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TENDENCIAS ESCÉNICAS

Por qué lo llaman teatro cuando quieren decir sexo

Los escenarios españoles celebran el erotismo con una parodia musical de 50 sombras de Grey y un recorrido voyeur

30/09/2015 - 

VALENCIA. “Si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, la visión de las mujeres les daría náuseas. Puesto que ni con la punta de los dedos toleraríamos tocar un escupitajo o un excremento. ¿Cómo podemos desear abrazar este saco de heces?". Así se refería en el siglo X al cuerpo femenino, sucio y permeable a la corrupción, según el parecer común en la Edad Media, San Odón de Cluny.

Flaco favor le hicieron los santos varones de la Iglesia Católica a los goces de la carne. El lastre de la religión y la losa de la dictadura han pesado durante siglos sobre la sexualidad patria. Como botón de muestra, Juan Eslava Galán recogía en su ensayo divulgativo De la alpargata al seiscientos (Planeta, 2011) la frase que entrados los años cincuenta todavía murmuraban las esposas en pleno coito: "No es por vicio ni fornicio, que es por dar hijos a tu servicio".

Las artes han sido coherentes con este contexto represivo y víctimas de la censura imperante. Y si bien el cine perdió la vergüenza en los setenta con el destape y el cabaret ha servido de espita sensual en los escenarios desde los albores del siglo XX, el teatro de texto ha adolecido de los estímulos a la libido hasta el presente siglo.

Ya que no se acabó el mundo al debutar en el año 2000 ni cayó la MIR en 2001, los dramaturgos se despendolaron y coincidieron sobre las tablas propuestas disímiles, pero igualmente libidinosas.

Ángela Molina seducía a golpe de cremallera en la adaptación teatral de El graduado, Pedro Mari Sánchez comerciaba con los 23 centímetros de su miembro, y en Las marionetas del pene, sus protagonistas se retorcían los genitales adoptando formas icónicas, como las de la Torre Eiffel y el monstruo del Lago Ness, y más prosaicas, caso de una hamburguesa.

SINFONÍA DE JADEOS

En Pornografía barataAndrés Lima, al frente de Animalario, invitaba al público al interior de la Fundación Olivar Castillejo, en la calle Menéndez Pidal de Madrid, y en una segunda entrega al Teatro de La Abadía, para asistir a la pasión entre tres parejas en cada recoveco. Había sinfonía de jadeos y rasgaduras, onanismo con tarta, sexo oral en presencia del cónyuge cornudo, pero también la vulnerabilidad, las ternura y las heridas que abre el amor.

“El público estará con ellos en el dormitorio durante su noche de bodas; en el jardín en el momento en que se enamoran; detrás del escenario escuchando sus intimidades, sus susurros; en los camerinos mientras se masturban; en el salón asistiendo a sus traiciones; a los pies de la cama mientras se prostituyen; en cada rincón cuando se besan”, auguraba el actor y director de escena.

La Fura dels Baus, por su parte, estrenaba XXX, una adaptación libre de La filosofía en el tocador, donde Sade relataba cómo una novicia era seducida por tres libertinos. Un surtido de escenas de sado, dúo lésbico, trío e incesto se proyectaban en una pantalla de proyección gigante. El controvertido texto del siglo XVIII se hibridaba con vídeos, gráficos e interacciones con páginas web hoy imposibles de rastrear en el pacato Youtube.

Por su parte, el Teatro Alfil desgranaba su Elogio a la masturbación, una reivindicación del onanismo donde se escuchaban soliloquios como el siguiente: “No hay dos veces que me toque de la misma forma. Utilizo los objetos más variados, dildos, vibradores, pepinos, zanahorias, calabacines. Pero si me pongo intelectual, todas sus variantes son magníficas: puros, pistolas, porras…”

Y tras esta espiral impúdica del arranque de centuria, el sexo ha seguido lubricando las taquillas de los teatros. Ahí estuvo la apología del sexo anal del valenciano Sigfrid Monleón en La rendición o la sensualidad entre una soprano y una pianista en El fervor de la perseverança, del veterano Carles Santos.

Sin embargo, en opinión del director Luis Andrés, que acaba de estrenar la segunda temporada en Madrid de su obra Vooyeur, los escenarios españoles todavía no han perdido la vergüenza. “Al teatro de aquí le hace falta riesgo, en el tema sexual sigue siendo profundamente temeroso del juicio del público y de la propia profesión. Esto se debe a un trauma psicológico post-destape: Nadie quiere revisar el pasado para entender el presente, todos temen equivocarse”.

ESCÁNDALO, ES UN ESCÁNDALO

Precisamente, durante una de las funciones de Vooyeur en el Teatro Fígaro, una señora exclamó: "¡Qué poca vergüenza!". Al instante, otro grupo de espectadores la invitó a callarse o retirarse si no le gustaba mirar. Tiene guasa la indignación en una función cuyo nombre remite al ejercicio de fisgar la cópula de terceros.

Esta obra donde se curiosea cinco escarceos sexuales, incluido uno homosexual, más que versar sobre la cópula en sí, que también, incide en el cortejo. “El preliminar no es un camino que nos lleve a la relación sexual, es una relación sexual en sí misma. Allí se genera el deseo, la excitación, el morbo y estas sensaciones deberían ser irrenunciables para unas relaciones sexuales de calidad ¿o es que se puede penetrar a alguien que camina por la calle sin más?”, espeta el director Luis Andrés.

La propuesta, escrita por la sexóloga y actriz Patricia Jordá, quien se reserva el papel de maestra de ceremonias, es la respuesta a la provocativa pregunta: ¿Qué harías si te encontrarás con una pareja practicando sexo a escasos metros de ti y no pudieras marcharte ni mirar para otro lado?

El ejercicio voyeurista se mece en una selección de boleros de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. “Entonces, el deseo era mayor. Los hombres y las mujeres tenían menos oportunidad de tocarse, pues la moral era más estricta, Esto cargó el contenido de sus letras de un doble sentido constante, Canciones como Sabor a Mí, Voy a Apagar la Luz o Esclavo y Amo estaban compuestas para fomentar que durante el baile, las parejas compartieran un erotismo secreto”, argumenta el director.

El punto de partida no le ha supuesto trabas en la producción, pero sí en la distribución, ya que el equipo de prensa ha tenido que cambiar algunas de las fotografías promocionales tomadas durante la función para poder publicarlas en Facebook, “donde consideran que un escote es contenido pornográfico”, comparte Andrés.

En cuanto al proceso de casting y a los ensayos, se abrió un debate exhaustivo entre los actores acerca de la justificación del desnudo. “Hay un punto intermedio en el que pocos tienen claro si unos pechos son una representación machista o de libertad sexual –dirime el director-. Nunca imaginé que estas conversaciones iban a ocurrir entre un elenco de actores jóvenes (siempre catalogados como provocadores, ultra modernos y desvergonzados)”.

LA SONRISA VERTICAL

Hasta ahora, el género de la comedia se ha considerado el mejor vehículo para explorar el erotismo en el teatro. El sexo con risa entra, y si se acompaña de canciones, lubrica mejor. Ahí estuvo Pegados, sobre una pareja que queda literalmente unida tras un encuentro íntimo. Y ahora llega al Teatro Olympia, del 7 al 11 de octubre, 50 sombras de Grey. El Musical!, una parodia de la primera entrega de juegos de sumisión practicados por Anastasia Steele.

“El espectador que no haya leído la trilogía erótica de E.L. James no se va a perder –matiza el director Jesús Sanz-Sebastián-. Este musical cuenta la historia del libro, con todos sus referentes, pero pasado por el filtro de la comedia y de lo políticamente incorrecto, con el objetivo de reírnos del fenómeno literario y de las personas que se dejan someter”.

A diferencia de otros montajes descritos en este reportaje, el sexo practicado en la obra es oral, en el sentido más púdico de la palabra. En la obra no hay coitos, pero sí fantasías sexuales, un pequeño desnudo y un lenguaje subido de tono.

“En las propuestas de este tipo hay un punto de desvergüenza sin caer en el mal gusto. A través del teatro hay que naturalizar la temática del sexo, reírnos de nosotros mismos para abrir la mente y enriquecer nuestra vida sexual”.

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