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el billete / OPINIÓN

PPCV, ¡sálvese quien pueda!

Es una imagen recurrente en las películas de naufragios, cuando se hunde el barco afloran las miserias humanas. En el PPCV algunos responsables del naufragio dan lo peor de sí mismos 

7/02/2016 - 


El capitán del Costa ConcordiaFrancesco Schettino abochornó a Italia hace cuatro años cuando abandonó antes que nadie el crucero que él mismo había hecho naufragar al acercarlo demasiado a la costa para impresionar a una de sus amantes. La ignominia del capitán que abandonó a su suerte a más de 4.000 personas quedó en la memoria de todos al escuchar las grabaciones con sus excusas para no regresar al barco ante la desesperación del comandante de la Capitanía de Livorno. Es una imagen recurrente en las películas de naufragios, cuando se hunde el barco afloran las miserias humanas. Como en la vida misma, sobreviven antes los de primera clase que los de tercera; los niños y las mujeres primero que los hombres, quienes no tienen escrúpulos –o los pierden– antes que quienes prefieren morir que perder la dignidad.

En el hundimiento del PPCV apenas quedan héroes y, lo que es peor, no sabemos quiénes son, no nos fiamos. Ni su excapitán Alberto Fabra pone la mano en el fuego por nadie. El que fue buque insignia del Partido Popular de Aznar y Rajoy se hunde sin remedio y al grito de ‘¡sálvese quien pueda!’ los responsables del naufragio dan lo peor de sí mismos.

Rita Barberá merodea cual Schettino alrededor del buque a bordo de la lancha senatorial, a salvo, haciendo oídos sordos a la masa enfurecida que reclama su sacrificio. La alcaldesa que siempre dio la cara se esconde ahora mientras los que eran sus subordinados desfilan por el cuartelillo y el juzgado. Ella no sabía nada, no firmaba, no controlaba, no mandaba. Ella no da la cara por su gente salvo por aquella que más directamente la puede implicar, Mari Carmen García-Fuster, convenientemente asesorada por el abogado de la familia, Pepe Corbín. Schettino no tuvo quien lo defendiera y Barberá se puede encontrar con que a partir de ahora tampoco, salvo la exsecretaria del Grupo Popular.

La veda la ha abierto quien fue su fiel contramaestre durante dos décadas, Alfonso Grau, que ha paseado su resentimiento por televisiones y periódicos. También en Valencia Plaza, donde Grau ha confesado que la ruptura con Barberá se produjo hace casi un año cuando la capitana no colocó a su esposa –la también exconcejal María José Alcón– en puestos de salida en la lista electoral municipal, que es como decir que no le buscó hueco en lo que entonces parecía un bote salvavidas –el barco ya iba a la deriva– pero ha acabado haciendo agua por todas partes. ¡Ah, era eso!

El rencor es un sentimiento que cuesta superar, la antesala de la venganza. El hombre que ha mostrado su rabia en los programas matinales de televisión vuelve al banquillo del caso Nóos a partir del martes y cuando le toque declarar en el juicio le van a preguntar por Rita Barberá. Lo que diga no tendrá recorrido en el ámbito judicial –el aforamiento y el TSJCV la libraron de sentarse junto a Grau y la infanta– pero puede acabar de destruir la imagen de la exalcaldesa.

Al mismo tiempo, el resto de la tropa –14 concejales y 20 asesores de ahora y de antes– continuará desfilando por el juzgado de Instrucción número 18 de Valencia para declarar por el supuesto blanqueo de dinero del grupo municipal. Aquí también hay grabaciones que nos abochornarán, hay pruebas documentales, hay evidencias, si no contra todos, contra buena parte de ellos. En el dilema del prisionero son dos los implicados, y si ninguno confiesa, ambos pueden salir de rositas. Aquí son 34 y más de uno recibirá la oferta para delatar al resto. La ley del silencio es imposible, sobre todo porque los cuatro asesores que se negaron a blanquear dinero –tres de ellos periodistas– no se han callado nada.

Mientras, quienes sobreviven en el barco se echan las manos a la cabeza al descubrir que aquí se robaba y planean botar otro buque con la desazón de no saber quienes son dignos de subir a bordo. Hay tormenta para rato.

Eresa y la luna

El número de febrero de la revista Plaza llegó a los quioscos el pasado viernes con un amplio reportaje de investigación sobre el negocio de las resonancias magnéticas en los hospitales públicos valencianos, escrito por el autor de esta columna y Estefanía Pastor. “Resonancias, la trama que ha esquilmado la sanidad pública” es el titular de portada, que da una idea clara de cuál es el contenido.

En el reportaje tiene un claro protagonismo Eresa, la empresa controlada por Vicente Saus y sus hijas a la que los sucesivos gobiernos del PP –y en menor medida los anteriores del PSPV– enriquecieron con contratos muy ventajosos que además no se cumplían, mientras el déficit sanitario crecía hasta colapsar la Generalitat.

Eresa envió el mismo viernes el siguiente comunicado a su plantilla:

Lo que dice no solo es falso, sino que no rebate ni una sola línea del reportaje, ni aquella en las que desvelamos cómo Eresa maquilló sus cuentas para reflejar menos beneficio del real y congelar los sueldos de los empleados.

Es conocido que cuando el sabio señala la luna los tontos miran el dedo. Los Saus se han creído que sus trabajadores son tontos.

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