vino de borgoña

De borgoñas y borricos… coquelette

La Borgoña no es una señora. Para nada. La Borgoña es un lugar, un destino, un sueño. Realidad y, seguramente, algo de fantasía. La que hace que aquellos que pisan sus suelos se enamoren para siempre. Ya no hay vuelta atrás

| 23/03/2018 | 3 min, 51 seg

Hoy caminaremos entre viñas apiñás por las que no podría pasar ni la mula más resuelta. Y así llegaremos a una bodega, la de Joseph Roty, quien descansa en paz viendo que sus ilusiones siguen en pie. Con el aire destartalado de lo bohemio y el punto excesivo de los que hasta olvidan que en los negocios hay que vender. No importa. Que cada cual haga su propio yo es lo que más nos encanta. Pero no olvidemos lo sustancial, que estamos aquí para beber vino. El de la caliza tensión sin fin en el futuro. Personal, único y deseado. Pétreo y cariñoso. Simplemente precioso.

Una mano se posa sobre el hombro y nos guía en el paseo por un bosquejo de promesas en forma de botella. La primera en la frente nos la da el Bourgogne Blanc 2014 de la poco habitual uva pinot blanc. Pícara variedad de casuales encuentros, que aparece despertando tirante sin persistencia en exceso. Nariz cerrada que se abre en flores y sigue en piedra. Que oculta la madera que la acompañó en la bodega. La brisa se vuelve marina y nos trae una bandeja de ostras sin nada de nada. Naturales y desnudas. Deliciosas.

Avanzamos con un regalo. Ramillete de flores para celebraciones que siempre llegan. Especiales como el Marsannay Rosé 2014, un vino de pinot noir sencillo y hablador. Afilado como una caricia inesperada. Juego de colores ambiguos que nos hace viajar a Tailandia. Noches de verano, una terraza y en el plato una de esas ensaladas de papaya y cangrejo que juegan con los contrastes con maestría. Diversión de ácidos y picantes antes de dar el paso a la supuesta seriedad de lo que viene. Que llegan los tintos.

Pero no, porque el Bourgogne Cuvée de Pressonnier 2014, es todo menos formal. A saltitos nos lleva a lomos de un borrico entre viñas sesentonas. Que la edad no es problema y éste está muy loco. Nos lo llevamos a oscuros callejones y lo tomamos de comida callejera con una panceta en salsa chinorris.

A tutti y a seguir, que en el contraste está el gusto y nos gusta el Marsannay Rouge 2014. Bien limpito y vestido de niño de San Ildefonso, es un joven responsable. Fachada que abre sus puertas y deja ver lo que hay detrás. Travieso que te mueres nos hace reír bastante mientras comemos un coquelette simplemente asado. Para qué más.

El camino continúa cuando un raposo asoma la naricilla en su oculta madriguera. Es el Marsannay Champs St. Etienne 2014, que con elegancia inusitada trepa a lo alto de un monte, aparta timideces y, ohohoh, nos conquista. Lo imaginamos campestre, sobre manta de cuadros y a la luz de las velas, con un paté de campaña y aromas de pan francés.

Nos ponemos las enaguas mientras ensoñamos el siglo XIX con el Gevrey Chambertin Champs Chenys 2014. Tras una primera impresión un poco seca se demuestra como es, encantador. A pesar de su imponente presencia, nos relaja de delicadeza y bailamos. Bailamos un vals y nos metemos entre pecho y espalda unos huevos en meurette, escalfados y con su salsa de chalotas, champiñones y panceta. Casi nada.

Con fuerzas renovadas recibimos al más estricto. El capo de la cata de nombre Gevrey Chambertin 1 Cru Les Fontenys 2014. Severo de arcilla se mantiene en equilibrio entre rigidez y opulencia. Fortaleza y seguridad en todo caso. Manteniendo la tensión con seguridad es compañero ideal de un jarrete de cordero con variadas especias.

Antes de la despedida nos rendimos ante el Charmes Chambertin Grand Cru Très Vieilles Vignes 2014. Enorme vino capaz de paradojas entre el peso y lo liviano. Sorbo a sorbo entramos en una película de espías. Entre misterios y mucho lujo terminamos cenando en un restaurante fino, fino. De incógnito, claro. Comemos a pequeños mordisquitos un jugoso guiso de buey con colmenillas a la crema. A sabiendas de que, si los malos nos descubren, cada bocado puede ser el último. Pero no. Somos buenos. Los mejores. Y no se librarán de nosotros tan fácilmente. Volveremos entre sombras y de puntillas, pero con la mochila bien cargada. Siempre y de vinos, por supuesto.

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