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Pilar Pedraza: “Me divierte tanto la información científica como la ficción”

La escritora valenciana publica la novela ‘El amante germano’ y el ensayo ‘Jean Cocteau. El gran ilusionista’

20/04/2018 - 

VALÈNCIA. Pilar Pedraza (Toledo, 1951) es una escritora única en su especie. Su obra va del análisis cinematográfico a la novela de ficción fantástica, pasando por el ensayo sobre el papel de la mujer en la cultura, intereses que ha ido alternando desde hace más de treinta años para crear un voluminoso corpus literario donde los textos de consulta se alternan con las historias habitadas por seres legendarios o mitológicos. Jubilada tras dos décadas de docencia en la Universitat de València, vive fortificada en el refugio de su casa, ubicada en el barrio del Carmen, donde se zambulle en libros y películas en busca de inspiración e información con la que perpetrar nuevas historias que ofrecer a sus fieles lectores. La última de ellas se titula El amante germano, y está ambientada en la Roma clásica, donde dioses y seres humanos se ven envueltos en una trama salpicada de todos los ingredientes que caracterizan sus libros. Editada por Valdemar y con unas estupendas portada e ilustraciones interiores de Luis Pérez Ochando, coincide en las librerías con Jean Cocteau. El gran ilusionista, una monografía sobre el artista francés, que ha publicado Shangrila.

-Según la editorial, ‘El amante germano’ completa la Trilogía de las Antiguas, que integran también tus novelas ‘Lobas de Tesalia’ (2015) y ‘La perra de Alejandría’ (2003). ¿Tenías previsto escribirlas desde el principio o es una trilogía accidental?
-No tenía planeadas tres novelas, pero sí quería escribir estas tres historias, que siempre me han rondado y conozco desde hace mucho tiempo, ya sea por fuentes literarias o porque sus imágenes me han asaltado de alguna manera. Me gustaba mucho la figura de Hipatia de Alejandría, antes de que se pusiera de moda, por cierto (risas), así como la bajada a los infiernos que se cuenta en Lobas de Tesalia. También las fuentes griegas antiguas de El amante germano. No son novelas que se complementan unas con otras, como las de El cuarteto de Alejandría (Lawrence Durrell), pero sí poseen puntos en común, ya que las tres tratan de la Antigüedad clásica y están protagonizadas por mujeres que tienen el poder y llevan adelante su misión o su deseo, y por tanto son sujeto de su historia. 

-La novela está ambientada en Roma, pero dices que su origen es griego.
-Sí. Desde muy joven he leído libros de mitología que había en casa, y luego tuve la suerte de pasarme veinte años en la Facultad dando clases de cultura y arte clásicos, haciendo viajes a Grecia, Asia Menor o Italia. No solo conozco ese mundo desde fuera, sino desde dentro. También gracias al cine, pero no al péplum, sino al de los años sesenta en adelante: Fellini, Pasolini… En ese sentido, he tenido muchos materiales en la memoria para elaborar esta ficción o reconstrucción.

-Se trata de una ficción, evidentemente, pero se nota que tiene detrás una investigación exhaustiva.
-Muchísima. En esos veinte años dando clases para gente que se interesaba mucho por los temas relacionados con el arte, yo procuraba también que estuvieran muy presentes la vida cotidiana y la vida religiosa, explicar de alguna manera lo que yo había experimentado en Delfos, Olimpia, lo que para mí significa Roma como gran símbolo de una Antigüedad presente, porque puedes tomarte un helado al lado del Partenón y estás uniendo miles de años. Eso siempre ha sido muy importante en mi vida personal o espiritual, como quieras llamarlo. He leído muchísimo, he visto mucho cine. El libro que publiqué con Juan López Gandía sobre Federico Fellini (1993) fue casi resultado de mi amor por el Satiricón; tirando de ese hilo, reconstruimos al cineasta. El amante germano se lee en dos días, pero lleva muchos años de continua investigación y atención personal al tema.

-Desde ‘Las joyas de la serpiente’, con la que ganaste el Premio de Narrativa Ciudad de València en 1984, hay en muchos de tus libros una voluntad de unir lo sagrado y lo profano, algo poco habitual cuando se aborda lo uno o lo otro. También sucede en ‘El amante germano’.
-Sobre todo cuando me adentro en el mundo clásico. El péplum de los años cincuenta y sesenta, que ha sido un cine muy frecuentado por mi generación, y las novelas del XIX como, Quo Vadis? (Henryk Sienkiewicz), siempre han considerado que la religión hegemónica es el cristianismo, que los paganos no tenían religión ni piedad y solo querían imponer el culto al Emperador, pero no nos hablaban de la religión de los romanos y de los griegos; o de los egipcios, que formaron parte del imperio de Alejandro. Siempre me ha interesado el punto de vista de los paganos. Por eso Hipatia, que era la mártir pagana masacrada por los cristianos. Ella tenía una religión consolidada desde hacía siglos. En la Universidad descubrí la escuela de historiadores y antropólogos de París que estudió las lenguas griegas y el latín, así como la religión en su máxima pureza, sin compararla con la cristiana ni con ninguna otra, con sus dioses y sus santuarios, el régimen religioso de las ciudades… Me fui enamorando del paganismo, porque es la religión que más tiene en cuenta al hombre. Aunque no es trascendente, como la cristiana, la judía y la musulmana, sino que está más vinculada a la naturaleza, a dioses que pertenecen a distintos avatares de la vida, del amor, de la guerra, de la muerte…

-O de las tuberías, como una diosa doméstica que aparece en ‘El amante germano’.
-De las tuberías, de las gomas de borrar de los niños, de las mochilas (risas)… De todo. La religión romana es muy graciosa en ese sentido. Todo está lleno de dioses, se hacen pequeños sacrificios y se acude a ellos cuando surge un problema doméstico. Eso no era lo que enseñaba la Universidad del franquismo. Entonces, el latín, el griego y el arte clásico consistían en traducir a Tácito, a Jenofonte y a César, estudiarse las columnas del Partenón y los órdenes dórico, jónico y corintio y abundar en eso una y otra vez. Todo el mundo cultural clásico quedaba prácticamente anulado. Cuando empezamos a leer a los franceses fue cuando se empezó a estudiar desde un punto de vista diferente la riqueza de la civilización que hemos heredado, con toda su carga de religiosidad cotidiana y su jurisprudencia, porque somos más romanos de lo que parece, del mismo modo que los romanos son también más modernos de lo que aparenta.

-Es curiosa la naturalidad con que introduces a los dioses y los seres mitológicos en una narración de corte realista.
-Para mí, los dioses griegos y romanos forman parte de la vida cotidiana. Me remito a la literatura. Si lees La ilíada con detenimiento, los dioses están yendo y viniendo, observando cómo van las batallas. Afrodita quiere proteger a Diomedes y se lanza a la batalla a auxiliarle. Le pegan una cuchillada y luego va a quejarse llorando a Zeus, que le dice que no debe meterse en asuntos humanos, sino quedarse quieta mirando. Los dioses clásicos se meten mucho, sobre todo en Ovidio y toda la literatura fabulística. Hay, además, una conexión sexual y de progenie entre dioses y hombres, porque tienen semidioses entre sí, que son héroes de una importancia extraordinaria. Para los más jóvenes, serían como los personajes con poderes.

-Los superhérores actuales, ¿no?
-Claro. Aquiles, un modelo de fuerza y belleza, es hijo de una diosa y de un mortal. O Helena de Troya, que es hija de Zeus. Hay un maridaje entre dioses, hombres e incluso animales, en las fases más antiguas de la mitología griega, donde hay dioses que a veces se convierten en animales para raptar a mujeres o tener a su vez con ellas animales fantásticos, como Pegaso. Para una amante de lo fantástico, estas culturas tienen un acervo tremendo, sobre todo por esa falta de fronteras claras entre lo divino, lo humano y lo animal en sentido amoroso. Además, el semen de los dioses siempre engendra, no hay unión de dios y humano o animal que no engendre algo. El mundo griego está lleno de esas criaturas, que pueden ser fascinantes, como Helena y Aquiles, o tremendamente monstruosas, como las gorgonas o las arpías. 

-De alguna manera, la nueva mitología superheroica es su heredera, aunque extirpa casi todo lo carnal y sexual. Thor es un dios de la mitología nórdica, Wonder Woman procede de Temiscira, una isla habitada por amazonas, pero parece que por el camino se ha perdido algo.
-Hemos perdido mucho, muchísimo. Sobre todo, esa idea del héroe que es mezcla de dios y ser humano. Las reinas de las amazonas son, directamente, hijas de Marte, el dios de la guerra. Es más rico que muchas invenciones modernas posteriores, de superhéroes que no tienen esa genealogía tan especial. Si se pierde cultura, se pierde nivel. Y se gana en alegría evasiva, seguramente. Los superhéroes actuales son más controlables por los lectores y los editores que los amores de Aquiles y Patroclo, uno hijo de diosa y humano y el otro de humanos. Esa continua fricción con lo divino resulta más interesante que proceder de un planeta remoto o ser picado por una araña. Aquí vienen del Olimpo o del Hades y para los griegos no era mitología sin más, creían en sus dioses y había que estar a bien con ellos. Los castigos fundamentales a los humanos eran por hibris, la soberbia que te hace creerte como un dios, o por no tributarles los sacrificios que les correspondían. Pero los seres humanos no estaban a expensas de los dioses, sino del destino, que no se podía cambiar. Los dioses podían ayudarte o ponerte las cosas difíciles, pero no dependías de ellos, como los cristianos dependen del suyo, patriarcal y tiránico. 

-En ‘El amante germano’ destaca otra constante de tu literatura que a veces pasa desapercibida, quizá porque se encuadra en coordenadas de género fantástico, y es un gran sentido del humor.
-Sí, es fundamental. Y va in crescendo. Ni Las joyas de la serpiente ni La fase del rubí (1987), que son de hace tiempo, tenían el humor despegado que hay ahora en muchos de mis textos, en los que veo el mundo con cierta distancia, seguramente por la edad y la cultura, creyéndome muy poco las cosas, pensando que la sociedad humana, tal como la hemos configurado, es una gran mentira, y eso no hace que renuncie a mi placentero paganismo, pero sí que me distancie bastante de todo, y ahí es donde entra el humor. Creo que voy a más en ese terreno, porque cada vez creo menos en todo. Cultivo una especie de misantropía jovial (risas).

-Muy sana, por otra parte.
-Sí, estoy en un momento vital en que no tengo que hacer ninguna carrera ni demostrar nada a nadie, porque lo que tenía que hacer profesionalmente ya lo he hecho y he cumplido. Lo que ahora me importa es escribir. No tengo la obsesión de superar algo, de estar haciendo un teatrillo para que los demás aplaudan. Tampoco escalo puestos, porque la política me desencantó, estuve dos años involucrada porque un amigo me lo pidió y entonces no sabía decir que no. Acepté y me vino muy bien la experiencia, pero nunca he hecho las cosas por trepar social o intelectualmente. Lo políticamente incorrecto empieza a ser lo mío, porque no me importa nada. Bueno, que disfruten las personas que tienen a bien leerme, eso me importa muchísimo. Pero me da igual que se vendan 4.000 o 400.000 libros. El humor viene de ese desapego de las cosas, los pequeños poderes, el dinero, que nunca he tenido, ni tendré… Eso da una libertad muy grande, que se puede traducir en una juerga continua o en un humor inteligente, y tengo la necesidad de crearme a mí misma como una persona con humor inteligente. Y no estar amarrada a nada que me impida poner el dedo en las llagas que haga falta, políticas, editoriales o lo que sea. El humor viene de la libertad.

-Antes comentabas que la Trilogía de las Antiguas se caracteriza porque sus protagonistas son mujeres fuertes. Y es cierto. Lo interesante es que lo son por sí mismas, no porque adopten un comportamiento masculino. Siempre me ha parecido erróneo considerar feminista, por ejemplo, una película como ‘Thelma & Louise’, (Ridley Scott, 1991), donde las mujeres son fuertes porque se comportan como machos.
-¡Y además acaban tirándose por un barranco! ¡Menuda victoria! (risas) Mis mujeres son personas que saben muy bien cómo son los hombres y lo gestionan como pueden, pero nunca pierden su feminidad. Excepto por el hecho de que las tres protagonistas de estas novelas no tienen hijos. Lo que pretendo es configurarlas como personas. Tienen poder porque tienen deseo de hacer algo, aunque en El amante germano la pobre Valeria está un poco mal de la cabeza y, dentro de la atmósfera que crea la maga Próxima Nigra, cree que va a poder tener a su amante para siempre y se hunde en un precipicio. Cuando cae rendida a simple vista por la belleza rubia de Druso Minor, al verle cruzar la calle, cree que está delante de Aquiles, un semidios, y se enamora de un ideal. 

-Ellas son los personajes más interesantes, a diferencia del padre o el amante.
-Domicio, el padre, es un personaje al que tengo mucho cariño, porque es muy actual y ordinario. Un hombre que tiene sus negocios de grano, sus chanchullos y sus corrupciones, y además es senador, por lo que tiene abandonada a la familia, ya que en Roma el padre siempre está fuera y la madre es la que manda en casa, hasta que hay un problema muy grave y el señor es quien dice lo que hay que hacer. Pero el senador es muy realista, y creo que tiene la fascinación de lo real. Él no quiere problemas con su hija o el amante, él va a lo que va, al Senado y a las termas con sus amigotes. La madre me interesa mucho porque las romanas de clase alta, hasta que se casaban, eran bastante libertinas en esa época del Imperio Medio, entraban y salían mucho, iban mucho de marcha nocturna, se hacían amigas de los gladiadores en las tabernas, hacían carreras de caballos… Eso no me lo he inventado, es así. Los chicos jóvenes de las clases pudientes llevaban una vida gamberra hasta que los casaban. Aquí, la madre aparece ya como una mujer pendiente del futuro de sus hijas.

Foto: EVA MÁÑEZ

-Pero se explica que tuvo una aventura anterior con un gladiador.
-Claro, tuvo sus aventuras. Y si necesitó recabar los servicios de la hechicera, se hizo los abortos. Eso también es realista. Como lo que pasa en el circo, que parece una invención. Las cautivas britanas muchas veces hacían carreras de carros en el circo, porque venían de unas culturas bárbaras donde la mujer iba codo con codo con el hombre en la lucha y muchas eran excelentes amazonas. Ellas, algunas libertas o niñas de la calle iban a escuelas de gladiadoras, les enseñaban a luchar y a veces aparecían en el circo romano, aunque ningún péplum lo haya reflejado. Es algo que sabemos históricamente. Incluso había estrellas de la gladiatura, tanto hombres como mujeres, que pertenecían a una especie de élite social, con su marido o amante, que era quien las llevaba, como un apoderado, que las cuidaba muy bien, porque el circo funcionaba a base de apuestas y había muchos intereses. Me gusta utilizar todo eso en un género distinto, porque en el circo romano que hemos visto en las películas, la mujer era una víctima cristiana con su velo, rodeada de ancianos, a la que se comían los leones. Y sí, claro, pero había más cosas, y esas que se suelen quedar fuera son las que a mí me gusta sacar.

-El amante regresa convertido en figura de cera a la que se dota de un alma. ¿Es una alusión al Golem?
-Hay un libro previo mío, Máquinas de amar. Secretos del cuerpo artificial (1998), sobre muñecos animados, el Golem, los robots de los años veinte o las mujeres ideales construidas, como Galatea… Me costó hacerlo, tuve que estudiar y viajar mucho. Ahí están mis conocimientos sobre ese tema. Lo que he querido contar en El amante germano es algo que no está en la mitología: qué pasa con una estatua, que ya de por sí tiene un germen de vida por ser una imagen humana, si se le proporciona un alma. En la mitología griega hay ocasiones en que una mujer o un hombre tienen como amante un muñeco. Son casos muy raros, pero existen. Hay unos versos de Teócrito sobre un señor que va al mercado y se compra un Eros de cera, y quien se lo vende le dice que ha hecho una buena compra, porque le dará muchos placeres en la cama. Son cosas que están en partes oscuras de la mitología griega o algunas fábulas muy concretas, como la de Protesilao y Laodamia, que es una historia bastante parecida a la del libro, aunque son solo unas pocas líneas sobre una mujer que enviuda y tiene un amante de cera. También en Alcestis, una tragedia poco conocida de Eurípides, que descubrí haciendo Máquinas de amar, donde una mujer que va a morir le dice a su esposo que se  construya una imagen de cera semejante a ella y la ponga en la cama, porque así ahuyentará a las posibles madrastras que quieran casarse con él y tener hijos. Le asegura que con el muñeco tendrá placeres fríos, pero placeres. 

-Se da una correspondencia entre tus ensayos y tus ficciones. Cuando trabajas en un tema científico, suele acabar derivando también en una novela. Esta vez no has publicado un ensayo relacionado con ‘El amante germano’, pero sí has escrito simultáneamente ‘Jean Cocteau. El gran ilusionista’. ¿Ha habido algo de su universo que se haya filtrado en la novela?
-No mucho. Quizá alguna cuestión de construcción, porque Cocteau era dramaturgo, novelista y director de cine, y sabía construir unos trucos de representación y de puesta en escena maravillosos, que pertenecen al texto y no al tema. Pero tienes razón en que siempre he estado escribiendo al mismo tiempo dos cosas que han acabado pareciendo de la misma familia. No es algo buscado. Lo de Cocteau fue una apuesta de amigos. En España no había nada sobre él, me plantearon hacerlo y acepté. Lo había dado en clase de cine de vanguardia, de ahí que aceptara, pero mientras lo escribía estaba también con El amante germano. En otras ocasiones se han imbricado más. La verdad es que, para mí, la cultura no tiene una separación drástica. Me divierte tanto la información científica como la ficción. Y como la investigación me obliga a leer mucho y ver cine continuamente, pues todo eso llega un momento en que hace clic. Mi primer novela, Las joyas de la serpiente, es paralela y tiene una influencia directa de mi tesis doctoral, que fue Barroco efímero en Valencia (1982). Y La fase del rubí enlaza con mi interés por la condesa Báthory y las vampiras, que trabajé en Espectra. Descenso a las criptas de la literatura y el cine (2004). Trabajar un tema te sirve para familiarizarte mucho con él desde un punto de vista ficcional, lo que deriva en que el libro académico sea más divertido y que la ficción tenga cierto rigor científico. Ambas cosas van a parar al mismo sitio. 

-¿Nunca te han tentado con la adaptación cinematográfica de alguna de tus novelas?
-El director Antoni Aloy, que hizo El celo (1999), una adaptación de La vuelta de tuerca de Henry James, se enamoró de La fase del rubí y quería escribir un guion y buscar financiación aquí o en Estados Unidos, porque tiene muchos contactos. Estuve mucho tiempo trabajando con él, en su casa estudio de Mallorca, escribiendo un guion en español e inglés, pero la película solo era viable si la hacían los franceses. Costaba mucho dinero y era la única opción para esa historia de una mujer sadiana. Es un buen guion, lo tenemos guardado, pero requiere una actriz que sea muy especial y al final no salió adelante. Sigue en un cajón, por si algún día alguien se interesa…

-¿Con qué director te gustaría trabajar?
-No lo sé. Aloy estaba muy enamorado de La fase del rubí, igual que le había fascinado La vuelta de tuerca, a partir de la que hizo una película muy bonita, con Sadie Frost, Lauren Bacall, Harvey Keitel, Jude Law… Está rodada en un palacio mallorquín, y también tenía un papel Agustí Villaronga, que hace de espectro y da mucho miedo.

-Escribiste un libro sobre él en 2007.
-Para hacerlo me las vi y me las deseé. Sus películas son muy difíciles. Y él tampoco explica las cosas, porque lo que sabe hacer es ponerlas en escena. Yo me desesperaba, porque no sacaba nada en claro de hablar con él. Tras el cristal es fascinante. Cuando se estrenó en Berlín causó polémica, porque el protagonista es un antiguo nazi. No la entendieron. Pero no haría una película con Agustí. Quizá con Paco Plaza. En una ocasión vino a verme y me pidió permiso para mover un proyecto basado en Paisaje con reptiles (1996). Le dije que por supuesto, me pareció fenomenal, pero tampoco salió adelante. Hubiera sido un puntazo, porque es una historia muy rara, y hecha por Paco Plaza, que tiene ese talento, hubiera sido muy bonita.

 

-Fuiste Consellera de Cultura y Deporte entre 1993 y 1995, cuando Educación tenía consellería propia. ¿Cómo ves la vida cultural valenciana?
-Me interesan más la cuestiones que afectan a todo el país, porque España está pasando por un periodo muy interesante, es un circo grotesco. Veo que hay cosas que gestionamos entonces y que ahora se recuperan. Estuve solo dos años de mandato, porque perdimos las elecciones, y en ese tiempo la verdad es que no pude hacer mucho más que ejecutar el presupuesto que tenía. Acabar las obras y poco más. Con una legislatura más, hubiera podido hacer otras cosas, y no cargar con temas de infraestructuras y polideportivos que recibí como herencia y había que terminar. Creo que las cosas están en buenas manos, después de una larga temporada en que se ha destruido vilmente la cultura, pero no se está echando mano de sangre nueva, de gente joven, y se está volviendo a gente que ya estaba un poco quemada en mi época. Tampoco veo que la gente se motive con la cultura o pida otra cosa que no sea fiesta, fiesta y fiesta. El ambiente general, incluso en la Universidad, no es muy propenso a que la cultura florezca, y no voy a hacerlo yo a los 66 años. Yo ya me he retirado y estoy en mi mundo. El cambio me parece genial. Ximo Puig es muy prudente y hace las cosas con mucha parsimonia. A Joan Lerma también le pasaba, son gente de partido, tendrían que atreverse a más cosas. A sus socios de gobierno les veo excesivamente preocupados por las pretendidas raíces de la cultura valenciana. Joan Ribó lo está haciendo muy bien, pero me gustaría que fueran más abiertos, sin abandonar lo que promueven, que me parece muy bien, pero que tengan una vocación más moderna y europea.


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