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‘Petra’: la tragedia griega se viste de película en un descarnado retrato sobre la búsqueda de la identidad

16/10/2018 - 

VALÈNCIA. La búsqueda de la identidad, de la verdad primigenia sobre uno mismo, puede acabar revelando horrores que habían quedado cubiertos por el manto terroso del silencio. De ese anhelo por rastrear los propios orígenes y las inesperadas consecuencias que este hallazgo produce nace Petra, la nueva película de Jaime Rosales (Las horas del día, La soledad, Hermosa juventud). Una revisitación de las tragedias griegas en clave contemporánea que se estrenará el próximo 19 de octubre tras haber pasado por Cannes y San Sebastián. Como peldaño previo a su llegada a las salas, el realizador acudió este lunes al Cine Club Lys para presentar la cinta y explorar en las profundidades de los secretos ocultos en el hogar, dulce hogar.

El filme toma el nombre de su protagonista (Bárbara Lennie), una joven pintora a la que han ocultado quién es su progenitor. Tras la muerte de su madre, Petra comienza a rastrear en el pasado familiar hasta llegar a Jaume (el amateur Joan Botey, que debuta aquí a lo grande), un artista plástico tan exitosos como despiadado (las esculturas que aparecen han sido prestadas por Manolo Valdés). Un ser omnipotente, cruel y narcisista. El mal no toma aquí el rostro de la grandilocuencia y la solemnidad, sino que se encarna en un patriarca cínico e irónico que destroza a sus congéneres a base de humillaciones y afrentas domésticas. "Es un sociópata que vive entre nosotros, pero lo que hace no es ilegal", explica Rosales. En esa búsqueda de respuestas y certidumbres, Petra conocerá también a Lucas (Alex Brendemühl), hijo de Jaume, a su esposa Marisa (Marisa Paredes) y a los empleados que viven bajo los designios tiránicos del creador. A partir de ese momento, los personajes se verán engullidos por un torbellino en el que se entremezclarán los episodios de violencia, esperanza, perversidad, remordimientos y redención.

La vida de Petra aparece marcada por ese interrogante paterno “siente una necesidad de ir a su encuentro, porque esa carencia se ha convertido para ella en una fuente de sufrimiento, en la sensación de estar incompleta”. A la búsqueda de la historia familiar se  une también la búsqueda de la identidad artística, casi existencial, algo así como un hondo ‘¿qué es lo que realmente quiero hacer con mi vida?’. “Petra se plantea ese dilema, ella ha seguido un camino creativo basado en sus propias obsesiones, casi con una connotación terapéutica, pero con él no ha logrado llegar al punto profesional y personal que ella esperaba alcanzar. En ese sentido, se enfrenta a Jaume, que es un hombre exitoso que tiene una visión del arte completamente diferente: lo observa como una actividad productiva con la que enriquecerse. Esa confrontación es muy importante desde el punto de vista psicológico del personaje”, comenta Rosales, ganador de dos Goya.

 

El largometraje se concibe como una revisitación en clave actual de las tragedias griegas, una traducción de esos textos clásicos a los lenguajes contemporáneos. “Para contar una historia de poder tan fuerte, tenía que llevarlo o al mundo de las finanzas o al del arte”, expone Rosales, quien para retratar el universo de Jaume afirma haberse inspirado en el entorno creativo de Miquel Barceló, “pero no en él, que es una bellísima persona”. 2018 y seguimos volviendo a Aristófanes y compañía. ¿Por qué es anhelo por regresar a los mitos clásicos? Para Rosales, la tragedia griega presenta dos atractivos: “por una parte, pone en marcha un engranaje dramático muy dinámico, pero también tiene algo metafísico que me interesa mucho, esa idea de una fuerza sobrenatural que domina nuestros destinos y cuanto más nos empecinamos en lograr algo, más efectos contrarios se producen. Es una visión con la que comulgo mucho”. Además, entre las virtudes de estos ecos helénicos destaca “la multiciplicidad de lecturas” que se pueden extraer. 

Producida por Wanda Films, la cinta es también la historia de dos mujeres que callan, ocultan y sufren: Marisa, la esposa de Jaume, y Julia (interpretada por Petra Martínez), la madre de la protagonista, que decide llevarse a la tumba el nombre del progenitor. Un silencio que busca proteger a su prole “pero se trata de una protección falsa porque acaba generando en su hija esa necesidad de saber, de averiguar”, comenta el realizador.

Un Frankestein “asumidamente folletinesco”

Nos hallamos ante una película cuya receta bebe tanto de las influencias del cine clásico como del moderno. "Ese Frankenstein intenta extraer lo mejor de cada familia", considera. En esa línea, el guión es “asumidamente folletinesco, melodramático” pero encuentra en los recursos narrativos empleados la ruptura necesaria, la puesta al día que lo expulsa del exceso de clasicismo. Así, si en La soledad Rosales acudía a la polivisión como herramienta expresiva, aquí lo apuesta todo a dos estrategias: la presentación de los hechos en capítulos desordenados separados por cartelas y la concatenación de planos secuencia a base de steadycam. “Mi intención era, por una parte, romper la linealidad del cine clásico, y elegir planos sofisticados, con una mirada que entra en la escena y se va”, apunta el director.

  Foto: EVA MÁÑEZ 

Tras el naufragio comercial que supuso Sueño y silencio (2012), Rosales confiesa que con esta película lo que busca de forma esencial es “llegar al espectador. En este momento lo que más me importa es la taquilla, el cine tiene que seducir a la audiencia”. Un cortejo que, en este caso, no renuncia a la investigación formal y a una escritura fílmica compleja. El objetivo, por tanto, es resultar atractivo al público, pero, al mismo tiempo pedirle un esfuerzo extra a la hora de interpretar la pieza y recomponer el tiempo narrativo, una tarea que para Rosales es, ante todo, “gozosa y placentera. Creo que es una pena que haya personas que decidan no exponerse al arte”. Así, señala que a quienes visionan el film "se les va a llevar de la mano, pero van a tener que trabajar un poquito". 

Rosales no solamente es exigente con su público, sino que también tiene fama serlo con su equipo actoral. A ese respecto, señala que la experiencia de rodaje con Marisa Peredes resultó muy intensa. “Nos hemos peleado bastante y hemos sufrido, pero nos queremos mucho”, apunta. “Los intérpetes se sienten perdidos conmigo porque no tienen control creativo, se tienen que abandonar en mis manos", subraya. A pesar del componente tan íntimo y personal de la obra, Rosales confiesa haber cedido a diversas exigencias, no menores, de los productores. Una de ellas, precisamente la incorporación de Paredes. También el uso de música extradiegética, algo inédito en su carrera. "El cine es hermoso y es potente cuando es arte e industria", concluye.

El genio y su obra

Ese ogro cruel e inmisericorde que es Jaume plantea a su vez un dilema de plena actualidad: ¿es posible separar al creador de su producción, al genio del individuo maligno? Rosales lo tiene claro: “creo que es necesario realizar esa diferenciación. Creo que una parte de la decadencia cultural de nuestra época se debe a la asimilación de la biografía del artista con su obra. La biografía es irrelevante, obviamente, sus actos están sometidos a la ley como los de cualquier otro humano, pero la obra es algo externo, es un objeto que alguien ha creado y en el que ha depositado su sensibilidad y que es recibido por otra persona, incluso de una época diferente, que establece una conexión emocional con ella”. “Centrarse en valoraciones moralistas respecto al artista puede hacer que se dejen de valorar creaciones extraordinarias de seres monstruosos”, apunta. “Jaume es un ser reprochable que merece toda nuestra condena, pero su trabajo es tremendamente potente y lícito”, señala.

Si nos circunscribimos a la elección de temas, en esta cinta Rosales abandona las cuestiones de actualidad social que retrataba en títulos como Hermosa juventud para centrarse en grandes supuestos universales, sin embargo, las fibras del aquí y el ahora se siguen filtrando en su narración. Así, mientras Petra trata de desenterrar su pasado personal, Lucas, el hijo de Jaume, se dedica a fotografiar fosas comunes de la Guerra Civil, a documentar cómo se desentierra el pasado colectivo. “Me interesa ser muy preciso y detallista, anclarme en el contexto en el que vivimos. En ese sentido, creo que es una película que refleja el presente de España” señala Rosales. 

Las relaciones de poder y, más en concreto, las vejaciones a las que Jaume somete a quienes le rodean -ya sean sus familiares o sus subalternos (milana bonita)-, juegan un papel esencial en la trama. A este respecto, el realizador subraya que “la historia colectiva española con el poder es bastante complicada, el país tendría que sentarse en un diván. En eso admiro bastante a la cultura anglosajona: es muy raro ver en esas sociedades comportamientos humillantes. La domesticación de la humillación es una característica de evolución social. El humor inglés se basa en la autoironía; el español, en la burla”. En cuanto a la puesta en escena, como es marca de la casa en la producción de Rosales, Petra huye de los artificios y las concepciones preciosistas, “tengo un gusto por lo natural, siempre me esfuerzo para que el resultado sea lo más realista posible ya que me produce una mezcla de placer estético y técnico, debido a su dificultad. Intento llevar a cabo acciones que me resulten complicadas y lograr esa precisión supone todo un reto”, señala.

“Si no hay belleza no hay verdad”, desliza uno de los personajes en un momento dado del largometraje. Pero la verdad, como demuestra Petra, también puede llevar a descubrir pozos de horror. En cualquier caso, para Rosales, vale la pena: “la verdad siempre es preferible a la mentira, sin ambivalencias. En el corto plazo, puede producir una herida sangrante, pero a la larga, la verdad, por difícil que sea, puede ser perdonada y resulta mucho más terapéutica”. La influencia griega sale de nuevo al acecho: al escapar de la caverna, uno puede quedar temporalmente cegado por la luz solar, pero la liberación que producen las certezas acabará logrando que consiga percibir nítidamente el mundo que le rodea. Con sus bonanzas y sus miserias.

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