, bajo cuya égida debutó con la previsible pero divertida Paso de ti (2008), guionista de películas como Di que sí (2008, Peyton Reed), Stoller hasta ahora colgaba con un sambenito que era el de ser un director divertido, que no bueno; taquillero, con más de 620 millones de dólares recaudados con sus cinco películas anteriores, pero no deslumbrante. Algo que debe revisarse a la vista de Cigüeñas, porque, si algo tiene la nueva entrega de la división de animación de Warner es  ese no-sé-qué que diferencia a los buenos cineastas de los mediocres. 

Obviamente parte del mérito hay que atribuírselo a su compañero de aventura, el codirector Doug Sweetland. Curtido en las entrañas de Pixar, Sweetland ha sido animador en películas como Toy Story (John Lasseter, 1995), Buscando a Nemo (2003, Andrew Stanton), Los increíbles (Brad Bird, 2004) o Cars (J. Lasseter, 2006). Buen currículum, sin duda. Sweetland tuvo su momento cenital cuando estrenó el cortometraje Presto (2008), por el cual estuvo nominado al Oscar. Ahora, al codirigir Cigüeñas, da un paso adelante y evidencia todo su talento artesanal, mágico, en la línea de lo mejor de su casa madre, Pixar. Su profesionalidad ha sido fundamental para dar forma a esta fantasía manada directamente de la cabeza de Stoller, padre de la idea, del guión y codirector.

Ya sea por la benigna influencia de Sweetland o por su capacidad para ajustarse a las necesidades del mundo de la animación, Stoller, hasta ahora poco menos que un estudiante de Harvard al servicio de la comedia chusca, se reivindica con Cigüeñas, una producción divertida en la que vuelve a evidenciar algunos de sus puntos débiles (previsible, en ocasiones obvio) pero en la que refulgen con especial intensidad su ternura, nada impostada, y su comicidad. Porque si algo tiene Cigüeñas es que es una comedia a ratos muy divertida. Con sus fallos, sí, con cierta torpeza en algunos momentos, pero ocurrente; por qué no decirlo, como lo eran las películas de Pixar antes, ahora que la factoría de Lasseter se limita a repetirse como el ajoaceite.

El proyecto de Cigüeñas fue anunciado por primera vez en enero de 2013 y durante el tiempo de desarrollo de la producción, las obras de animación llevan varios años de trabajo, Stoller ha tenido tiempo para dirigir paralelamente las dos entregas de Malditos vecinos. Cigüeñas debió gustar mucho en Warner Bros, porque si bien estaba previsto que se estrenara el 10 de febrero de 2017, su llegada a los cines se ha adelantado y ha ocupado la semana en la que se planeaba estrenar Ninjagouna de las secuelas de La Lego Película que se ha retrasado un año.

No a todo el mundo le ha parecido tan bien y, como hay personajes para los que cualquier excusa es buena para enfadarse, la inclusión de una breve secuencia al final en la que se ve a parejas homosexuales recibiendo bebés ha provocado las críticas de los sectores más conservadores de EE.UU. y América Latina, incómodos porque una película de animación no ha sublimado el heteropatriarcado. Unas críticas que se han disuelto como el azucarillo y que han permitido a algunos de los participantes en la producción, como el actor mexicano Luis Gerardo Mendez, sacar pecho en defensa del mensaje de amor de Cigüeñas. A esos niveles hemos llegado en los que hasta una película mainstream para todos los públicos causa controversias. 


Al margen de esta cuestión marginal que no revela nada sobre la calidad intrínseca del film, Cigüeñas tiene valores suficientes como para ser analizada por lo que es: un producto de nuestro tiempo. En su seno se pueden hallar reflexiones sobre el sentido de la familia que son puro espíritu de nuestro tiempoAlgo que demuestra de entrada por su coincidencia en la cartelera con una película como Captain Fantastic que también indagaba sobre las relaciones familiares, y de salida estrenos que se avecinan como el de Pastoral americana, el debut tras las cámaras de Ewan McGregor a partir de un libro de Philip Roth que es toda una reflexión sobre la paternidad llevada al límite más angustioso.

Cigüeñas no pretende alcanzar las honduras de los dos films antes mencionados. Sólo aspira a divertir y entretener a todo el mundo, lo cual ya es de por sí un reto de altura. Aún así, en su superficialidad es un largometraje con ideas sugerentes, honestas, atinadas reflexiones de un padre moderno (Stoller lo es) ante esa aventura interminable, agotadora y única que es la crianza, que obliga a las personas a luchar contra sus demonios. Todo ello esparcido a lo largo del metraje, sin abundancia, sin redundancias, dando pie a un producto con sus puntos fuertes, muchos más que los débiles. 


Tomando como punto de partida el mito divulgado por Hans Cristian Andersen en su cuento ‘Las cigüeñas’, la película recupera a estos animales como mensajeros de vida. Pero, signo de los tiempos, ya no se dedican a su tarea original, la que es su destino, sino a servir de mensajeros a secas para una gran empresa. El nacimiento por error de un niño obligará a la única humana que vive allí y a la mejor cigüeña, Junior, a recuperar la función original de las aves y llevárselo a la familia que ha solicitado el bebé, o en concreto al niño que redactó la carta. La humana Tulip, por sentido del deber; Junior, porque si no lo hace antes del lunes no logrará su ascenso a jefe.

A partir de entonces se desarrolla una historia absurda a más no poder, y quizá por eso más sugerente, un caos a un ritmo frenético que funciona a dos bandas: Por un lado, la peripecia de Junior y Tuplip; por el otro, la de la familia con hijo único que espera la llegada del bebé. Secuencias como la del aburrimiento de Tulip en la oficina y su trastorno múltiple de personalidad, conviven con otras como la de la soledad del hijo único, o la primera delirante con los lobos. Por separado todas semejan inconexas pero juntas funcionan. Una dirección muy colorista y convencional que se amolda a la historia, y una selección musical que incluye temas como ‘And she was’ de Talking Heads, hacen que la propuesta sea refrescante. Por si fuera poco, ironías con la iconografía contemporánea con alusiones a El señor de los anillos, El silencio de los corderos (¡!) o Baraka (¡¡!!), junto con bromas sobre la relación de padres e hijos (“sólo serás mi héroe dos años más”, le dice el niño al padre para chantajearle) dan al conjunto un tono informal que se agradece. Como nadie espera la piedra filosofal, y menos a estas alturas, la sorpresa es cuanto menos grata. Y si a uno le pilla en una tarde tontorrona, le regala unas sonrisas, que siempre se agradece, e insufla algo de optimismo, que empieza a ser un bien preciado. No es que sea buena; es que no es una secuela.

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