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el muro / OPINIÓN

Titulitis

Foto: EFE

Nosotros buscando cómo solucionar el mundo y nuestros problemas y otros, simplemente, intentando convencernos de sus grandes coeficientes intelectuales y profesionales. Esto se desvía.

16/09/2018 - 

Jamás imaginé que mi capacidad de asombro podría alcanzar niveles estratosféricos, ni tampoco que la realidad iba a convertirme en un espectador cada vez más sorprendido sobre nuestro presente político. Vivimos en la realidad del teleanuncio, la promesa intangible, el globo sonda, el desmentido, la acusación que facilita titulares y sobre todo una realidad virtual en torno a nuestros representantes de la cosa pública que anda cogiendo forma de esperpento mientras nuestra economía diaria personal y familiar no deja de tambalearse. Vivimos del titular informativo y la rapidez del marketing político, nunca real. Ya saben, el exceso de información conduce a la absoluta desinformación o al caos mental. Es lo sencillo en estos tiempos que corren.

Cien días y dos ministros/as que han saltado por los aires, que no es poco, tras falsear presuntamente su discurso, disputas del tú mucho más, ataques frontales y personales y una mirada generalizada al ombligo de todos estos “gobernantes” de discurso elemental/fácil/bullicioso que ante la imposibilidad de gobernar en sus respectivos territorios sólo nos envuelven con palabras y supuesta seducción sensorial. Pero con sus privilegios.

A mí todo eso de los másteres, los doctorados y las tesis me dan absolutamente igual. Conozco muchos doctores sin futuro inmediato y por desgracia muy jóvenes que no van por ahí falseando sus credenciales.

No me preocupan los documentos si confío en alguien por sus hechos, gestos, profesionalidad y honestidad muy por encima de extensos currículos hinchados con títulos que, por lo general, no sirven para nada, salvo para adornar carreras sobre el papel y justificar cargos. Todo esto de los másteres/títulos supuestamente falsos en algunos casos no deja de ser otra forma de corrupción política y lo más triste, académica. Lo más grave ya que pone en la picota nuestro sistema educativo.

Es tan grave como la corrupción económica aunque afecte a la moral intelectual y tras estos hechos se esconda algo peor: la mentira como bandera de supuesta pulcritud, o lo que es lo mismo, de absoluto engaño moral. El corrupto económico roba bienes, el otro nos roba desde la manipulación intelectual, que es incluso peor porque no tiene pena salvo el desprecio por amoral.

Estos de la titulitis y las acusaciones cruzadas sólo esconden mediocridad pasajera. Es lo que menos importa a la ciudadanía porque desatiende sus problemas y necesidades. Produce sonrojo. Desvía atenciones. La clase política se ha convertido en único actor de nuestra realidad arrastrando a muchos medios de comunicación a posicionarse, pero no como árbitros de la verdad e incluso postverdad aclaratoria sino como simples mediadores de mentiras. Y eso sí es triste.

No nos hablan de los problemas de esta sociedad. Sí se ocultan de las soluciones a nuestros asuntos cotidianos, de cómo evitar el alza de los recibos de luz, gas, agua…Ni siquiera hacemos caso de las advertencias veladas de una drástica subida de impuestos que nos preparan para alegrarnos el otoño, el invierno y si me apuran hasta el verano. No. Hablamos de si tu título es verdadero o falso. Y así pasan sus días. Pues mira que sería fácil de arreglar. Con no pedir un currículum de sus señorías y valorar sólo sus hechos estaría todo arreglado y que un comité independiente evaluara cada cierto tiempo acciones y aportaciones individuales en pro de la ciudadanía. Y el que no supere el listón de utilidad, a la calle, como si se tratara de una empresa privada. O también cambiando o creando un estatuto del buen ejercicio de la cosa pública. Ante cualquier duda sobre un currículo el afectado  debería ser apartado  inmediatamente de su puesto o cargo hasta nueva fecha. Y si ha mentido no esperar a su dimisión o a que intente convencernos de sus mentiras. Más fácil, directamente a la calle con una inhabilitación para ejercer cualquier labor pública de por vida. Verían que pronto, como hemos visto, los supuestos cirujanos ya serían sin más solteros; los pedagogos, actores y los matemáticos profesores de repaso, que no está nada mal ni debería herir sensibilidades ni susceptibilidades. 

Uno ha de estar contento con lo que es, con lo que ha logrado según sus posibilidades. Su honestidad, dedicación y sinceridad es lo único que le defenderá en la vida. Pero eso de mentir o intentar ocultar una propia realidad ya lo dice todo. Pero que no nos distraigan de nuestras reclamaciones y exigencias mientras nos pasan facturas del buen gestor.

¿Para qué se miente, para convencernos de qué; de su grandeza, condiciones, nivel profesional y/o capacidad? Hace mucho tiempo que los países más avanzados comenzaron a dejar de lado la valoración de un currículum para basarse en hechos vinculados a efectividad, capacidad profesional, productividad y eficiencia. No para puestos científicos o muy técnicos, por supuesto, pero sí para liderar equipos o generar ilusión política y empresarial. Aquí no, por aquí justificamos la mediocridad con un título que en el ejercicio real de esa profesión quizás no sirva para nada. De eso la empresa privada sabe un rato, algo que la pública aún no ha entendido  porque ese estatus cree que el espacio natural de la clase política le pertenece ya que maneja nuestros impuestos creyendo que el dinero es propio. Llevamos demasiado tiempo ensuciando las reglas del juego. Y aquí no se salva nadie. Tampoco la justicia parece ser en realidad igual para todos. De hecho, cuantos menos medios tenga, mejor, consideran algunos.

Lo peor de todo es que nos esperan por delante muchos meses de insistencia y retórica mal entendida ante la ausencia de un verdadero modelo de país y sociedad que afronte los grandes retos que nos esperan en este siglo XXI del que ya nos hemos comido un 25% de su recorrido sin haber avanzado apenas nada. Salvo en impuestos y tropelías.

La única conclusión que extraigo es que nos han convertido en espectadores de un lúgubre espectáculo que como ciudadanos no nos sirve para nada, bueno, sí para conocer la catadura de algunos personajes. Ellos han creado su propio mundo, se creen el centro del mismo y pretenden hacernos participes de sus engaños.

Vivimos el tiempo del ruido, el fanatismo, la postverdad, la realidad inventada y aumentada; un universo creado a imagen y semejanza de nuevo roll y compartimentada con barreras judiciales, beneficios económicos y verdad paralela. Este no es mi mundo. Ni el que quiero para quienes me acompañan porque en muchas ocasiones se convierte en un escenario deplorable y falso.

Ya me lo advirtieron: los políticos honrados se quitan de en medio cuando sobre ellos cae la sospecha, y los hombres movidos por ideales dejan de interesarse por la política. Eso creía.

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