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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

Espacio despacio

La Valencia de después de la crisis necesita de espacios públicos a la altura de sus sueños, y también de su ordinaria cotidianidad

9/09/2016 - 

Dejamos atrás el descanso veraniego. Es momento de celebrar la verdadera nochevieja para algunos y empezar con fuerza el curso. Nuestros lugares de descanso, adornados con brisa de mar, música de fondo o puestas de sol entre pinos, tienen casi siempre la forma de espacios públicos. Son cafés en plazas nórdicas adoquinadas, son las playas paradisíacas o las calas cercanas de neverita y manguitos. Son escenarios festivaleros o bosques que atravesamos en bicicleta. Son espacios donde se para el tiempo.

De manera no demasiado consciente elegimos el destino donde proyectamos nuestros sueños viajeros o sedentarios por sus espacios libres. Por sus lugares turísticos o de silencio. Museos, catedrales y monumentos son inseparables y casi tan importantes como las plazas a las que dan sus ventanas. Hay pocos lugares más democráticos que una playa urbana, donde coexistimos, mirándonos de reojo, con la vergüenza o el orgullo de la casi desnudez. 

El espacio público es uno de los temas favoritos de estudio de las ciencias sociales y las humanidades. Es sin duda uno de los campos de expresión más importantes para los arquitectos y paisajistas. Está sujeto a las soluciones técnicas y estructurales de los ingenieros. Pero es posible que los economistas hayamos sido los últimos en darnos cuenta de su importancia. 

En nuestra rutina diaria, por absolutamente cotidiano, pasa desapercibido. Pero el espacio público es el pegamento de la vida urbana. Las carreras en el río, los picnics en el Parque de Cabecera, los pocos lugares dónde sentarse a leer, la caminata apresurada por llegar tarde al trabajo o el desvío intencionado de la ruta más corta para observar algunos escaparates. Las ciudades son, en realidad, lo que pasa entre sus edificios.

Pero el espacio público no es solo lugar de paso. Es también lugar de encuentro. Donde se demuestra la madurez democrática y se pone a prueba nuestra tolerancia. Donde conocemos y descubrimos lo ajeno. Donde se gestiona el conflicto. 

El espacio público es además un punto de choque entre intereses cívicos y especulativos, entre maneras incompatibles de desplazarnos. Movilidad, comercio, hostelería y política conviven y se solapan en la cota cero de la ciudad. El espacio público influye de manera importantísima en el valor de los inmuebles que lo rodean.

La ciudad de Valencia ha ido generando durante su crecimiento distintos espacios de una calidad indudable. La plaza de la Virgen es la plaza total: por su monumentalidad, su orientación, las calles que desembocan en ella, y la ligera inclinación de sus bordes que permiten tomar asiento y disfrutar de observar el deambular de los demás. La Plaza del Doctor Collado es una plaza perfecta con una convivencia casualmente equilibrada entre turistas y visitantes, entre terrazas y el comercio de siempre. Y qué decir de la Plaza de Campanar, una máquina del tiempo hacia atrás. 

El Jardín del Turia, aún sin marca y sin comunicación más allá de la Ciudad de las Ciencias, se ha convertido en el espacio público más transitado en la ciudad. Pero después del río, y quizás la Malva-rosa y el Saler, no se ha recuperado-construido ningún espacio público de suficiente entidad. 

Las zonas de crecimiento de la ciudad en las últimas décadas, como la Avenida de Francia o Cortes Valencianas, se han construido a la manera de comunidades cerradas adosadas a Valencia. Como un ensanche de apartamentos de playa transplantados y ensimismados, con su piscina y su pádel. 

Un buen espacio público es accesible, confortable, es un lugar dónde las personas se involucran con distintos usos y es un espacio de sociabilidad. La Valencia de después de la crisis; una Valencia abierta, inclusiva y próspera (es decir, Mediterránea) necesita de espacios públicos a la altura de sus sueños, y también de su ordinaria cotidianidad. 

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