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OPINIÓN

El otro 5-0 (más allá del Málaga)

El Valencia ganó el martes 5-0 al Málaga y todo, de repente, parece estar y hacerse bien. No es verdad, lo que ocurre es que cuando se crea un hábitat apropiado todo aquello que se hace mal penaliza menos. Es la diferencia entre estar armando un equipo serio o no hacerlo.


22/09/2017 - 

VALENCIA. Tomar la parte por el todo lleva en ocasiones a confundir la lícita fiscalización a quien manda (disparatadamente hasta hace poco tiempo) y por consecuencia dudar de las intenciones de un gestor y un entrenador enviados para poner orden. Marcelino, según algún cenáculo iluminado, iba a dimitir antes de empezar la temporada y Alemany, pura marioneta, no iba a tener ninguna capacidad de maniobra. Las cosas han sido un poco distintas.

El Valencia ganó el martes 5-0 al Málaga y todo, de repente, parece estar y hacerse bien. No es verdad, lo que ocurre es que cuando se crea un hábitat apropiado todo aquello que se hace mal penaliza menos. Es la diferencia entre estar armando un equipo serio o no hacerlo.

Y en ese proceso hay varias virtudes que tienen más valor todavía que cada uno de los cinco goles.

Uno. El equipo supera sus malos momentos. Cuando el Málaga llegaba con fluidez y creaba peligro, igual que cuando lo hizo el Atlético, el Valencia conservó la calma, nadie pareció más nervioso de la cuenta. La buena colocación, la simpleza bien entendida del juego, supone una red de seguridad y una confianza en el método. Aunque llegan la probabilidad de que te hagan daño se reduce. Los errores se castigan menos, se ven menos. La competitividad era eso. El orden es el mayor castigo para los rivales. Pones ahora a Aderlan y Abdennour y terminan pareciendo Ayala (me he pasado).

Dos. Los futbolistas en su sitio. Se heredaba un tiempo en el que los futbolistas marcaban el ritmo diario del grupo. Sus rabietas, caprichos o deslices tenían efectos nocivos en el rendimiento colectivo. Me gustó que la reacción ante un conato de escandalera semanal fuera tan calmada como limitarse a decir que al entrenador nadie le impone quien debe jugar. La suplencia de Zaza, sus tres goles unos días después, son un mensaje potente: nadie tiene ganado el puesto, se gana con aciertos. Los egos, en casa.

Tres. También heredábamos un tiempo en el que cada problema traía otro nuevo. Esta vez el escandalito, con tan poco recorrido, terminó con Zaza haciendo autocrítica, quedándose con el balón y reconociendo que tiene que controlarse cuando se enfada. Terminó con Mina diciendo que los delanteros son todos uno, amenazando con hacer una asamblea cooperativa para decidir quién lanzar un penalti. Un indicativo general de cómo resolver un entuerto. Cuánto buen rollito, por dios.

Cuatro. Sigo con Mina. Nadie en su sano juicio apostaría por sentar a Zaza y poner a Mina. Nadie en su sano juicio decidiría, tras ver a Mina ante el Levante, volver a ponerlo de titular en el partido siguiente. Nadie excepto Marcelino. Ya que lo tiene en la plantilla ha decidido aprovecharlo, provocar que el orden táctico potencie sus virtudes. Es un intento encomiable. Suerte.

Cinco. Marcelino azuza a Soler desde el banquillo. Le recrimina cuando se excede. Mientras caduca el debate de Soler sí o no en la banda, fluye de manera silenciosa la operación del entrenador para acabar de moldear a un chico tranquilo que está a esto de ser jugador franquicia. Una síntesis del propósito para el equipo: que cuando se equivoque apenas se note, que cuando acierta se note mucho.

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