BEBER

El placer de la culpa

Lo siento, amigos, traigo una mala noticia: el alcohol no es bueno. No, nsiquiera esa copita de vino en las comidas, tan cacareada por los guardianes de la salud. 

| 27/01/2017 | 4 min, 47 seg

Por mucho resveratrol, por muchos polifenoles, por muchos pepinillos en vinagre, el alcohol no es bueno, lo descubrí el otro día viendo un documental 

Un médico de urgencias, un chaval normal, aficionado a tomarse sus copitas,  repasaba empíricamente algunos de los mitos sobre el alcohol, y concluía que los escasos beneficios aportados por su consumo eran ampliamente superados por los estragos que causaba su exceso, y cuando digo exceso, quiero decir eso que hacemos todos, esa moderada costumbre que incluye un par de cañitas con los amigos, y unas copitas de vino en la cena un par veces a la semana. 

En los últimos años, han proliferado los estudios que promulgan los maravillosos beneficios del vino o la cervezafinanciados casualmente por bodegas o cerveceras: que si el tinto previene las complicaciones cardiovasculares, que si hace aumentar los niveles de colesterol bueno, que si previene la aparición de caries, que si funciona como una antigrasa porque activa un gen que impide la formación de nuevas células de grasa, contrarrestando así los efectos de la vida sedentaria (¡sí, por fin, el levantamiento de vidrio en barra era considerado ejercicio!). 

Según los estudios, y en contra de esa estúpida creencia popular tan extendida, la cerveza apenas tiene calorías, promueve la densidad ósea, ayuda a paliar los síntomas de la osteoporosis y la menopausia, previene la diabetes, es lo mejor para recuperarse tras una sesión deportiva (¿acaso hay imagen más saludable que un atleta echándose una buena pinta al gollete?), y hasta sirve de protección contra el Alzheimer, porque tiene silicio, ¡silicio, oiga!, como tienen las judías verdes o los plátanos que eso, sí, no llevan alcohol. 

Quiero decir que todos esos beneficios que aportan el vino o la cerveza los proporcionan  también otros alimentos que además sortean los efectos nocivos del alcohol. Quiero decir que también a Hitler le gustaban los perretes y Franco hizo unos pantanos majísimos 

En general, somos proclives a creer lo que nos interesa, proclives hasta el absurdo, ¿que tarda dos días en responder a un wasap, y lo hace con un triste emoticono? es porque es tímido, pero en el fondo tiene muchísimo interés en ti. 

Queremos creer que el vino y la cerveza en cantidades moderadas son buenos, yo quiero creerlo, por más que la evidencia parece decantarse por el no.  

En el documental quedó bastante claro que el alcohol daña el hígado, que cada vez está más probada su relación con el delirio de las células, es decir cáncer de colon, de hígado, de mama... Su relación con las enfermedades cardiovasculares es casi siempre fructífera, salvo, había una excepción, la franja de mujeres mayores de 55 que toman alcohol en muy pequeñas cantidades. Y no solo eso: además de hincharnos de calorías huecas, el alcohol nos impulsa a comer más, la cervecita, el vinete son culpables de que picoteemos el doble, por no hablar de la merma de nuestras capacidades cuando bebemos o sufrimos la resaca.   

En fin, que el alcohol no es bueno para la salud y punto. ¿Y ahora qué?, te preguntarás. Pues ahora nada.  Seguiremos disfrutando del vino o de la cerveza, yo creo que seguiré bebiendo, cosas ricas, con mucha moderación, tal vez más consciente de que todo tiene un precio, que la suspensión de la gravedad del mundo en ese pequeño lapsus de embriaguez no podía ser gratis  

Consciente también de que todo placer incluye algo de culpa, bien lo sabía Buñuel. Todo hedonismo, si es sincero, la invita a sentarse a la mesa, ha aprendido a darle su pequeño espacio aunque no le haga mucho caso cuando se empeña en decirle que hay gente que no puede comer esto, que ni siquiera puede comer, cuando le advierte de que se va a poner como una foca, cuando le dice que el alcohol es malo.  Cuando le da el contrapunto al placer, haciéndolo más intenso.   

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