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LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Interiorismo con ‘arrel’: cómo la añoranza de la taberna a la valenciana está en alza

Locales como Anyora, Colmado LaLola o Casa Victoria han comenzado a encarnar un movimiento en progreso: diseños de interior que revisitan el pasado propio

6/05/2017 - 

VALÈNCIA. Década de los 40. Posguerra y comercios. Plaza de Santa Catalina. Victoria Terradez abre cada día las puertas de Ultramarinos Casa Victoria. Estantes atiborrados, lineales de subsistencia. Aroma a comino y pimienta, a tueste de café de estraperlo, a tocino de veta y a hojas de bacalao colgando tal que estalactitas. Olor, olor, olor.

Década de los 60. Calle Peris Brell, València. Violeta Villanueva acude como cada jornada a su Ultramarinos Violeta. La vecindad convocada sobre el mostrador. La báscula Mobba toma peso al momento. Jamones, embutido. Cortes y cortes. El papel de estraza. Un auténtico aglutinador de barrio.

Década de los 10. Hace tan solo unos meses. Román Navarro pasea por el Cabanyal y cerca de donde vive encuentra una bodega de 1937. Tiene un flechazo de aúpa. Le enamora especialmente la nevera de hielo a la vieja usanza y fantasea con emplearla como barra de su nuevo restaurante (el segundo tras Bar Tonyina) y llenarla de producto, un canto a la solera.

Año 2017. La bisnieta de Victoria, Victoria del Hoyo, abre Casa Victoria en la Calle Calatrava 23 persiguiendo los mismos principios fundacionales de su antigua precursora. En lugar de ultramarinos, en lugar de botiga, uno de esos bares eternos en los que el juego de la vida fluye sin concesiones ni medias tintas. En el local, tan tasca, se acumulan las botellas abarrotadas de la era de los coloniales en los que a España llegaban los productos de ultramar.  “Los espejos en los que se anuncia lo que allí se despacha; las persianas de madera que revisten las paredes; las lámparas quinqué de cristal antiguas que iluminan con escasez, vestigios de un recuerdo no tan lejano; las máquinas de cortar fiambre, a manivela; la báscula, en la que fijamos la mirada cuando se pesa; los tarros de cristal con amplia boca, cerrada con tapadera hermética o de rosca; los sifones y otros artilugios; todo es el efecto placebo de un pasado pendiente de recordar”, enumera su propietaria Del Hoyo. 

Año 2017. El hijo de Violeta, la de Ultramarinos Violeta, Jesús Ortega levanta la persiana como cada mañana desde hace apenas un año y ve de frente en cuadro que con honores preside su nuevo negocio, el Colmado de LaLola. Es una foto de su madre en su antigua botiga. En lugar de una barra, un mostrador de tienda de comestible… “para que quien entre sepa que no llega a un bar normal sino a la herencia de muchos años de tradición”. El trabajo de interiorismo, obra del estudio IDEO, se fijó en todos aquellos colmados que ocuparon un día el perímetro de la catedral. La pátina antigua, el sabor de la Valencia comercial. “El Colmado tiene un año pero parece que tenga cincuenta”, dice Ortega.

Año 2017. El vecino del Cabanyal Román Navarro abre Anyora, la bodega que anhelaba. “Su apertura atiende a una necesidad como cliente, parece mentira pero ofertas clásicas son cada vez más difíciles de encontrar”. Nuevamente, una apelación a la Valencia del mejor pasado, sacar casta (de la buena) frente a las propuestas aguadas e impersonales. “En el interiorismo queríamos que los elementos nuevos y los antiguos no se reconocieran, que pareciera de toda la vida. Queríamos recuperar el espíritu de las casas de comidas de los años 80”.

¿El interiorismo cuqui ha muerto, larga vida al interiorismo con ‘arrel’? No, no es eso. Pero la coincidencia en el tiempo de estos tres ejemplos -se extienden hasta París, donde El Tast está a punto de abrir su segundo local de estética cien por cien valenciana- refleja una clara reafirmación del estilo propio. Los retazos antiguos del pueblo de nosotros. La raíz frente al artificio. Aquello que Román Navarro explica para la gastronomía -”llevamos unos años descubriendo todos los sabores y recetas de otros países, y era necesario, pero ha llegado también la hora de poner en valor nuestras recetas tradicionales”- aplicado al puro diseño interior. Jesús Ortega lo razonará así: “Hay cierto hartazgo de lo impersonal y lo importado que ves en cualquier sitio, en cualquier ciudad. Nos reconforta volver al origen de lo que somos”. 

Laura Losada (El Chiringuito), encargada del interiorismo de Anyora, pone voz al nuevo movimiento: “Estamos en un momento de parar, de frenar… todo va demasiado rápido y eso ha producido una nostalgia generalizada hacia el pasado, donde las cosas se cocinaban a fuego lento. Eso es lo que hemos querido transmitir”.

Sobre Anyora materiales hechos a mano como el pavimento de barro cocido y el azulejo de barro esmaltado; elementos de decoración recuperados como las puertas, los tablones de madera y todos los objetos de decoración; todo un follaje de plantas aromáticas, espartos, ñoras, ajos… que cuelgan en la estructura suspendida sobre la barra. “Nos recuerdan -dice Laura Losada- que tenemos una naturaleza en la Comunidad Valenciana con infinidad de plantas aromáticas y todo tipo de hortalizas que nos aporta todo aquello que necesitamos para preparar nuestros guisos de siempre y de ahora, un guiño hacia esa tierra que debemos respetar y cuidar”.

La tipografía, obra del Estudio Merienda -especialistas en proyectar solera: también de ellos es el logo del Colmado- “se ha construido con referencias a rótulos de comercios valencianos tradicionales, así como el característico color verde presente en el logo y en el local, tan del l´Horta y del mocadoret”.

Laura Losada hace una buena síntesis de por qué, en lugar de un local de ambientación nórdica o a lo Formentera, se prefirió la más añeja cercanía: el deseo de tener “una taberna que viene a recordarnos los valores importantes de nuestro pasado pero con una mirada clara hacia el presente y el futuro”.

En uno de los laterales del Colmado el ladrillo valenciano from Manises reluce como un fondo de escritorio propicio para proclamar un estilo hereditario. Cuenta Ortega que son los que estaban en su casa familiar, donde hoy se instala la nueva Fe. Raíces, raíces.

A Victoria del Hoyo los objetos que pululan en su Casa le recuerdan irremisiblemente a su propio pasado: “Desde la cristalería en la que se sirven los vermús, hasta la vajilla en la que sacamos las albóndigas de bacalao, traída del recuerdo de mis veranos en nuestra casa del pueblo (Mira, Cuenca). Pasando por nuestra colección de cafeteras de latón, los sifones, la báscula, la lámpara de quinqué, los espejos, nuestra colección de soperas de porcelana…”. 

El interiorismo cuqui ya tiene rival. Puede que sea un ejercicio de nostalgia. O puede que sea un empeño completamente tranquilo y natural por reafirmar los valores estéticos propios. 

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