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san agustín

El jardín olvidado de València

Foto: KIKE TABERNER.
5/11/2017 - 

VALÈNCIA. Son poco más de 800 metros cuadrados. Junto a la iglesia de San Agustín, como una isla verde, se encuentra el pequeño jardín. A duras penas supera los 50 años. En su suelo hubo antes el claustro del convento de San Agustín y un Mercado, el primero de Abastos, y entre medias un presidio. Cuando fue cárcel “fue el primer penal correccional del mundo, en el que las condenas estaban orientadas a corregir al preso y permitir así su vuelta a la sociedad, completamente reformado”, comenta César Guardeño, presidente de Círculo por la Defensa del Patrimonio. “De hecho”, comenta, “éste es el sentido actual del sistema penitenciario. Esto se debe a la figura de Manuel Montesinos y Molina, un gran olvidado, por cierto”. El claustro que ocupa hoy el jardín, el que formó parte del Penal de San Agustín, fue derribado el 14 de abril de 1904, con el resto del convento. Se vendieron los solares. Sobre los terrenos que ocupaba parte del convento se instaló el mercado en 1925. El convento de San Agustín aparece en los planos de Antonio Mancelli (1608) y del padre Tosca. (1704). Del Mercado de Abastos hay hasta imágenes aéreas de los años cuarenta.

En 1948 se desmontaron las cubiertas del mercado y en 1954 se empezó a construir lo que fue hasta hace unos años la sede de Hacienda. “Esto dejó un pequeño espacio para el jardín de San Agustín, pero sin relación alguna con el Convento de San Agustín”, prosigue Guardeño. De propiedad municipal, los operarios lo limpian cada día y repasan su vegetación una vez al mes. La próxima será el 7 de noviembre, informan desde el Ayuntamiento de València. “Lo más interesante del jardín está en los muros del antiguo convento, en los que se pueden ver las marcas de los arcos apuntados que formarían parte del claustro y las ventanas de la iglesia con el alabastro”, comenta Guardeño. Esto y que tiene una escultura homenaje al pintor Marçal de Sax, quien marcó el inició del gótico internacional en la Península y estuvo activo en València entre 1390 y 1410, autor del famoso Retablo del Centenar de la Ploma que preside una sala del Victoria & Albert Museum de Londres. Es un busto más afectuoso que estético. La escultura fue colocada el 14 de julio de 1969 y es obra del artista de Villar del Arzobispo Rafael Pérez Contel.

Foto: KIKE TABERNER.

En la memoria reciente de la ciudad el jardín de San Agustín es, junto al que ocupa el antiguo Palacio de Parcent, un punto de encuentro de sin hogar y ocasionales drogadictos. Sus ocupantes suelen variar pero algunos permanecen fijos. Entre los que tienen ahora el jardín como lugar de referencia está Alejandro, de 45 años. Madrileño de nacimiento, lleva más de 20 años en València, ciudad de la que se siente hijo adoptivo. En la actualidad Alejandro es un sin hogar. Cumplió una condena de cuatro años y 11 meses en la prisión zaragozana de Zuera y salió en libertad en diciembre de 2015. Tras un breve paso por Teruel, Alejandro regresó a València. Durante una temporada dormía en Patraix en el vestíbulo de una sucursal de Bankia, junto al cajero. “Pero un día estaba cerrado”, relata. Fue así como llegó a parar al jardín de San Agustín. “Dormía aquí” dice señalando al interior de un gran seto, “y en ese banco”, explica. Lo malo del banco, “que es muy frío”, dice. No le importa que sea pequeño.

Foto: KIKE TABERNER.

Alejandro llegó hace mes y medio. En el jardín conoció a Vicente y María Ángeles, una pareja desestructurada. Ella, 49 años de edad, dice tener dos hijos mayores de edad. “No me fotografiéis, por favor; no quiero que me vean. No saben nada”. Él, poco más de 40, tiene los brazos llenos de tatuajes realizados en la cárcel, mientras cumplía su condena de 13. No le gusta hablar de por qué fue condenado. Valenciano, con problemas en un oído, sufre ataques de epilepsia y un cierto retraso en la comprensión. Ella muestra constantemente su vientre abultado y explica que los médicos le han diagnosticado cáncer. “Primero fue hepatitis, después me dijeron que era una cirrosis y ahora me han dicho es que un cáncer y me han dado dos meses de vida”, explica con rostro quejumbroso. Pronto comienza a discutir con Vicente, al que le pide que vaya al Mercadona de San Vicente a por una cerveza. “A mí no me dejan entrar”, se lamenta, “y la mía está llena de arena. Me voy a morir y es lo único que me queda: beber esta mierda”, insiste. Vicente se enfada, pero accede y se va. Hace unas semanas María Ángeles le contó a Alejandro que era bruja y que había hecho un sortilegio para que Vicente siempre le amase y le obedeciera. “Yo no creo en esas cosas, pero siempre le hace caso”, conviene Alejandro.

Foto: KIKE TABERNER.

Pese a ser uno de los pocos jardines del centro de València, el de San Agustín es de los menos transitados. La cercanía de los jardines del MuVIM y la Biblioteca del Hospital ha hecho que sea soslayado y sean muy pocos los que lo usen. Pero hubo un tiempo en el que no era así. Un breve tiempo. Javier Trenado, que lleva 21 años trabajando en la cafetería de su familia junto a la FNAC, relata como en su día la famosa Casa Cesáreo instalaba mesas y sillas para sus clientes. Esa imagen, borrosa, está difuminada y la fotografía más habitual que se tiene del jardín es la de un lugar de encuentro de sin hogar. “No es un jardín para disfrutar. Están hablando de peatonalizar la plaza y tienen esto ahí abandonado”, comenta mirando al jardín.

Foto: KIKE TABERNER.

Vicente parte a por la cerveza y pasa junto a la marquesina de la parada del autobús. Dakota Johnson, impresa en un anuncio, mira desde ahí a ese pequeño espacio verde que apenas observa la gente al pasar. Un joven mochilero se sienta a escribir una carta. Otro joven, asiático, con un yogurt para llevar, se sienta a tomarlo. Cuando acaba, tira a la papelera el envase y sigue su camino. Al poco, un grupo de tres jóvenes se aproxima a sentarse y acabar un refresco. Las guía Laura, de 25 años, que trabajó por la zona y sabía de la existencia del jardín. Jessica (27) y Sandra (22) admiten que es la primera vez que lo visitan. Sentadas junto a una pared en la que se puede leer una pintada celebrando el cumpleaños de una joven, Laura explica que para ser un espacio tan céntrico es muy “tranquilo”. “Dentro de lo que es la urbe es un rincón de paz”, añade. El único defecto, que a veces se pueden encontrar botellas de cristal rotas de los sin hogar, a los que se les puede ver bebiendo litronas de cerveza o cartones de vinos.

Foto: KIKE TABERNER.

James y Susan, dedicados hasta hace poco a sus negocios, jubilados de Salem, Oregón, Estados Unidos, también han conocido recientemente el jardín, pero en su caso porque llevan sólo dos meses instalados en València donde quieren vivir de manera indefinida. Residen a apenas cien metros y bajan cuatro veces al día para pasear a su perra, Lizzy. Entre las cosas que les han motivado a instalarse en la ciudad, “que muy poca gente habla inglés y así podremos aprender español”, sonríe James. Su curiosidad por la cultura española, la amabilidad de la gente y el hecho de que València sea una ciudad donde es grato ir en bicicleta, decantaron la balanza. Porque se definen como amantes del cicloturismo. Mientras van conociendo València, el pequeño parque de San Agustín se ha convertido en un lugar de referencia también para ellos, el sitio de su paseo con la perra, aunque a veces se hayan encontrado botellas rotas o heces humanas. Y es que algunos sin hogar usan espacios del jardín como su retrete, algo que confirma Alejandro.

Foto: KIKE TABERNER.

Lo que ya no se ve con tanta asiduidad es a drogadictos pinchándose o fumando chinos, una imagen recurrente en los años noventa. “Antes había muchos; ahora sólo algún extranjero despistado”, resume Vicente, de vuelta del Mercadona, con un ejemplar del Sport en la mano, emocionado con que Messi llegue al partido 600 con el Barça. “Ronaldo nunca llegará a eso”, le comenta a Kike Taberner. Al otro lado de la acera de Guillem de Castro, y así lo atestigua Trenado, también comparten la impresión de que ahora hay menos drogadictos. El jardín de San Agustín es, sobre todo, una boya donde se aferran los náufragos del asfalto que van deambulando por la ciudad. El lugar al que vuelven, donde dejan sus carros llenos de pertenencias, sus chaquetas recibidas en Casa Caridad o en cualquier parroquia de la ciudad, el sitio donde se sientan a beber cervezas marca blanca o vinos en tetra brik y ven pasar el día.

Foto: KIKE TABERNER.

“Podrían hacer algo con ese parque”, comenta Trenado; “poner algo para chiquillos, darle uso”, añade. Ahora los sin hogar ya no lo usan ni para dormir. Una adolescente pasa junto al jardín gritando por el teléfono. Alejandro se vuelve a ella y la señala con la cabeza. “Por eso ya no dormimos aquí. Vienen todas las noches los jóvenes y arman escándalo. A veces hacen botellón. No se puede estar”, resume. Y María Ángeles interviene para relatar el día que le pegaron mientras dormía. “Yo pensaba que eran palos de madera pero eran de hierro. Y oí a una chica gritar: ‘Pegadle más fuerte’. Me dolía todo”. Todos los sin hogar tienen historias parecidas y son todas diferentes. Alejandro, con el rostro surcado de cicatrices por un accidente de moto, escucha a María Ángeles y asiente. No quiere contar su experiencia, pero María Ángeles se adelanta y relata que le patearon la pierna. “No me gusta dar pena como a ella”, dice; “es que va dando siempre lástima”, se queja.

Foto: KIKE TABERNER.

Cuando llega la noche, pasadas las diez, Guillem de Castro va apagándose. El tráfico disminuye. No quedan apenas peatones. Una madre y una hija, con su perrito, juegan sentadas en un banco del jardín recayente a Guillem de Castro. Son de Albacete y están de visita, explican. En otro banco, apartados, se hallan Alejandro, Vicente y María Ángeles, haciendo tiempo. Esperan hasta que sean las once para ir a dormir al porticado de la FNAC, junto a otro sin hogar que ya está ahí. Cuando se le pregunta a Alejandro por qué ese jardín, por qué no otro, se encoge de hombros. No encuentra paz. No halla quietud. Pero ahí están sus “loquitos”, como él los llama. “Prefiero estar con ellos que estar solo, porque yo lo que me siento es solo”, murmura; “muy solo”, apostilla.

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