Constantia, Stellenboch, Mosel Bay, Elgin...

De viaje por Sudáfrica: vinos hugonóticos

Lo sabéis de sobra. Nos encanta mucho viajar. Como sea y a donde sea. Disfrutando siempre copa en mano, claro, que por algo somos hedonistas. Hoy nos vamos lejos. Muy lejos

| 26/01/2018 | 4 min, 4 seg

Pero estaremos cerca cerquita, tranquilos. Que una cosa no quita a la otra y nada nos gusta más que estar aquí cada día con vosotros. Pues lo dicho, que hacemos las maletas y revoloteamos hasta el sur, hasta el continente africano.

Porque sí, señores, en Sudáfrica hacen vino. Mucho y buen vino. Noveno productor del mundo, es un país plagado de viñedos y bodegas. Nada menos que 300 años de historia vitivinícola en gran parte gracias a unos señores hugonotes bien majos que llegaron de Francia en el siglo XVII huyendo de esas intolerancias que nunca traen nada bueno. Allí, desde su linda esquina francesa, hicieron hogar sembrando lo aprendido y extendiendo su sabiduría por unos suelos de desmedida antigüedad. ¿Los lugares? Constantia, Stellenboch, Mosel Bay, Elgin, Walker Bay… ¿Las uvas? Sauvignon blanc, riesling, chardonnay, chenin blanc, cabernet sauvignon, pinotage, syrah… Un poco de todo venido de aquí y de allá con alguna rareza por el camino. Pero dejémonos ya de historias, que tanto kilómetro da sed y hemos venido a beber.

Abrimos boca con un vermut, en este caso blanco, de esos que destapa el apetito de verdad, Caperitif Vermouth. No hay lugar para el dulce en una mezcolanza de flores y jengibre. Un total de 36 especias y ese cautivador punto amargo que le da la quinina. Sin inquina, lo servimos con hielo y lo degustamos con parsimonia junto a una bolsa de patatas fritas de las buenas. Y si se acerca algún revoltoso pajarillo, un poco de alpiste y listo.

Se cuela ligero el Ashbourne Sauvignon Blanc - Chardonnay 2016, un vino que se despoja del aromático hastío gracias a una boquita mineral y salina. Gracioso aperitivo con unos bígaros y varios alfileres pinchudos. 

Nos ponemos curiosones para probar un particular vino de esa uva que tan bien conocemos por estos lares, el Newton Johnson Albariño 2016. Nos muestra una acidez bonita y sápida que hace olvidar un poquito de inquieta madera. Nos sentamos mirando al mar y comemos gambas cocidas frente al agua que nos observa.

Embruja de fragancia el De Trafford Chenin Blanc 2015, elaborado en su totalidad con chenin blanc, una de las variedades a las que mejor les sienta este país. Entre las mieles y el humo hace chiribitas a su paso, dando muestras de que le queda mucha vida por delante. Lo acompañamos con un poco de verde, una deliciosa borraja guisada con almejas.

Un 50% de chenin blanc y otras distintas uvas dan vida al The Sadie Family Palladius 2009. Creación de uno de los mejores elaboradores del país que utilizando ánforas, huevos y barricas, logra una fantástica complejidad. Botellas que necesitan años para dar lo mejor y que fascinan con un graso rodaballo a la brasa.  

Pasamos a los tintos con el Badenhorst Family Red Blend 2015. Amalgama de variedades que intercambian personalidades en una granja que es bodega y una bodega que es granja. Nos deslumbra con la naturalidad de una fruta de campestre perfil. Cambiante y divertido, llena sin resultar pesado. Y lo acompañamos con un plato de plenísima actualidad, una brandada de bacalao sobre una tostada de pan crujiente.

Vamos con la rarita del grupo, la uva pinotage, un cruce de las varietales pinot noir y cinsault. Abrimos un interesante Warwick Pinotage 2014 de frambuesitas, arándanos y hasta isoamilos. Nos cautiva con una rusticidad que rasca sin daño alguno. Peso con frescura en su justa medida que acompañamos con un cordero lechal al horno.

Misterioso e imberbe se presenta el Reyneke Reserve Red 2010, una combinación de syrah y cabernet sauvignon de biológicos y ganaderos compostajes. Desatadamente medicinal, se rodea de bayas y algarrobas. De taninos y acidez. Y aunque está tontorrón y se explica regular, promete estar estupendo con una contundente fabada.

Se desata la tensión con la llegada del Boekenhoutskloof Cabernet Sauvignon 2014. Cabernet sauvignon y un poco de cabernet franc con un resultado comedido y equilibrado para gustar a todos sin salirse del tiesto. Sin riesgos ni emociones que se puedan ir de las manos. Seguridad bien entendida con otro valor sólido, un chuletón de vaca a la brasa.

Aquí termina nuestro paseo por remotos parajes. Volvemos deprisina a casa para servirnos una copa del mágico vino dulce de Constancia y recordar lo estupendo que es cerrar los ojos y dejar que los sentidos vuelen. Que salga una sonrisa que acaba en carcajada. La del regocijo de viajar, beber y vivir en libertad.

Comenta este artículo en
next