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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Soft Cell y el otoño caliente de 1981 en València

9/09/2018 - 

VALÈNCIA. El próximo 30 de septiembre, Soft Cell se reúnen para dar el que será el último concierto de su historia. Una actuación que tendrá lugar en Londres y que llegará acompañada por un recopilatorio de singles y una caja que hace un exhaustivo repaso a su historia. Soy consciente de que hace tan sólo una semana hablaba aquí de ‘Tainted Love’, la canción que hace 38 años catapultó a Marc Almond y Dave Ball, pero Soft Cell son mucho más que esa canción y esta es una buena ocasión para explicarlo.

Soft Cell son el otoño de 1981 en València. No hay ningún bar o discoteca que, después del verano no ponga ‘Tainted Love’. El dúo parece surgido de la nada, pero la gran mayoría de grupos que nos llegan entonces parecen surgidos de la nada. Hay que estar muy atento a las reseñas, a los anuncios que se publican en el Melody Maker y el New Musical Express. Quizá los que escuchen la radio tengan más suerte pero, hasta que descubrí Diario Pop de Radio 3, nunca fui yo muy de escuchar radio, lo admito. A veces es Macías el que da la voz porque ha escuchado tal o cual disco. A veces es Remi, o Esteban, que sí que es un hombre de radio y está atento a lo que sucede, más ahora que produce a Glamour. El disco en cuestión se instalará de inmediato en el plato de Pyjamarama y sonará con insistencia durante las próximas cien noches. Pasará a ser parte de nuestra vida. Yo asocio ‘Tainted Love’ a Metrópolis, la discoteca que estaba tan sólo a una calle de distancia de Pyjamarana, a Juan Santamaría poniendo ese maxi. Locales donde suena la música pop alternativa del momento, aunque esa alternativa implique también que ciertas canciones suenen en la radiofórmula: eran otros tiempos. Música blanca inglesa, con alguna que otra excepción norteamericana. Discos que son las consecuencias de la nueva ola y sus distintas ramificaciones. Pop electrónico que alegra la vida al instante a la vez que  hipnotiza con sus acordes mecánicos, con esos ruidos resplandecientes.

Amor caducado

‘Tainted Love” no te alegraba la vida, todo hay que decirlo, a mí desde luego que no. Me ponía triste porque sentía que sobre ella viajaba cualquier mal de amores que pudiera sufrir en aquellos días. También tenía algo que la hacía adictiva, algo insano que hoy reconozco como una de las grandes virtudes de la versión de Soft Cell. Si lo que sonaba era la versión larga, la que enganchaba el tema con el ‘Where Did Our Love Go?’ de The Supremes, las posibilidades de intimar aún más con tus desdichas aumentaban. El alcohol ingerido era también un factor decisivo. Todas las chicas que te han rechazado chasquean los dedos al unísono y se cimbrean como las Supremes sin que nadie más que tú pueda verlas. Ahora lo sé. Soft Cell hacían música para desgraciados como yo, por eso  me entristecían. Con ‘Bedsitter’ ocurría algo similar. Había mucha sensación de desarraigo y soledad en aquella melodía, también en la de  ‘Torch’. Las canciones de Soft Cell parecían hechas para aceptar la soledad en medio de las calles de la zona entonces conocida como Pelayo, en algún lateral de la pista de Barraca.

Hawai, Llombay

Soft Cell actuaron en Llombay, en mayo de 1983. No fui a verlos. Ya por aquel entonces no me volvían loco los conciertos y  el hecho de no conducir también condicionaba cualquier decisión al respecto. También me los perdí en Madrid, cuando Glamour los telonearon. En aquella época Soft Cell me gustaban pero con ciertas reservas. Eran uno de esos nombres hacia los que sentía una cierta prevención sólo porque en València y alrededores estaban insoportablemente de moda. ¿Nunca os ha ocurrido eso? Aparece un grupo un artista y medio planeta se empeña en que es lo mejor, en que hay que escucharlo. Si no te sumas a la corriente parece que estás cometiendo un pecado. Miras a tu alrededor y piensas que si le gustan tanto a fulano o a mengana, entonces quizá sea mejor no emocionarse demasiado. Y optas por mantenerte al margen. Y, a continuación, tal y como me ocurrió a mí, te vas a la mili y desapareces de la realidad durante poco más de un año.

Party Mix

Fue en Brillante cuando les cogí verdadero cariño a Soft Cell. A finales de 1984, cuando el dúo ya se había separado. Entonces, muchos de los factores que me hacían mantenerme al margen, empezaron a jugar a favor. Rafa Villalba los ponía mucho, y cuando digo esto, me refiero a que no ponía necesariamente ‘Tainted Love’. Fue así como escuché el álbum Non Stop Erotic Cabaret, y me di cuenta de que el título ya de por sí era buenísimo. Pude dejar atrás los prejuicios edificados en un pesado no muy lejano, cuando la moda de hacer miniálbumes con versiones bailables de mis grupos favoritos, se convirtió en una pesadilla. En realidad sólo pasó con B-52’s y aquel Party Mix  de las naricesque sonaba hasta cuando ibas a echar la papa. Con Non Stop Ecstatic Dancing, también se hicieron más omnipresentes de lo soportable. Pero las cosas cambian muy deprisa, y más aún cuando se es tan joven. Un paréntesis de año y pico sumido en la adversidad –la mili- me sirvió para ver las cosas de otra manera. Entre las cosas que vi, en aquel nuevo entorno de ocio nocturno, fue que el primer álbum del dúo era espectacular. Lleno de morbo, perversión y corazones rotos. En Brillante descubrí ‘Seedy Films’ –crónica del sexo entre extraños en cines porno- y ‘Sex Dwarf’, un catálogo de perversiones que te hacía plantearte si Calígula no se habría reencarnado en el cuerpecillo de Marc Almond.

Las amistades peligrosas

La historia ha terminado por enseñarnos que Soft Cell fue un grupo condenado por su propio éxito. Su vertiente más arriesgada y experimental se convirtió en una molestia. El público quería las canciones bonitas, no las pesadillas sobre cuartos oscuros, amas de casa desquiciadas y sórdidos clubes de transformismo en Nueva York. Era fascinante ver cómo Marc Almond se había desmarcado de la posibilidad de ser un ídolo juvenil y se relacionaba artísticamente con otras almas enfermas como Matt Johnson, Lydia Lunch, Nick Cave, Genesis P. Orridge o Jim Thirlwell. Ahí confluían de manera brutal mis gustos musicales, el pop y la transgresión, la melodía y el ruido, las canciones que llevaban en su interior material tóxico. Villalba, que siempre tuvo un gusto estupendo para este tipo de talentos extraoficiales, disfrutaba mucho también con todo aquello. Es lo que le debo a Soft Cell. Canciones eternas, sentido del riesgo, el rebelarse ante las imposiciones. Se infiltraron en el mainstream y perdieron la batalla, pero a mí y a unos cuantos más nos dieron más de una victoria.


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