vinos de francia, sudáfrica y nueva zelanda

Sauvignon blanc, lozanía fumé

Hoy vamos a hacer unos cuántos kilómetros, lo advertimos. Si queremos explicaciones se las pedimos a la revoltosa culpable. Una uva hedonista y diferente que no puede estarse quieta: la sauvignon blanc

| 17/11/2017 | 4 min, 22 seg

Es de origen francés, y a pesar de su primitiva nobleza y de ser origen de la renombrada cabernet sauvignon, se muestra como juguetón diablillo. Sus pequeños disparates la llevan sin remedio a conquistar el mundo. El antiguo y el nuevo. Porque ella no tiene límites. Apuesta siempre a la grande. Y suele ganar, sí señor.

Es un fruto poderoso, fuerte, y lo sabe. Como los que la cuidan conocen la forma de sacar lo mejor de ella, con austeridad, sin que se venga muy arriba. ¿Que cómo la distinguimos? Por eso, por su lozanía de gruesas mejillas y palidez en el rostro, que cuando madura toma un color fumé. El mismo ahumado que le concede el aroma.

Pero vamos a conocerla, que nos queda mucho trecho y las prisas no las queremos ni de lejos. Así que nos vamos al punto de partida de este viaje que haremos de la mano de nuestros chicos de Vila Viniteca. Pocas compañías mejores. Con ellos nos reunimos en el Garraf, comarca de Barcelona, de donde parte nuestro crucero. Tomamos una copa del lugareño Tayaimgut Sauvignon Blanc 2014 (Tayaimgut) y observamos los contundentes macizos de piedra que se lanzan a conquistarnos sin miramientos. Directo y aromático. Sencillo y alegre. Nos tomamos este primer vino comiendo unos fideos rossejat con gambas de Palamós. Estamos dispuestos a marchar.

Con el estómago lleno y el alma plena, nos subimos a nuestro barquito. Ascensor arriba y abajo, pero sin miedo a marearnos, que ni que fuéramos pardillas, emprendemos el camino. Surcamos el Mediterráneo rumbo al sur. A esa Sudáfrica diversa y arcoíris. La del políglota Klein Constantia Sauvignon Blanc Perdeblokke 2014 (Klein Constantia). Algo más abajo que El Cabo y entre flores malignas, el mar le insufla toda su variedad. Densidad tiznada y oleosa que recrea paisajes y que nos hace mordisquear biltong, ese aperitivo en forma de carne seca típico de la zona que, en esta ocasión es de avestruz.

Pero ya se sabe, que esto de las excursiones es un no parar y hay que seguir adelante. Volvemos al buque y entre camarote y camarote nos echamos unos bingos y unos bailes. Qué será por salas de fiestas, oye. Nueva Zelanda es la siguiente parada. Mientras, nos atusamos con esponjosas toallas con forma de cisne (o perro) y soñamos con bosques de podocardos rodeados de grandes nubes blancas. Así, a lo tonto, hemos llegado a tierra. Momento de darnos un respiro con un  Neudorf Nelson Sauvignon Blanc 2015 (Neudorf) en la isla del norte, curiosamente la más cálida. Entre sorbo y sorbo nos vamos al pleistoceno que pisan nuestros pies y sentimos su intensidad. El peso de los años que pesan con gusto. Y disfrutamos mucho junto con un hangi, algo parecido a una barbacoa en la que asaremos los peces con los que nos sorprenda la marea del día.

Un kiwi redondito y amoroso nos dice que además de endémico es simpático y que su compañía merece otro vino neozelandés. Esta vez el Saint Clair Pionner Block 1 Sauvignon Blanc 2014 (Saint Clair Family Estate). Nos vamos con él al sur del país, donde hace más fresco y el suelo es fértil. Donde se nos ofrece un trago desconcertante. Exuberante y caprichoso, lo acompañamos con fish and chips, que por esos lares gustan mucho del tan british pescado frito con sus correspondientes patatas.

Emprendemos la vuelta al viejo mundo, que al fin y al cabo, eso es casa. Por el camino, que es largo que te meces, hacemos un Titanic.  Uno tras otro en realidad, que nos encantan. Y cuando menos lo esperamos estamos allí. Hemos llegado a Francia. Estamos en Burdeos. Cuna del vino.

Nos recibe de nuevo la niña mona, nuestra sauvignon blanc. En este Les Champes Libres 2014 (Guinaudeau) marca territorio y se pone chulita vibrando con bonita estructura. Joven y sin superfluos adornos llega por detrás y nos envuelve en un abrazo. Con unas ostras de Arcachon, qué más.

Subimos un poquito y llegamos a Sancerre, donde entre fósiles y sílices tomaremos nuestros dos últimos vinos del día. Un Domaine Vacheron Le Pavé 2012 (Vacheron & Fills Vignerons) que con su preciosa oxidación contenida va de boca en boca y de lado a lado. Trago sereno y dichoso al lado de un Crottin de Chavignol, delicioso queso de cabra que devoraremos en su variedad más fresca y cremosa.

El punto y final lo pone un grande enorme, el Didier Daguenaeau Boisson Renoir 2012 (Domaine Didier Dagueneau). Tiza y terruño. Perfección imperfecta que se impone con su personalidad curando almas heridas. Laurel de humo sutil y elegancia compleja. Lo acompañamos con unas rilletes de trucha. Maravilla maravillosa. Y a otra cosa. Que concluyó lo que se daba y el viajecito se acaba. Pero pronto más, tontos.

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