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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

¿Qué os ha hecho el castellano?

En la Comunidad Valenciana aún se está a tiempo de evitar el monolingüismo que pretenden imponer, con astuta simpatía, el señor Ribó y la señora Oltra, dos pájaros de mucho cuidado. La política lingüística del nacionalismo valenciano imita a la llevada a cabo por el siciliano Jordi Pujol en la Cataluña de los años ochenta

20/02/2017 - 

Los sábados por la mañana quedo con Vladímir para jugar al ajedrez en Benimaclet. Lo conocí hace tres años cuando yo colaboraba con una ONG enseñando español para extranjeros. Delgaducho, de nariz chata y con mucho frío en sus ojos azules, era el más avispado de la clase. Le llevó pocos meses dominar el castellano. Hoy lo habla mejor que cualquier universitario de Filología Hispánica, lo cual no tiene demasiado mérito.

Al igual que tantas inmigrantes, su madre se gana la vida fregando los suelos de la sufrida clase media española. Como Vladímir y yo nos hicimos amigos, un día la mujer, una matrona muy sensual llamada Nadiuska, me invitó a cenar a su casa, un piso viejo y pequeño sin ascensor, en Tres Forques. Lo pasé mal rechazando todos los platos rusos que iba sacando, pero en lo gastronómico, como en casi todo, soy ferozmente conservador, y es difícil que alguien me convenza de las ventajas de un cambio.

El único pero que tiene mi amigo Vladímir es que pertenece a las juventudes del partido de su tocayo Putin. Con él no se puede hablar de política porque hay bronca segura. Bebiendo vodka del malo en un tugurio de Campanar, rodeado de ultras del Valencia, me confesó en voz baja que el ejército ruso planea la invasión de Polonia. Yo, que le tengo aprecio, le he guardado el secreto.

Pero, como decía, su carácter dista de ser afable. Un día me preguntó:

— Javier, ¿por qué todos los paneles informativos del tráfico están en valenciano?

Su pregunta me pilló de sorpresa. Me tomé unos segundos para responder. Como soy un producto del ambiente, salí del aprieto echando mano de un argumento de manual: es necesario promocionar el valenciano porque así defendemos nuestra identidad cultural. No pareció muy convencido con la explicación, terco como es.

— ¿Pero no sería mejor ponerlo todo en las dos lenguas?

La conversación había tomado un giro peligroso, de manera que esquivé su pregunta con elegancia y sin ánimo de ofenderle, pues estos eslavos son muy susceptibles y se lo toman todo a la tremenda. Acabamos hablando de nuevo de la invasión de Polonia, prevista para el Primero de Mayo, Día del Trabajo.

De regreso a casa, pensé que Vladímir podía tener parte de razón. Todos los paneles de tráfico estaban, como él decía, en valenciano, al igual que los carteles publicitarios que el Ayuntamiento de la capital y la Generalitat han colocado en las marquesinas de las paradas de autobús. El callejero está también en valenciano desde hace años. Si sales de la capital y te vas a algún municipio de l’Horta Sud, te tropiezas con la misma situación. Podría poner más ejemplos: Valencia se ha convertido en València. ¿Llevaría razón Vladímir a pesar de todo?

¿Los castellanoparlantes no pagamos impuestos?

Tuvo que venir un ruso para abrirme los ojos. Suele suceder que la gente forastera ve las cosas con más claridad que nosotros, los indígenas. ¿Por qué no buscar un cierto equilibrio en el uso de las dos lenguas cooficiales por parte de nuestros gobernantes municipales y regionales? ¿No vivimos en una comunidad bilingüe? ¿Acaso los castellanoparlantes no pagamos impuestos y merecemos un respeto para nuestro idioma? Pues no; con su política lingüística, el Consell y algunos ayuntamientos como el de Valencia pretenden arrinconar el castellano en su comunicación con los ciudadanos.

¿Por qué no buscar un cierto equilibrio en el uso de las dos lenguas por nuestros gobernantes? ¿Acaso los castellanoparlantes no merecemos un respeto por nuestro idioma?

Se entiende que esto ocurra entre la muchachada de Compromís, para la que el español será siempre una lengua de conquista, inventada por Francisco Franco, un idioma que debemos tolerar porque aún hay gente que se obstina en hablarlo y escribirlo. Sorprende, sin embargo, que los socialistas den su apoyo a semejante dislate. Con decisiones como esta, van cavando poco a poco, lenta y primorosamente, su fosa, a la espera de las próximas elecciones autonómicas, en las que se convertirán en una fuerza testimonial.

Pese a su enorme curiosidad por este país, Vladímir no sabe aún que esta política lingüística del nacionalismo valenciano imita la llevada a cabo en la Cataluña de los años ochenta. Por aquel entonces se trataba de ir eliminando poco a poco el castellano de la vida pública, presentándolo como un cuerpo extraño importado por jornaleros de Murcia y Andalucía. Para alcanzar ese objetivo, el siciliano Jordi Pujol se valió de la educación y los medios de comunicación, unos públicos y otros comprados con subvenciones. La estrategia del siciliano funcionó: la pujanza del español se limita hoy al ámbito privado en Cataluña —lo mismo pasaba con el catalán en tiempos de Franco— mientras que su presencia es residual en la vida pública.

En la Comunidad Valenciana aún se está a tiempo de evitar el monolingüismo que pretenden imponer, con astuta simpatía, el señor Ribó y la señora Oltra, dos pájaros de mucho cuidado. En el justo medio dicen que está la virtud: ni un castellano impuesto a sangre y fuego, como ocurría en un pasado reciente de generales con halitosis, ni un valenciano de obligado cumplimiento para obtener el carnet de ciudadano modélico que te permita andar tranquilo sin que te llamen perro fascista.

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