GASTRONOMÍAS DE BARRIO

Comer en el barrio del Botánico

El Botánico es un barrio, pero también un símbolo. El del movimiento vecinal que hace 22 años se creó para proteger un solar y salvar un jardín. Ese aroma cívico y reivindicativo sigue presente en algunos de los bares, restaurantes y locales de la zona. Las batallas, aunque sean pacíficas, también dan hambre 


| 30/06/2017 | 8 min, 31 seg

Algo desprende este barrio que enamora. Mucho tiene que ver la presencia poderosa y delicada a la vez de ese Jardín Botánico, que sirve de oasis a turistas y de refugio para enamorados. Pocos valencianos nos acordamos de que detrás de los muros de la calle Quart se erige un vergel que ha sido testigo de la historia de la ciudad desde hace más de cinco siglos. Por eso nuestro recorrido gastronómico por el barrio debe empezar, o terminar, con un paseo por estos jardines.  Cruzar la puerta de acceso al Botánico es como entrar en Fantasía o en Narnia. Hay que recorrerlo para hacer hambre y caminar entre los ficus y los cactus, detenerse ante el bambú gigante, llegar a la zona de hortícolas y descubrir los tomates, los pimientos y las berenjenas que estos días cuelgan de las matas. También se puede ir a hacer la digestión tras comer en Dukala o en el bar de Rojas Clemente. Tumbarse en un banco, mirar hacia arriba y recordar cómo suena el silencio. A eso debe parecerse la felicidad.

Ese paseo será el preludio o la guinda, pero antes (o después), tendremos que ir obligatoriamente a Dukala, sin ninguna duda, el mejor restaurante marroquí de la ciudad. Tanto es así que no pude evitar incluirlo en este artículo en el que descubrimos los lugares para comer en la zona de El Carmen, aunque oficialmente no forme parte del barrio. Pero es que a Dukala le pasa como al Jardín Botánico, que en cuanto te adentras en él, te embarga una sensación bestial de armonía. A ello contribuye su excepcional cocina, desde el hummus del principio hasta el té con menta con el que debe concluir toda comida o cena en Dukala. Lo mejor, dejar que las especias y los sabores del norte de África activen el recuerdo de los bazares de Marrakech y los olores de la plaza Jemaa el-Fna. Nunca me canso de su zaaluk, sus tajines y su couscous


Cruzando la calle,  enfrente de Dukala, está Mimmo Cantina, un restaurante de cocina italiana de calidad bastante superior a la media de los italianos a los que estamos acostumbrados. Aquí los clásicos se mejoran, como la ensalada caprese, que en Mimmo Cantina se elabora con tres tipos de tomate marinados con albahaca coronados con pesto de tomates secos o el provolone que viene acompañado de verduritas estofadas. También se da una vuelta de tuerca a las pastas, como los ravioli de pasta fresca de pimentón dulce rellenos de costillas de cerdo a la barbacoa con salsa de puerro a la brasa, al risotto y hasta a las pizzas, que con una fermentación de 36 horas y masa madre se presenta con ingredientes poco habituales en el plato universal como el foie gras de pato o los dátiles. Venden focaccias y pan para llevar. Todo artesanal y riquísimo.



Si el jardín Botánico es el pulmón del barrio, su corazón está en la plaza de Rojas Clemente donde se ubica el pequeño mercado del mismo nombre. Los 19 puestos del mercado parecen haber tomado el relevo de esa plataforma cívica que fue Salvem el Botànic y desde hace tiempo luchan por reactivar la vida del barrio a través de las numerosas actividades que realizan: cuentacuentos, la creación de una zona infantil dentro del mercado, la campaña solidaria de recogida y venta de libros cuya recaudación irá destinada a proyectos de acción social de Médicos del Mundo o la intervención de arte urbano del próximo 8 de julio en la que se presentarán los diseños ganadores para pintar la fachada del mercado que estos días pueden votar comerciantes, clientes y vecinos.  El Mercado de Rojas Clemente es un buen ejemplo de cómo la gente con ganas de hacer cosas trabaja para involucrar a los ciudadanos y hacerles partícipes de esta parte esencial del barrio que late cada vez con  más fuerza. Una de ellas es Manuela, que hace año y medio abrió un puesto de comida griega del que ya hablamos aquí. También Gabi, la presidenta del mercado que se muestra ilusionada ante la peatonalización de la zona y ante el futuro que entre todos están construyendo.

Uno de los responsables de que este mercado no solo sea conocido entre los es el bar Rojas Clemente, ubicado en una de las esquinas exteriores, dando a la plaza, ocupada ahora por coches pero que el gobierno ha prometido que hará peatonal. Es una de las paradas imprescindibles en la ruta de esa costumbre tan valenciana (bendita costumbre) del esmorzaret. Un lugar de peregrinación en el que por 5 euros te tomas un bocadillo de los que es difícil olvidar, con su bebida, sus cacaos y sus aceitunas. Y un pan espectacular. Aunque son famosos sus almuerzos, la comida del mediodía no desmerece. Un menú compuesto por cinco primeros y cinco segundos a elegir, postre, bebida y café por 12 euros. Comida casera, elaborada con género que compra Enrique en su propio mercado y en el Central y ese ingrediente secreto que está detrás de todo lo bien hecho. Amor. Ese es el secreto de su éxito, me dice su propietario. 47 años al frente del bar en esta ubicación y antes 6 dentro. Empezó con 12 años, pero mantiene la misma ilusión que el primer día. Es insomne, así que se levanta cada día a las 4:30 para hacer pasteles. Pruebo el de bacalao y cebolla. Está de muerte. Sigo con unos sepionets en su punto de plancha y acabo a lo grande, con una torrija bañada en caramelo y helado que me mira concupiscente. La atención de Enrique y su equipo, cuatro mujeres, es una maravilla. “Habla de las mujeres. Son ellas las que nos lo enseñaron todo, nos enseñaron a comer, a cocinar, nos han cuidado…”, me pide Enrique. Ole. 

Mujeres como Kika, al frente de La Malaquita, en la calle Turia, desde hace una década. Un restaurante que hacía tiempo que no visitaba, pero del que guardaba un buen recuerdo de unas croquetas soberbias de cocido. Vuelvo. Mi memoria no me ha jugado una mala pasada y las croquetas siguen siendo una delicia. También su confit de pato. Es un sitio informal, con una buena calidad-precio, una carta variada y sin demasiadas pretensiones y donde puedes acabar tomándote una copa en las mesas de fuera.  Ahora en verano solo abren por las noches. 

Ahora en verano solo abren por las noches. Justo enfrente se encuentra Bocátame, un bar de bocatas por el que ha pasado todo estudiante durante su época universitaria. Era el sitio recurrente donde celebrar las cenas de clase o de los primeros trabajos. Una vez superada la etapa de bar cochino donde estaba incluida toda la cerveza y la sangría que pudieras beber, Bocátame era el siguiente paso, la prueba de que tu paladar y también tu sueldo iban avanzando. En la línea del Rus o de La Xirgu, este bar tiene una oferta muy amplia de bocadillos que se salen de lo habitual, como el de bacalao ahumado, paté de olivas negras y tomates secos o el de pollo, brie y ciruelas. Puedes elegir entre pan blanco, pan negro o pan para celiacos y tienen bastantes opciones para vegetarianos. Lo mejor, su terraza interior desde la que asoman los árboles del Botánico.


La experiencia gastronómica en el Botánico, si se va a comer con niños, se puede completar con una visita a la sala Petxina del Teatro La Estrella, un pequeño teatro infantil que también cuenta con una sala en El Cabanyal en el que muchos niños han visto como los tres cerditos o el patito feo cobraban vida sobre el escenario. La compañía La Estrella es una familia que lleva más de 30 años produciendo obras de teatro infantiles y todo lo que hacen respira autenticidad y amor por el teatro. Desde los decorados, el vestuario o las interpretaciones. Aquí no hay efectos especiales y sí mucho trabajo manual. Las representaciones son los sábados y domingos por la tarde. Hay que ir a La Estrella, por los niños, pero también por los adultos. Algo vuelve a conectar con tu infancia mientras ves sobre el escenario a los payasos Coscorrito y Cuchufleta.


Si el plan es sin niños y la comida es una cena, el sitio para acabar es el Café del Duende, uno de los pocos locales en Valencia (puede que el único) con una programación estable de actuaciones de flamenco en directo. Para muchos de nosotros, el primer contacto con esta música desgarradora fue en el Duende. La puerta de entrada para escuchar después a Camarón o a Lole y Manuel. Esa música y esa sensación no se olvidan. De jueves a domingo, un cuadro formado normalmente por toque, cante y baile se encarga de mostrar la grandeza y la profundidad de este arte.

El Botánico no termina aquí. Hay mucho más, está La Greta, La Fórcola, el horno de San José, Ana Eva, Pelegrí… pero quiero volver a pasear pronto por el Jardín Botánico, así que me los guardo. Habrá segunda parte. 

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