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Eduardo Caamaño publica la biografía definitiva sobre el mítico escapista

“Houdini, si estás ahí, manifiéstate”

Desde 1926, la noche del 31 de octubre es cita obligada para los espiritistas de medio mundo: buscan el Santo Grial, contactar con Houdini. La anécdota es una excusa como otra cualquiera para leer la magnífica biografía de Eduardo Caamaño sobre uno de los grandes artistas del siglo XX

30/10/2016 - 

VALENCIA.- Pese a que murió hace casi un siglo (en 1926), la fama de Houdini sigue tan viva como cuando se convirtió en el mejor escapista de la historia. En 2014, Adrien Brody lo encarnó en una serie como ya hiciera en 1953 Tony Curtis para el cine. En cuanto a los libros que se le han dedicado, es casi imposible seguir la cuenta. Pero si hay que leer sólo uno, Almuzara acaba de traducir la magnífica biografía escrita por el brasileño Eduardo Caamaño (Houdini, 2016) que permite acercarse a un persona todavía más sorprendente de lo que podría parecer.

La primera imagen que viene a la cabeza al hablar de Erik Weisz (1874-1926), ese chaval que con apenas cuatro años dejó Budapest para irse a vivir a Estados Unidos, es la del ilusionista que nadie podía encerrar. De nada servían las esposas, las cadenas, las camisas de fuerzas ni la combinación de todos estos elementos y una caja llena de agua. Al final, siempre conseguía salir airoso ante el aplauso atronador de un público que había mantenido la respiración pensando que, aquella vez, moriría al no poder conseguir hacer su truco.

Hay otras facetas de Weisz que también son de sobra conocidas. Por ejemplo, que fue un escéptico que siempre engañó al respetable usando trucos y que jamás dejó que nadie creyera que aquello era otra cosa que ilusionismo. Por eso dedicó gran parte de su vida (y de su dinero) para luchar contra los charlatanes y sobre todo contra los espiritistas, una fauna muy prolífica a principios del siglo pasado. De hecho, cuando murió preparaba un libro con H.P. Lovecraft denunciando a estos embusteros.

Pero además, Houdini fue un hombre de su tiempo, en el que la magia era la reina de los espectáculos teatrales y competía de tú a tú con el cine. Unos tiempos de miseria y de excesos que quedan muy bien reflejados en el libro y permite comprender al artista en su contexto. La labor de documentación de Caamaño es impresionante y uno de los grandes alicientes de este libro.

Con amigos como Conan Doyle…

Fue precisamente esta lucha la que le llevó a romper su amistad con el escritor Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, quien creía a pies juntillas en el más allá, sobre todo desde el momento en que su hijo murió en la I Guerra Mundial y una vidente (que se convertiría en su mujer) le convenció de que estaba al otro lado de la oui-ja. Una historia que recuperó hace un par de años La Felguera Editores con el libro Sherlock Holmes contra Houdini.

Aunque siempre fue un escéptico, se dejó convencer por Doyle para asistir a una sesión de espiritismo que tuvo consecuencias desastrosas. Fue en 1922 cuando Jean Doyle (esposa del escritor) le presentó al escapista 15 páginas que -según ella- le había dictado su madre Cecilia (a la que adoraba), desde el más allá. Escritas en inglés cuando ella sólo hablaba yiddish, con algunos símbolos cristianos pese a haber sido (presuntamente) canalizadas por una ferviente judía, Houdini detectó el engaño y jamás le perdonó.

Houdini llevó su lucha contra los espiritistas hasta las últimas consecuencias… y no es una exageración. Antes de su muerte pactó con su mujer un mensaje que sólo revelaría a aquel o aquella que consiguiera contactar con él una vez muerto. Así nació una tradición que hoy perdura y que consiste en celebrar una sesión de espiritismo desde que se cumplió una década de su muerte acecida la noche de Halloween de 1926. Lo del mensaje (“cree Rosabelle”) es lo de menos ya que se fue descifrado en 1929 por el espiritista Arthur Ford. ¿Cómo lo consiguió? Tranquilos, Caañamo lo explica en su libro. 

Por supuesto, también hubo quien se la buscó por listillo, como el español Joaquín Argamasilla, un curioso personaje de tan alta cuna como dura cara que se había hecho famoso por estos lares con sus demostraciones de que tenía una visión “supranormal”. En otras palabras decía, y algunos como el mismísimo Valle-Inclán creían, que era capaz de ver a través de los metales o con los ojos vendados. Con una carta del Nobel de medicina Charles Robert Richet se presentó en 1924 con la intención de sorprender a Houdini. Y lo hizo, pero por lo cutre de su truco, que el mago no tardó ni cinco minutos en descubrir.

Todos los Houdini en uno

Pero pese a la fama de la que aún goza, no es una exageración decir que Houdini sigue siendo un gran desconocido. Pocos recuerdan que fue un pionero de la naciente industria del cine (aunque la aventura le acabó costando dinero), una genio del marketing o un as de la aviación (o eso afirmaba él, aunque la verdad dice otra cosa) pese a no ser muy ducho en el noble arte de conducir coches.

De hecho, aunque no se puede negar que Houdini se convirtió en uno de los artistas más grandes de todos los tiempos, a su talento en el escenario y diseñando trucos hay que sumar el de haber entendido perfectamente cómo funcionaba el mundo del Show Business cuando aún estaba en pañales. Obligó al ruso Clempert a dejar el negocio a base de denuncias cuando descubrió que le copiaba los trucos o promocionó a su hermano Hardeen (casi tan bueno como él) para que lo contratara la competencia y cerrar así las puertas a otros competidores. A los que osaban desafiarle, como le ocurrió al indio Rahman Rey, les respondía mejorando sus hazañas hasta conseguir sacarlos del mercado.

Y, como no podía ser de otro modo, Houdini era todo un carácter. Según Caañamo precisamente su ego pudo ser una de las causas de su prematura muerte aquel fatídico 31 de octubre de 1926. Se ha especulado mucho sobre el puñetazo que le propinó un fan en el estómago días antes, para ver si era verdad que podría resistirlo sin sentir dolor. Es cierto que pudo influir en la peritonitis que le llevó a la tumba, pero no es menos cierto que también había sufrido otros accidentes en sus últimos días de vida (uno de ellos en pleno espectáculo) y que se negó a ir al médico hasta que fue demasiado tarde. Así se puso fin a una biografía que Caamaño ha recopilado en más de 500 páginas y que se hace corta.

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