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CRÍTICAS DE CINE

'La forma del agua' y 'Black Panther': metáforas en contra de la discriminación

16/02/2018 - 

MADRID. Esta semana coinciden en la cartelera dos películas que aparentemente no tienen nada que ver entre sí. Por un lado, La forma del agua, un cuento para adultos salido de la exuberante imaginación de Guillermo del Toro y, por otro, una película de superhéroes de la factoría Marvel, en esta ocasión basada en el personaje de Black Panther. Sin embargo, no hace falta escarbar mucho para darse cuenta de que ambas se encuentran emparentadas por una misma corriente subterránea que tiene que ver con la necesidad de introducir en el trasfondo de las narraciones un discurso político acerca de la reivindicación de la diferencia. 

En el caso de Guillermo del Toro, el cineasta siempre ha sentido una especial querencia por los desheredados, por aquellas personas que viven en la cara más oculta de la sociedad, que no son aceptados por una razón u otra, por su apariencia física, por motivos ideológicos o por razones de discriminación social. En esta ocasión, para La forma del agua, ha escogido a un grupo de personajes invisibles dentro de la sociedad norteamericana de principios de los años sesenta: dos mujeres, una muda y otra afroamericana que trabajan limpiando un centro de investigaciones del Gobierno, un homosexual que no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y que no ha salido del armario, un espía ruso que traiciona a sus compatriotas y una criatura marítima condenada a convertirse en materia prima para experimentos. Un grupo humano tan diverso como representativo a la hora de hablar de la exclusión y la marginación tanto en el pasado como en el presente. 

Como él mismo ha declarado, quería hacer una película que hablara de nuestro tiempo, de los problemas que nos aprisionan en la actualidad, pero sirviéndose del pretérito para constatar que continuamos perpetuando los mismos problemas. Si entonces las minorías raciales, religiosas y sexuales lo tenían complicado, ahora continúa estando presente la discriminación como un mal arraigado en el fondo de la sociedad a través de la homofobia, el racismo y el machismo. 

La forma del agua se encuentra configurada como un cuento de hadas, pero detrás de la historia de la princesa y el monstruo se esconde una fábula de carácter político en la era Trump, una metáfora en torno al odio y al miedo dentro de nuestra sociedad y una poética y estilizada historia que sirve para dotar de dignidad a una serie de personajes que han sufrido en sus carnes el rechazo, la represión y la intolerancia. 

Para Guillermo del Toro, la fantasía y la imaginación son armas poderosas para transformar el mundo. Por eso, a pesar de situarnos en un entorno hostil, un ambiente grisáceo en el que prima la cerrazón moral y un con un malo sin contemplaciones (el que encarna Michael Shannon), lo cierto es que la película se encuentra recorrida por un halo de sensualidad. El director quería impregnarla de vitalismo. También quería reivindicar los sentimientos de una manera muy pura, y por eso utilizó como referentes el cine mudo y el género musical, para rendir homenaje al cine como si se tratara de su particular carta de amor. 

En realidad, el esquema que ha utilizado Guillermo del Toro en La forma del agua, es el mismo que ya desarrolló en películas previas como El espinazo del diabloEl laberinto del fauno. Películas que hablan de épocas oscuras a través de miradas inocentes. Películas que hablan a través de fantasmas y criaturas ancestrales, del mal incrustado en nuestra sociedad. 

En el caso de Ryan Coogler, comenzó su carrera cinematográfica haciendo cine de denuncia. Su película Frutitvale Station narraba las últimas horas de un joven de color antes de ser asesinado por la policía sin ningún motivo, y estaba basado en un caso real que conmocionó a la sociedad americana. Sin embargo, el joven debutante a pesar de sus buenas intenciones utilizaba en ella todas las trampas para manipular al espectador a través de un mecanismo narrativo tendente al sensacionalismo. 

Afortunadamente Coogler aprendió la lección y en su siguiente película, Creed, consiguió dejar a un lado la furia juvenil para internarse en el terreno de la madurez creativa. Consiguió algo muy difícil, darle una nueva dimensión, fresca y contemporánea, al personaje de Rocky Balboa y su saga. Y lo más importante, abandonó el victimismo que se encontraba implícito en su ópera prima para introducirse en los caminos de la lucha y de la resistencia para certificar que el elemento lacrimógeno estaba sobrevalorado, que no servía de nada caer en la autocomplacencia, que lo importante era, parafraseando a Balboa, mantenerse siempre en pie.  

En Black Panther el director se encarga de repetir la jugada que hizo con Rocky Balboa, pero en esta ocasión aplicándola al cine de superhéroes de la factoría Marvel. Es decir, ser escrupulosamente fiel a su herencia, pero al mismo tiempo intentar hacer algo diferente al pasarlo por el filtro de sus intereses y de su personalidad. 

Así, Black Panther se convierte en un poderoso vehículo para reivindicar la identidad. Además de ser un poderoso filme de aventuras, de crear una mitología propia, de deslumbrar a través de su ritmo y su imaginación visual, de estar protagonizado por la plana mayor del star system afroamericano, la película también incluye un discurso alrededor de la discriminación y del peligro de dejar el poder en las manos equivocadas, en personas que promueven el odio y la violencia, en malos dirigentes que lo único que hacen es pervertir la buena salud del Estado para satisfacer sus propios intereses. 

Black Panther exhibe su orgullo racial y el poder de sus raíces tribales y demuestra de qué manera las películas de superhéroes pueden ser también vehículos para introducir valores como el respeto, la lealtad, el compañerismo y el sacrificio, siendo además contestatarias y complejas a nivel ideológico al mismo nivel que películas como Detroit de Kathryn Bigelow. 

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