VINOS DE JEREZ

Un verano de albariza que voló

El final del verano llegó y sí, tú partirás. No queda otra. Porque en la vida raras veces se elige lo verdaderamente importante. Pero no se trata de hacer un melodrama, cuore

| 08/09/2017 | 5 min, 7 seg

Momentos de verano azul nipón en libertad, tiempo de hacer el pardillo y quemarte un poquito mientras algún rey de las paellas echa el ojo a tu bikini sardina último modelo. De salir del agua cual Ursula Andrews tras practicar el pato-sirenismo un rato, ni muy largo ni muy corto. Mirar al horizonte con ojos revoltosos buscando la mágica pócima que promete quitar la sed con glaciares embrujos. Y siempre picas, la cruz en el campo, se te emplea, que ni con las mejores olivas parece arreglarse ese desaguisado flojucho y sin espuma. Y es que estamos en el sur, en tierras gaditanas, y aquí la bebida es la que es y la que tiene que ser: el jerez. Y a eso venimos hoy, a hacer un repaso de nuestros vinos de ese agosto que voló dejando un reguero de albariza y diversión.

El Puerto de Santa María es Fino Pavón (Grupo Caballero). Eso es así.  Amargor de calles, desconchones de memoria y ganas de compartir charla y vino. Un básico inevitable entre pícaro y lazarillo. Con pescaítos y con una tapa de huevos de choco aliñados, un trago que no falta.

Los entresijos portuenses nos llevan hasta el Guadalete. Allí donde el Vaporcito, pobrecito, tuvo su tiempo mejor. Nos espera el siguiente trago, una copa de Fino en Rama Gutiérrez Colosía (Gutiérrez Colosía) con la que dejarse de morritos y enfrentar los cambios con frescor y diversión. ¿Con qué? Con unas papas aliñás y la bahía de Cádiz al fondo.

Uno de los últimos en llegar a la bella ciudad es el Fino en Rama Monge (Bodegas R.F Cárdenas), un vino que mantiene tradiciones agradando sin arrebatos. Una mecedora que acuna dando consuelo mientras las lágrimas se convierten en sólidos cristales que hacen chascar el bocado de una mojama añeja.

Antes de dejar atrás El Puerto y continuar nuestro viaje, dos lugares. Y qué lugares. Un Fino de El Brillante. Homenaje a personas únicas que hacen grande lo cotidiano. Porque nos encantan ellos, su vino, su bacalao al pil pil, el atún en manteca y hasta los langostinos, tan exclusivos que cuatro, sólo cuatro, son suficientes. Y un Amontillado Viejo de Obregón. El peso de la historia en la que la sabiduría se rodea de risas consiguiendo la combinación perfecta. Con un buen plato de menudo, por supuesto.

Nos vamos a Jerez de la Frontera sin alejarnos demasiado, porque este vino es Aponiente puro. Hablamos, cómo no del Fino en Rama Yodo (Lustau). Como dice el gran Juan Ruiz Henestrosa, un paquete de pipas embotellado. Sal de sal de salinas salerosas que me muero de la emoción si lo acompañamos con una royal de erizo.

El callejeo nos lleva de tabancos donde intensas melodías te enfrentan a un corazón y su inmensa soledad. Entonces un Fino Bulería (Bodegas Dios Baco) te ataca por los flancos y se clava como flecha de punta afilada. Es el despertar y lo acompañamos con un matrimonio de los de toda la vida. Con su boquerón y su anchoa. Para siempre, por supuesto.

Dan las doce del mediodía y una pequeña bodega nos descubre El Marco. Volvemos años, muchos años atrás, cuando te conocen ternerita y nos dan la lección más importante. Es la hora. Brindemos por los encuentros con un Antique Amontillado (Fernando de Castilla) y una tapa de queso de cabra payoya.

Otro salto de cuidad. Atardece en playa de La Caleta, bulle el barrio de La Viña y Cádiz es una fiesta. Sorteamos flores y cucuruchos de crujiente mar y llegamos al sitio de nuestro recreo. Allí donde entre tizas y madera bebemos una Manzanilla Madura. La de la Taberna La Manzanilla, claro. Calidez aguda para ver pasar la vida con dos aceitunas. Nada más y nada menos.  

La curiosidad nos hace parar ante una barra y una copa, la del Fino en Rama Urium.  (Bodegas Urium). Porque nos negamos a quedarnos quietos viendo la vida pasar. Eso nunca. Hay que avanzar. Y mejor en la más disfrutona de las compañías, la de un amigo y un tartar de atún bien bueno.

Sanlúcar nos espera. El olor de sus calles bodegueras, la locura del barrio alto, los soles de Bajo de Guía y el ajo caliente. La primera parada, siempre, para tomar una Manzanilla CEDE de Taberna Der Guerrita. Vino de trastienda dice. Elegancia inteligente y emprendedora que nos gana aún más con esos chocos guisados por la reina de la casa.

Nos vestimos de tiros largos y medias Marie Claire para probar la Manzanilla Pasada Maruja (Juan Piñero), que de jarona tiene poco. Expresión que emociona.  Beneficiada o sin beneficiar, el caso es que nos beneficia y desaparece enterita ante una parpatana de atún con escabeche templado.

Caemos rendidos ante su majestad Quo Vadis (Delgado Zuleta). Amontillado muy viejo que, cuchillos en alto, provoca profundas y traviesas conversaciones. No necesitamos nada más, pero un poco de queso azul de Bucarito nunca sobra.

Y sí. Llega el momento de la despedida. Lo hacemos frente a un camarote con forma de cocina donde un grupo de marineros se empeña en hacer feliz al comensal. Una copa de manzanilla pasada Xixarito (Bodegas Barón), el vaivén de las olas y esa mágica lata rellena de sueño con la que siempre cerramos las vacaciones. Es el momento de lanzar al mar un deseo, que el año que empieza sea al menos tan espacial como el pasado.

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