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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Tres millones de soledades

Amigos y conocidos míos seguirán perteneciendo a la clase media unos meses más, siendo generosos un año. Pero si no encuentran pronto empleo, seguirán el camino de esos tres millones de personas que se han hundido en la pobreza durante la crisis, según un reciente estudio del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) y el BBVA

16/05/2016 - 

Los he conocido en distintos momentos de mi vida. Algunos son amigos desde hace muchos años. Podría ocultar sus nombres pero no lo haré: creo que resistirán la prueba del anonimato. Se llaman Lino, Merche, José Luis y María José. Añadiría alguno más a la lista pero no pretendo ser exhaustivo.

Los cuatro (repárese en el carácter simbólico del número) tienen dos rasgos en común: son cuarentones y están sin trabajo. A partir de ahí, sus circunstancias personales varían ya que los hay que aún perciben alguna ayuda por el desempleo, y los hay que carecen de ella porque se les agotó o nunca cotizaron lo suficiente para acceder a una prestación.

Viven solos o bajo el paraguas de sus familias. Son discretos; por eso nunca te confesarán que alguna vez han estado desesperados. Incluso puede que te sonrían mientras aprietan los dientes. La procesión va por dentro. Cada uno conoce su capacidad de aguante. Los economistas —esos que nunca prevén las crisis que nos hacen añicos— los han catalogado como “parados de larga duración”. Además advierten de que la mayoría, debido a su edad —¡pero si sólo tienen 45 años!—, tiene muy difícil volver al mercado laboral. En el mejor de los casos, pueden encontrar trabajo de vigilantes mamporreros en la boyante industria de la inseguridad, y en el peor, darse de alta como autónomos para colmar las expectativas eróticas de tanto solitario como hay suelto por el mundo.

Si al inicio de la crisis se pensó en un ajuste de cuentas con los que la provocaron, aquella ira ha sido sustituida hoy por la resignación

Estas cuatro personas no son ya pobres porque cobran alguna prestación, que pronto se les acabará, o porque les ayudan sus familias. En teoría seguirán perteneciendo a la clase media durante unos meses más, siendo generosos tal vez un año. Pero si no encuentran pronto empleo, seguirán el camino de esos tres millones de personas que se han hundido en la pobreza durante la crisis, puede que de manera irreversible, según un reciente estudio del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) y el BBVA. Si alguien tenía dudas de la fractura social de la crisis, aquí tiene otra prueba.

¿Qué pueden esperar mis amigos y conocidos? Lo ignoro pues no soy un economista que se equivoca al no prever las crisis. Soy un modesto profesor que sigue agarrado al alambre de su incertidumbre. Como nací tozudo, me niego a caer en el pozo de la pobreza, pero no las tengo todas conmigo. Casi nadie las tiene, salvo ese 10% de la población que se ha enriquecido a costa del sufrimiento de los demás. Se les puede ver paseando satisfechos por Cirilo Amorós o Sorní, cargados con bolsitas (les encantan los diminutivos) de todos los colores. Su única preocupación es decidir el lugar para sus doradas vacaciones o el restaurante chic en el que cenarán el próximo sábado.

Pero no nos pongamos bolcheviques, que para eso ya están nuestros amigos Pablo y Alberto. Volvamos a mis cuatro jinetes. Sólo ellos saben lo que es quedarse a solas en casa y saber que no sonará el teléfono para una entrevista de trabajo, que no llamarán a la puerta, que de nada sirve navegar por internet en busca de colocación, que te sientes un desecho del sistema… A este fenómeno los economistas —esos que nunca ven venir una crisis— lo han llamado destrucción creativa. En román paladino: para que unos pocos ganen, otros pierden. Estos sabios tienen explicación para todo cuando los hechos ya han ocurrido, claro está.

Ni una triste revolución a la vista

¿Hasta cuándo aguantaremos sin que el país reviente? No se ve una triste revolución a la vista, ni siquiera una algarada. La paciencia de la gente es infinita. Nos vamos conformando con los restos del banquete, y con ellos nos sentimos agradecidos. Si en los primeros años de la crisis pudo pensarse en un ajuste de cuentas con los responsables de la Gran Recesión, aquella ira ha sido sustituida hoy por la resignación. Cada uno con su soledad a cuestas, rumiando su amargura en las redes sociales, espera el improbable milagro de ser contratado.

En caso de haberlos, los contratos son para esa juventud robusta y engañada que se incorpora al mercado del trabajo con arrojo, dispuesta a trabajar ocho horas y a cobrar sólo cuatro, con idéntico entusiasmo al que demostraron nuestros cuatro cuarentones, quienes sólo han recibido muestras de ingratitud y desprecio en pago a sus generosos servicios.

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