experiencias

Tiempo de contrición

Se termina el verano, con sus goces y festejos, y con las inevitables y excesivas  calorías que los acompañan en nuestra cultura. Y cuando en la paz del hogar nos asomamos al espejo y nos contemplamos, no podemos por menos que reflexionar sobre el orden establecido por las leyes de la física y de la química, que aparecen cercanas e inquebrantables, y por lo mismo nos desasosiegan.

| 23/09/2016 | 2 min, 28 seg

Ellas nos destrozan la autoestima acumulada: los principios de la termodinámica, fundamentalmente el primero, aquel con el que se regodeó Lavoisier, y que traducido a nuestros intereses gastronómico-alimenticios proclama a los cuatro vientos que toda la energía que se ingiere se contabiliza: o bien se consume, o se reserva y acumula en nuestro cuerpo para recurso alternativo en tiempos peores.

Y se ahorra en forma de grasas, que sólidamente incrustadas en nuestros cuerpos, permanecerán en él mientras no hagamos lo necesario con la debida paciencia, por lo que debemos saber que las exhibiremos –a no ser que medie la contrición- lo que resta del año y algo más.

No nos engañemos, ni nos crucifiquemos; sin duda hemos engordado por el exceso de comida y bebida, por el exceso de calorías ingeridas y el déficit de las quemadas, tal como sucede habitualmente en nuestra sociedad. Pero eso no ha sido producto de la casualidad, ni siquiera de nuestras criticables costumbres o desidia con nuestro cuerpo. Nuestro comportamiento para con los placeres de la mesa rebasa nuestra fuerza de voluntad.

Señala André Holley en su libro “El cerebro goloso” que: “En un principio existe la necesidad y el deseo de saciarse por un acto de consumo. Las sensaciones que aporta el sentirse saciado, los olores y los gustos del alimento, se complementan entonces con el valor añadido del placer. La memoria conserva las sensaciones y a la vez el placer, hasta el punto que las primeras llegarán a ser, más adelante, la promesa del segundo. Necesidad, deseo, placer, nacen en redes de neuronas que se superponen ampliamente”.

Una vez tranquilizada nuestra conciencia en este punto es necesario actuar con solvencia y rigor: debemos hacer régimen. Pero eso si, un régimen largo y asumible, que limite las calorías sin despreciar la variedad y sin provocarnos la ira. Que nos permita consumir en razonables y ajustadas cantidades los hidratos, las proteínas, los azúcares; incluso las grasas que son la esencia de la dieta mediterránea. Hábilmente combinadas con los largos paseos y las ascensiones sin ascensor.

Y asimismo huyendo de las mágicas recetas salvadoras que nos prometen las sirenas y los amigos en sus cantos, jurando sin sentido que tres días consumiendo solo pomelos, o peras, o melocotones, o nada, nos permitirán levitar ante la temida báscula.

Y es que, al fin, Lavoisier tenía razón.

Comenta este artículo en
next