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Cómo entender Las Vegas a través del vestuario de la película 'Casino'

Las Vegas es excesiva, impactante, absurda, brillante, divertida, colorista, extravagante... justo como la moda que aparece en la película Casino (1995) de Martin Scorsese. Una ciudad donde todo es tan innecesario y superfluo que resulta imprescindible para que siga existiendo.
La singular magia de Las Vegas a través de un vestuario de película

5/07/2016 - 

Casino: Las Vegas, 1973

“Casino” (1995) es una película sobre dinero, sexo, juego, pasiones, violencia, poder, exceso... en definitiva, es una historia que contiene todos los elementos que hacen que Las Vegas sea Las Vegas y no exista un lugar parecido en todo el mundo. Dirigida por Martin Scorsese y estrenada en 1995, está ambientada en una de las épocas doradas de Las Vegas, la década de los 70s y cuenta con unos protagonistas incapaces de dejar a ningún espectador indiferente: Robert De Niro, Joe Pesci y Sharon Stone. 

Robert De Niro es Sam "Ace" Rothstein, un antiguo profesional de las apuestas reconvertido en el director de un importante casino de Las Vegas -el ficticio Casino Tangiers-, perteneciente a un grupo de poderososo mafiosos. Un tipo serio que conoce como nadie los entresijos del negocio y se encargará de gestionarlo hasta conseguir que sea una máquina perfecta de hacer dinero.  “Ace” parece tener absolutamente todo bajo control, tanto en el casino como en su vida privada. Sin embargo,  un día aparece ella, la prostituta de lujo más codiciada de Las Vegas, Ginger McKanne, interpretada por Sharon Stone que ganó un Globo de Oro y fue nominada en los Oscar por este papel. 

La irresistible Ginger es capaz de encontrar el talón de Aquiles de Rothstein, clavarle el tacón y desmontarle su vida como quien tira un castillo de naipes. Ginger se convertirá en la única apuesta que el experto jugador pierda en su vida, no es un spoiler lo vemos ya en la primera escena de la película. Por su parte, Joe Pesci interpreta de manera magistral a una mafioso, antiguo conocido de Rothstein, muy en su estilo en “Uno de los nuestros”. 

La película presenta una visión muy real de Las Vegas: la turística, siempre brillante y festiva y esa otra que no se ve, la oscura que transcurre en los privados de los casinos y resuelve algunos de sus “problemas” enterrándolos en el desierto que la rodea. “Lo que ocurre en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, ya sea como un recuerdo secreto o en un agujero bajo la arena, la frase siempre se cumple. 

Una flor de plástico y strass en mitad del desierto

Vi “Casino” muchos años antes de visitar Las Vegas, pero esta flor de plástico y strass que crece en mitad del desierto, me fascinaba desde hacía tiempo. Cuando pude comprobarlo en primera persona, me di cuenta que la película de Scorsese es un fiel reflejo de una ciudad que es más bien otro planeta, donde las luces de neón te hacen confundir la noche con el día y atraen todas las miradas hacia esa nada en mitad de la nada. La gente mira hipnotizada por primera vez los letreros resplandecientes pensando que lo mejor está por llegar y será justo allí, en Las Vegas, donde lo encuentren. 

Lo mismo pensó ingenuamente “Ace” Rothstein (De Niro) y Ginger (Sharon Stone)  cuando llegaron al Tangiers que era, en realidad, el hoy desaparecido Casino Riviera. En los casinos de Las Vegas uno ve como el giro de la ruleta cambia las vidas de los jugadores y, en cualquier momento, vuelven a la cruda realidad o a una peor si cabe, con la misma facilidad que aprietan un botón o bajan la palanca de una máquina. Sin embargo, nadie parece perder la ilusión mientras las apuestas siguen subiendo, el ruido de las fichas acelera los latidos y los croupiers reparten las cartas. En Las Vegas nadie teme a la oscuridad porque nunca apagarán las luces, en cambio, el día asusta más porque lleva consigo la realidad de la derrota. 

Paris, Venecia, New York, Atenas... en una misma avenida. Surtidores de agua que bailan al ritmo de la música, casarse con Elvis o convertirse en Marilyn por una noche. Las bodas se celebran a la misma velocidad que giran las figuras de las máquinas tragaperras. 24 horas para jurar amor eterno, 24 horas también para jurar amor eterno al dinero en los casinos. En ambos casos, se trata de apostar y jugársela a todo o nada, que es de lo que va esta ciudad. Quizás la singular magia de Las Vegas es que allí todo es posible porque nada en ella es real.

Cuando existía etiqueta para entrar a un casino

Cuando fui por primera vez a uno de los grandes casinos de Las Vegas esperaba encontrarme a  hombres trajeados y mujeres con vestidos de cóctel. Me imaginaba, en definitiva, cruzarme con  Rothstein y Ginger. En lugar de eso, me topé con hombres en chanclas y camiseta, mujeres con mallas o vestidos playeros. Ni siquiera vi un vestido corto y ceñido con pedrería al más puro estilo Vegas. En “Casino” ellos visten trajes a medida en colores propios de la época, camisas de seda con puños perfectos y pajaritas siempre anudadas de forma manual. Las gafas de sol que llevan son otro punto a comentar. A lo largo de la película, De Niro lleva 70 trajes diferentes todos ellos combinados con camisas y corbatas diferentes.

Ellas llevan sus mejores joyas y abrigos y no hay ninguna que no luzca otra cosa que no sea un vestido que combine con su sombra de ojos y los pendientes.  

Todo el vestuario de “Casino”, ideado por Rita Ryack y John Dumm, costó la friolera de un millón de dólares y los actores principales tuvieron la posibilidad de quedarse con las prendas que habían llevado durante el rodaje. Sharon Stone no lo dudó y se quedó con las espectaculares pieles con las que aparece en varias de las escenas. 

Entender Las Vegas a través del vestuario de Ginger McKenna

Ginger McKenna es el personaje que interpreta Sharon Stone, “la novia del capo” es la prostituta de lujo más codiciada y lista de Las Vegas y antes de conocer a Rothstein su vida era seducir a los mejores jugadores y conseguir que siguieran apostando y ganando lo suficiente para finalmente poder conseguir una sustanciosa parte para ella. El vestuario de Ginger es llamativo y explosivo pero sin caer en una vulgaridad que supere la que ya lleva implícita el “estilo Vegas”: mucho brillo, pedrería y colores llamativos. 

Un día, en un golpe de suerte, la mirada de Ginger se cruza con la de Rothstein y el flechazo es inmediato. La escena es maravillosa: Ginger se enfada con su tacaño acompañante y, enfundada en un vestido blanco con detalles en dorado completamente bordado, lanza por los aires todas las fichas que había ganado su cliente ante la incredulidad de Rothstein que la mira embelesado. El vestido que lleva Sharon Stone en esa escena, aunque cortísimo, pesa casi 18 kg. 

A partir de ese encuentro, desde que Ginger se casa -con chaqueta, minifalda y velo corto- con Rothstein, su vida cambia por completo y eso se nota en un estilo más sofisticado y ostentoso, ahora puede tener todo lo que desee. Por ejemplo, una maleta entera con joyas de Bulgari valoradas en más de dos millones de dólares que desparrama sobre la cama, un abrigo de chinchilla tan suave que dolería tocarlo, un visón más blanco que la nieve, una estola de zorro, conjuntos de Courrèges, botas altas de piel en todos los colores y un vestido tubo semitransparente y dorado que convierte a Ginger en una auténtica “mujer trofeo” que Rothstein luce orgulloso ante sus socios. Incluso cuando llegan los malos tiempos a sus vidas y Ginger se derrumba, no pierde su estilo ni atractivo y mantiene su máscara de éxito deslumbrante, la misma que lleva permanentemente la ciudad.

Ginger es excesiva, loca, audaz, divertida, brillante, llamativa... un precioso decorado  que no oculta nada más, lo que ves es lo que hay. Ella encarna el espíritu de Las Vegas, inspira el vestuario que luce durante toda película y define el peculiar estilo de esta ciudad.

 

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