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el muro / OPINIÓN

Mi voto por un sueldo

Un sueldo institucional a cambio de 40 votos anónimos fue en su momento la oferta política de moda. Ahora es un sueldo a cambio de un gobierno municipal. Esto se sale. Es digno de estudiar en un máster.

29/04/2018 - 

Llevo meses o años atónito ante lo que ha derivado nuestra clase y situación política, pero sobre todo nuestras instituciones. He aprendido que eso de la lógica productiva y eficiente de los partidos ya no se sostiene ni siquiera entre los recién llegados. Se han convertido en auténticos lobbies, estructuras de poder de la gestión pública, por no decir en empresas que gestionan sin escrúpulos las instituciones -excepciones muy honradas, por supuesto- como si fueran propias y en las que la jerarquía está muy bien estructurada. La antítesis de lo que considero el sano ejercicio de la política atendiendo postulados de los clásicos.

Esto de la política o mejor, esto de los partidos políticos endogámicos que funcionan como una familia hasta que se traicionan, va de mal en peor. Nos invaden, engañan y arrinconan. Deciden, pese a la oposición ciudadana, argumentando informes de expertos y amaños o pactos internos.

Por eso continuamos a la cabeza del ranking de la corrupción europea, como así desvelaba reciente el informe de la ONG Transparencia Internacional que calcula el Índice de Percepción de Corrupción (IPC). En él se recogen las impresiones de expertos y ejecutivos en relación a parámetros como sobornos, protección legal de denunciantes, excesos burocráticos, legislación anticorrupción o desvío de fondos públicos.

Según esta organización, España es el país de la UE donde más ha crecido la percepción de corrupción en los últimos cinco años. Por suerte, cierra el combo Bulgaria. Imagino que aquello será como para establecer puentes aéreos con máster de regalo durante el vuelo.

Tenemos casos para dar y vender. En Alicante, por ejemplo, la concejala tránsfuga Nerea Belmonte, apartada de Guanyar por contratar con afines, cedía la alcaldía al PP por muy progre que se defina. No por convicciones políticas, ideales, objetivos, proyecto y hasta cambio ideológico, que incluso podría entenderse. No. Simplemente por intentar negociar un sueldo que le mantendría relajada hasta fin de legislatura. Es como para fiarse.

Aunque no esté dentro del mismo baremo, ahí tenemos también a nuestras Corts autonómicas cediendo un espacio institucional para que una de sus señorías, Alejandro Font de Mora, exponga los cuadros con los que se entretiene en sus ratos de ocio y retratan a sus compis de cámara autonómica. Él mismo afirmaba que hacía tiempo que no había visto a sus compañeros de hemiciclo tan distendidos. Advertía, eso sí, que tanto el ágape como los gatos colaterales los había sufragado de su bolsillo. Faltaría más.

Ya tenemos nueva función para Les Corts: sala de exposiciones temporales. Lo que nos faltaba. Alguien definió esa exposición del exconseller de Educación que quería que nuestros hijos estudiaran chino y casi entra en la Academia de Llengua como si fuera Emiliano Zapata, como algo muy kitch. Advierten que el nuevo sistema diseñado para colgar los cuadros del actual Vicepresidente primero de las Cortes Valencianas servirá para otras exposiciones. Estamos en racha. Tenemos nueva función parlamentaria.

Corrían por las redes sociales todo tipo de comentarios al respecto. Pero el más jocoso era el de alguien que proponía un catalogo de usos para el Palacio de los Borja: desde coctelería y restaurante low cost, que ya lo es, hasta Casa de la Cultura de nuestros representantes autonómicos. De tal forma que cada uno de ellos podría exhibir aquellas labores a las que dedica su tiempo libre: montaje de maquetas aeroportuarias, macramé, manualidades o punto de cruz. No estaría de menos en el catálogo las lecturas poéticas nacidas desde la intimidad del hemiciclo. Sería innovadora la iniciativa. Una forma de apreciar las cualidades desconocidas de todos esos diputados/as que, entre pleno y pleno o comisión y comisión que no conducen a casi nada, idealizan en su imaginación. Esto es de pandereta. Algunos dan a entender que, en realidad, han equivocado sus respectivas profesiones y a través del nuevo pulso emocional afloran frustraciones o inquietudes reales.

Si optaran por la fórmula expositiva, cada seis semanas que es lo que suele durar una exposición temporal que tanto nos gusta aunque no vaya casi nadie, disfrutarían de ágapes a escote y compadreo añadido con los que poder relajar tensiones e intercambiar experiencias personales.

Hablarían entre canapés y copas de los currículos con los que nos han estado engañando demasiados durante tanto tiempo y de repente han adelgazado sin evacuol. A saber. El que era cirujano se ha convertido en, simplemente, soltero; el pedagogo, en mero actor; el matemático en profesor de clases particulares de refuerzo, alguna alcaldesa es licenciada en una titulación inexistente... Y los másteres, qué me dicen de los másteres. Pues eso. De oferta o regalo. Existe un auténtico mercadillo en la República Dominicana.

Sin embargo, el resumen de este gran teatro del mundo en el que se ha convertido el oficio de la política a escala nacional, autonómica o municipal nos la ha regalado la señora Cifuentes, adalid de la limpieza política, seriedad y honestidad. No ya por ese máster que le tocó en una feria del ganado sino peor, por esa soberbia que nos mostró cuando advertía con voz de bruja de Disney aquello de “no me voy, voy a seguir siendo vuestra presidenta”. Peor, se ha ido después de salir a la luz un vídeo en el que le registraban el bolso y del que aparecían al estilo Copperfield cremas estéticas sacadas de un supermercado con guante blanco. La vendetta ha sido extrema. Estaba todo preparado. En política ya todo vale. Así funcionan. Desde el anonimato y al amanecer. La deshonestidad no estaba sólo en meter la mano en nuestras arcas o en las comisiones. Trincaban hasta perfumes.

Lo peor de este asunto ha sido el silencio y la complicidad de quienes la han protegido o han puesto en jaque a toda una institución académica y en penumbra al resto del país con sus silencios añadidos o apoyos cómplices. La de quienes guardaban el dossier a la espera de acontecimientos para terminar firmando una muerte política de alguien que gobernaba una comunidad con mano ancha. No es el primer caso. Ni será el último tal y como avanzan los acontecimientos. El sobresalto es diario. Hemos perdido hasta la capacidad de sonrojo y sorpresa.

Sin embargo, el caso dice mucho sobre quienes la resguardan impunemente ante una sociedad cada día más perseguida impositivamente, manejada en todos los sentidos y para la que no existe horizonte entre nuestros jóvenes científicos, recién licenciados, parados de larga duración e incluso trabajadores abnegados y pensionistas. Todos espectadores del gran timo de un sistema repleto de impostores a los que mantenemos por electos.

Ahora entenderán lo del funcionamiento piramidal, siciliano o empresarial y el uso partidista de las instituciones.

Según revelaba el diario El País, la caída de la presidenta de Madrid con una moción de censura y no una dimisión hubiera significado la salida de 140 personas de confianza con sueldos entre 44.000 y 66.000 euros. El listado de altos cargos en la autonomía abarca el centenar. Sus emolumentos varían entre los 75.000 euros de los directores de área, a los 134.000 del director de Telemadrid. A ello hay que añadir las más de quinientas personas que se hubieran visto afectadas en cargos o instituciones afines.

¿Es o no una simple estructura empresarial? Ahora entiendo tanta coraza física, esa que forma inmensos corrillos en torno a nuestros líderes de papeleta y aparta periodistas valientes pero imprudentes y sobre todo peligrosos para estos chachis.

Todo esto recuerda a aquel humorista argentino llamado Joe Rígoli, muy celebre en la década de los 70 gracias a TVE, y cuyas apariciones en la pantalla siempre las concluía su personaje Felipito Tacatún con aquella sólida afirmación de “yo sigo”. Así estuvo el personaje presente en las 625 tontalíneas durante más de diez años, menos de los más de veinte que algunos/as aportan a su currículo. Así se mantienen en el tiempo por intereses de partido hasta que la razón o las pruebas les llevan a caer por el acantilado.

No le den más vueltas. Ahí está la verdadera explicación de la bunquerización a la que se someten nuestros políticos cuando se ven acosados o pillados, en la advertencia de lo que sucederá a otros o en la amenaza de tirar de la manta. Faltaba el lío de Pedro Agramunt para completar el círculo ocioso.

Ya lo dejó claro Rajoy en su momento: “Todo es falso, salvo alguna cosa”. Yo cada minuto que pasa estoy más convencido de que todo es falso.

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