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EN LA ERA DIGITAL

El doble filo de la vocación creativa y la precariedad laboral

Tomando como punto de partida el ensayo 'El entusiasmo', publicado recientemente por la escritora y profesora de la Universidad de Sevilla Remedios Zafra, preguntamos a varios artistas valencianos por su experiencia personal como “proletarios culturales”

18/01/2018 - 

VALÈNCIA. Desde hace años, Raúl Salazar colabora en el semanario satírico El Jueves, “como freelance y sin ningún tipo de garantía para continuar la siguiente semana”. Es algo habitual, nos dice, “no me quejo”. “La estabilidad, por lo tanto, es relativa y no espero que cambie ni aspiro a un contrato fijo que, por otra parte, hoy por hoy no es sinónimo de garantías”.

El recorrido laboral del humorista gráfico valenciano tiene muchas similitudes con el de muchos otros “entusiastas” del sector cultural, artístico y académico. “Comencé a hacer viñetas en el periódico de la universidad y en mi propio blog. Ambas cosas por amor al arte. Todo ello me sirvió para practicar y hacerme un pequeño book que poder presentar a algunos diarios online. Un periódico contestó a mi correo interesándose por mi trabajo y ofreciéndome un espacio semanal en su web a cambio de... (redoble de tambor): VISIBILIDAD”. 

El caso de Salazar es mucho más común de lo que parece. La “visibilidad” sube enteros en el mercado de las remuneraciones “de fantasía”. La promesa de que te vean, te lean y te sigan. Puede que los Likes no te paguen el alquiler, pero alimentan la legítima ansia de reconocimiento que muchas veces no se encuentra en forma de dinero. El problema radica en que la creación, por intangible que sea, nunca se lleva a cabo fuera del mundo material. Las facturas nos llegan a todos. 

La precariedad, la frustración y la desilusión en relación al reconocimiento y la compensación económica no son patrimonio exclusivo de escritores, músicos, artistas plásticos o actores. Pero hay quien piensa que en estos colectivos opera una dinámica perversa –porque en parte es autoinfligida-. Es lo que la escritora y profesora universitaria Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) denomina “plus de entusiasmo”. Un excedente vocacional que actúa como un arma de doble filo: por una parte es un motor de existencia, que lleva a emprender nuevos proyectos con ilusión, y ayuda a recomponer una y otra vez la autoestima malherida de quien se ha visto rechazado o ninguneado a lo largo de los años. El reverso tenebroso de este entusiasmo incondicional es -según la autora de El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital (Anagrama, 2017)- que “sienta las bases de una explotación contemporánea” que convierte a los entusiastas en “agentes partícipes de su propia subordinación”. “El sistema capitalista está sembrado de motivados colaboradores, investigadores y contadores de sí mismos que se exigen la máxima dedicación, entrega y sonrisa, como inercia que augura reconocimiento, quizá trabajo, quizá futuro”.

A veces, la visibilidad sí  da sus frutos. Salazar comprobó pronto que su blog recibía más visitas que la sección del periódico. “Con el apoyo de las redes sociales, fundamentales en mi trabajo, comencé a hacerme un pequeño hueco en el humor gráfico online y, supongo, eso hizo que pudiera acceder a la revista El Jueves y, por primera vez, comenzar a cobrar por ello, y además satisfactoriamente”.

Rafa Rodríguez, editor de la revista Verlanga, contribuye al debate desde la perspectiva del periodista. “Yo no creo que la cuestión del entusiasmo sea exclusiva del capitalismo. Conozco festivales y publicaciones que se sitúan en las antípodas del capitalismo y que utilizan ese entusiasmo y esa pasión de la gente para salir adelante y conseguir ingresos que luego no reparten”. “También creo que este problema es extensible a muchos otros ámbitos laborales. Ahí están los licenciados que hacen horas gratis en laboratorios o en departamentos de las universidades, haciendo el trabajo de profesores con la única esperanza de arañar un contrato. O las pasantías de los abogados. Y en ambos caso es algo que está casi normalizado, como instaurado, con cierto halo de oficialidad. En el sector cultural creo que hay tal precariedad que el que piense que si trabaja gratis va a sumar méritos para alcanzar un trabajo no es que se autoengañe, es que vive en una realidad paralela”. 

En su triple faceta de música, poetisa y profesora de Secundaria, Carolina Otero reflexiona sobre la palabra “entusiasmo”. “En su etimología significa tener los dioses adentro. En España pocas veces se ha tenido esa “protección” etimológicamente (sí obviamente el sentido de “empuje”, empeño, pero no de retribución): ya Cervantes pasaba penurias en su época y les extrañaba a las gentes de fuera que no estuviera mantenido por el erario público. Aquí mucho Picasso, Dalí o Lorca en la boca, pero luego tantos toros, fútbol, canción ligera y festival para hacerse “selfies”; casi nadie se interesa por la verdadera cultura, la alternativa, la fuera del canon, la de la innovación, la del riesgo. Imaginad cómo es el mundo de la independencia. La precariedad al cuadrado. Sólo ahora parece que empiezan a poder tocar bandas de pop-rock en lugares públicos sin que tenga que venir la policía a desalojar, mas sigue sin haber un verdadero polisistema artístico: ayuntamientos, premios, revistas, radio, etc. que apoyen y alimenten la cultura local”.  

Músicos que pagan por actuar

El músico, director y dramaturgo Néstor Mir cree que “aunque nos hemos hecho composiciones muy bonitas, la cultura no es una necesidad básica. Está considerada como un plus. Hacer cultura en el mercado es moverte en el vacío. Y ahí es donde los artistas actúan gratis a full para ganar visibilidad. El problema es que no es lo mismo cuando tienes 18 años que cuando ya tienes 40 años. Cuando eres muy joven eres carne de cañón, hay gente que hasta paga por salir en revistas y tocar en festivales. Mi punto de inflexión llegó a los 28 años, cuando me di cuenta de que tocando en Jérica por 100 euros y en Castellón por 200 no podría pagar nunca el alquiler”.  

“En mi caso, he hecho alguna intervención puntual sin reporte económico en su momento, y he decidido no hacerlo más por varias razones. Lo que sí decidí hace tiempo es que las cosas que haga no deben tener un coste económico para mí: me refiero, por ejemplo, a hacer un directo pagándole a la sala o costearme un libro que tenga un aparente sello (hay “impresores” que fingen ser editores y te cobran por publicar tu libro). Si no interesan mi propuestas nunca más porque, por ejemplo, no hago conciertos tributo, o no escribo poesía canónica, pues simplemente actuaré en el salón de mi casa y leeré para mis paredes. Tengo 5 libros publicados y 6 discos, algún premio literario en mi haber, entre otras cosas, así que me planto. Es algo a lo que he llegado con el tiempo, tras un aprendizaje, perder dinero y energía. Creo que cuando se hace música en directo o un recital se debe recibir algo a cambio. En el caso del recital, lo normal es que se venda algún libro, hacer un nuevo lector, invertir en tu promoción a largo plazo… Debe haber un intercambio, aunque no necesariamente con un cheque o una cantidad X, puede haber otro tipo de pago o completar el pago económico con otra cosa, como hotel y dietas. Obviamente mi perspectiva es la de alguien que tiene una profesión y no paga un piso con lo que pueda sacar de un concierto o de un recital. No obstante, por ello no creo que deba tampoco desdeñarse mi obra: el caso es que yo después de mi jornada laboral le pongo entusiasmo para componer, ensayar, grabar, formarme de manera autodidacta, etcétera”.

Hablar de dinero es de mal gusto

En algún momento de nuestra historia, denuncia Zafra en su ensayo, “hablar de dinero cuando uno escribe, pinta o compone una obra, se hizo de mal gusto”.

“Creo que lo de cobrar por una actividad que uno desempeña sólo está mal visto en nuestro país. –replica Otero-. Recuerdo que en una entrevista laboral para el que fue uno de mis primeros trabajos en la escuela privada, antes de conseguir plaza en la pública, el que luego sería mi jefe no quiso tratar el asunto económico entonces. En otro trabajo,  me hicieron renunciar al finiquito. Recientemente, en un festival de verano que se canceló, no vimos nada de dinero. Y eso que habíamos tenido que pagarle de nuestro bolsillo a un bajista suplente”.

El complejo hacia los asuntos pecuniarios, en opinión de Néstor Mir, no solo existe en el mundo laboral. “También se da dentro de los propios círculos artísticos. Por ejemplo, en el punk. Yo, al estar vinculado al Sindicato de Músicos, cuando quiero organizar cosas con más protección legal para el músico parece que le esté quitando la esencia verdadera a la música, solo porque lo haces dentro del sistema. Todavía persiste ese ideal bohemio de hacer las cosas altruistamente. Creo sin embargo que en estos momentos hay que ser realista. La música de Dylan y Young no hubiese podido sobrevivir si no hubiese sido un producto de mercado”.

 “La incomodidad a la hora de hablar de dinero en el ámbito creativo se debe a la ignorancia del coste de una idea o de un trabajo plástico –apunta Raúl Salazar-. A día de hoy aún me cuesta saber cuándo vale una página o una viñeta. Empleo tarifas que no he decidido yo, sino medios de confianza, y a partir de ahí voy basculando. No considero que sea de mal gusto. Simplemente es la parte más delicada de cualquier transacción. El mal gusto, sin duda, es dar por hecho que este tipo de trabajos no se cobran”. 

Obligados a regar la maceta del “yo” 

La era digital presiona a los trabajadores de ámbitos culturales, creativos y académicos a dedicar muchas energías a ser “contadores de sí mismos”, a visibilizarse constantemente y construirse como una “marca”. De hecho, cada vez es más común que el número de tus seguidores en las redes sociales sea determinante para obtener un trabajo, un hecho que Remedios Zafra considera que incrementa el desasosiego del “entusiasta” y ahonda en los parámetros de competitividad entre iguales. 

“El periodista ya debe asumir que las redes forman parte de su vida profesional. Y debe saber compartir su trabajo, porque eso significará que más gente lo leerá que, al fin y al cabo, es lo mejor que le puede pasar –señala Rafa Rodríguez-. Lo que me parece aberrante es que el número de seguidores empiece a ser decisivo para obtener un trabajo. El otro día Quim Gutiérrez comentaba en una entrevista que eso está pasando en el mundo del cine, con productoras que deciden sus repartos a partir de los seguidores que tienen los actores en redes”. 

Raúl Salazar: “La búsqueda de seguidores constante puede atrapar a un creador de contenidos a actualizar sus redes continuamente como si de un trabajo diario se tratara, con la esperanza de que algún medio se fije en él y lo contrate. Digo "atrapar" porque esta labor se puede extender en el tiempo, mientras el lector se acostumbra al consumo de contenido gratuito a través de las redes. Un pez que se muerde la cola... ¿Por qué un medio va a pagarte por hacer viñetas si hay cientos de viñetas gratis en la red? Cuando alcanzas decenas de miles de seguidores en Instagram sientes satisfacción por tu oficio, pero no por un trabajo remunerado. Por eso, llegado ese punto, cualquier pago, por ínfimo que sea, sabe a gloria. "Ya que lo voy a hacer para mis redes de todas maneras, ¿por qué no cobrar esta miseria a cambio?".

El libro de Remedios Zafra que vertebra este artículo pone su atención en muchos otros aspectos de la era digital relacionados con la precariedad y los trabajos de índole cultural o intelectual. Entre ellos, el modo en que la ferocidad del sistema se agudiza entre las mujeres creativas. “Mientras que la cultura se ha ido feminizado, alimentándose de un excedente de mujeres precarizadas, formadas en ciencias sociales o humanidades, los trabajos culturales que implican mejores sueldos o más poder (puestos de director o catedrático) siguen reservados para ellos”, denuncia esta profesora universitaria. Dejamos una última reflexión en manos de Carolina Otero:

“En una reciente entrevista, el editor Jesús Visor dijo textualmente: Lo siento, la poesía femenina en España no está a la altura de la masculina. No hay mujeres poetas comparables a lo que suponen en la novela Ana María Matute o Martín Gaite (...). Desde la Generación del 98 y todo el siglo XX no hay ninguna gran poeta, ninguna (...). Hay muchas que están bien, como Elena Medel, pero no se la puede considerar, por una Medel hay cinco hombres equivalentes. Esto muestra ignorancia, pues se pueden consultar, por ejemplo, las excelentes antologías Ellas tienen la palabra de Noni Benegas en Hiperión, o la de Feroces de Isla Correyero, DVD poesía (antología paritaria, ergo feminista). Está claro que las mujeres, en todos los ámbitos, debemos ser más, esforzarnos más, y, aun así, nos enfrentamos al patriarcado y un constante chorro misógino”. 


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