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LA VUELTA AL MUNDO DE CULTUR PLAZA

Vacaciones a la valenciana de San Petersburgo a Moscú 

Aterrizar en la ciudad natal de Nabokov, escenario inspirador de algunos de sus relatos, puede suponer toda una aventura cultural repleta de constrastes pero también curiosas similitudes por descubrir

26/07/2016 - 

VALENCIA. Probablemente San Petersburgo, la ciudad de Pushkin y Dostoievski, sea en este momento la ciudad rusa de aire más europeo que podemos encontrar, multicultural y ecléctica. Mil veces menos dura que la grandiosa Moscú aunque tal vez por eso mismo menos atractiva, pero sin duda tiene su miga, sobre todo para aquellos que visitan el país por primera vez. ¿Qué ofrece este enclave turístico desde la perspectiva valenciana? Pues estímulos visuales dignos del apogeo fallero con edificios multicolor, dorados apoteósicos y fuegos artificiales en un viaje a la historia reciente de la formación de Europa y la disolución de la Unión Soviética con cantidad de referencias a célebres autores y artistas contemporáneos, lugares que solo hemos visto recreados en el cine y la literatura, además de gente estupenda de costumbres distintas a las nuestras que apetece conocer y con una rica gastronomía tradicional.

Si uno va buscando el choque cultural en San Petersburgo no lo encontrará pero lo idóneo es moverse entre ésta y la capital rusa para medir contrastes y precisamente en este orden, el que proponemos, para ir integrándonos en sus dinámicas, poder manejarnos como turistas por la ciudad y gozar tanto de sus singulares paisajes como de su excelente hostelería, entre otras cosas. Desde Valencia tomamos una avión a Barcelona y el coste de los billetes ida y vuelta a San Petersburgo se reduce bastante con tan pequeña escala todavía sin dejar atrás el Mediterráneo. De ahí a Rusia directos bajamos del avión y ya se percibe un ambiente distinto, sin embargo no tanto, podríamos decir pues que San Petersburgo no es representativa de Rusia en su esencia, así que pasaremos unos días aquí para después tomar un tren a Moscú, donde sí se nota que transitamos un continente muy distinto, exótico, tan duro como grandioso.

Por supuesto que ha pasado mucho tiempo desde que Vladimir Nabokov se inspirase en su ciudad natal para escribir algunas de sus historias más célebres, pero el entorno en el que él se crió y que acogió su adolescencia da buena cuenta de ciertas tendencias del presente. Por ejemplo, él describía a una sociedad en la que había preferencia por aprender idiomas extranjeros, en especial el francés, y ánimo de conocer otras culturas. La familia del escritor hablaba ruso, inglés y francés, por lo que Nabokov fue trilingüe desde muy pequeño, también por la labor de sus institutrices, aunque pronto estalló el conflicto político y llegaron las prohibiciones. En 1919 su familia se exilió a Alemania por temor al bolchevismo y Nabokov emigró e ingresó en la Universidad de Cambridge. De manera que a lo largo de las últimas décadas se ha mantenido en la sociedad esa base de interés, pese a que intentara sesgarse, convirtiendo a San Petersbugo en una ciudad abierta, mucho más que Moscú al verse la capital influenciada por el núcleo de los pueblos eslavos, pues en esta otra la buena disposición hacia lo que viene de fuera no está particularmente arraigada y relacionarse es más difícil, quizás hay más desconfianza por haber sufrido, además de que en los museos, instituciones y centros de arte el personal no suele hablar inglés ni hay publicaciones accesibles en idiomas que no sean el ruso, mientras que en San Petersburgo sí es común.

El Museo del Hermitage es una de las mayores pinacotecas y museos de antigüedades del mundo por lo tanto requiere una primera parada, visita obligada, para los amantes del arte. Su colección ocupa un complejo formado por seis edificios situados a la orilla del río Neva entre los que se encuentra el Palacio Menshikov, el Edificio del Estado Mayor y un recinto para almacenamiento abierto. El museo se formó con la colección privada de obras que fueron adquiriendo los zares durante varios siglos, algunas de las adquisiciones guardan la sombra de la duda respecto a cómo fue su adquisición, rumores de expolio en los que no vamos a entrar, y no fue hasta el año 1917 cuando se declaró Museo Estatal. Más de tres millones de piezas, desde antigüedades romanas y griegas a obras de Europa occidental, exótico arte oriental, piezas arqueológicas de valor incalculable, hermoso arte ruso, joyas ostentosas y también armas... Sí, armas, se trata de un país en el que tienen respeto y admiración por el armamento hasta el punto de dedicarle espacios públicos y museos exclusivos con una vehemencia que asusta, aunque en San Petersburgo solo estamos calentando, ¿qué hay del cañón más grande del mundo, situado en Moscú, con millones de turistas morbosos que lo visitan al año? Lo del cañón tipo falla, de hecho, quedó en ninot indultat porque jamás pudo utilizarse ya que su envergadura impedía el lógico funcionamiento mecánico, nunca se logró disparar con él, su desmesurado tamaño lo hizo inservible y ha quedado para el recuerdo, despertando muchísima espectación siendo la "escultura" con la que más selfies se toman en la zona. 

Volviendo a las inmediaciones del Hermitage, frente a su entrada principal, al otro lado de la plaza, junto al Palacio de Invierno, atravesamos una pequeña puerta y damos con la increíble colección de Impresionismo francés, con obras de Gauguin y Matisse, reorganizada recientemente y que muchos se pierden ya que su acceso no tiene indicaciones llamativas y se escapa al típico recorrido. A la salida bordeamos el río para adentrarnos en los barrios colindantes donde es fácil encontrar comida típica rusa a buen precio. Músicos callejeros, conciertos improvisados, ambiente vivo y multicultural nos rodea. 

Alojados en el hotel Rocco Forte Astoria estamos tan cerca del Hermitage y de los puntos turísticos principales que podemos recorrer a pie gran parte del trayecto. También se come bien en el restaurate del hotel y no es menú para guiris en el sentido de que no ofrecen solamente platos que saben que van a gustar o son una apuesta internacional segura como la pasta etcétera si no que apuestan por su gastronomía sabrosa y diferente. En este caso, no como en otros hoteles del estilo (podríamos decir que el Rocco Forte es tipo Palace si estuviéramos en Madrid) la comida casera y típica del país es promocionada y servida en su cafetería-restaurante como introducción a su cultura y eso se agradece ya que a menudo los hoteles son oasis apátridas en los que no sientes representada la región a la que viajas, como cuando comes en un Starbucks y todo sandwich sabe igual da lo mismo que lo pidas en Nueva York que en Berlín o en Valencia. No, la gastronomía degustada en este hotel de cinco estrellas, lujoso pero menos caro que los cinco estrellas de otras cadenas y en otros países, es auténtica y emociona. En nuestra ciudad necesitamos saber muy, muy bien a qué restaurante ir para tomar una buena paella pero en San Petersburgo el célebre stroganoff (carne de ternera cortada en finos trozos con una deliciosa salsa de nata) está rico casi en cualquier sitio. Y la ensaladilla rusa existe aunque sí es más bien para turistas que buscan despejar dudas frente al mito, la sirven opcional en el desayuno, con mucha mayonesa, sabe igual.

En los alrededores de San Petersburgo se ubica el Palacio de Pedro I el Grande, que nada más verlo sugiere la definición estética de nuestro intraducible término coentor. No es kitsch, El Palacio de Peterhof es un conjunto de palacio en tonos dorados y pastel con un parque inmenso que se encuentra en la orilla meridional del Golfo de Finlandia, a menos de 30 km de San Petersburgo y fijo que desde el Telescopio Espacial Hubble se aprecia. Sus fuentes y cascadas en las que aparece por ejemplo la figura de Sansón esculpira en oro puro hacen del lugar un ambiente tan recargado que no es kitsch, no, es coent pero tampoco en sentido negativo, para nada, todo lo contrario, supone una obra de arte en sí mismo todo, teatral y excesiva hasta el paroxismo, irrepetible. No puedes estar cerca y no ir, visita obligatoria, una experiencia única, de verdad, no es el Palacio de Versalles, Peterhof eleva el concepto a otra dimensión.  

Los lugarenos cuentan que San Petersburgo es resultado del empeño de un Zar que llamó a los mejores arquitectos para diseñar la ciudad entera sobre la base de la proporción áurea en busca de la perfección; Moscú, por su parte, es como un gran campamento, organizadísimo y majestuoso aunque un poco gris, cuyas calles tienen menos influencia europea que las de San Petersburgo. Ese espíritu con el que esta última ciudad nació es el que ha condicionado la visión del arte y de la cultura generando el surgimiento de museos y centros de corte moderno. Actualmente lo más transgresor que podemos encontrar en la capital en materia de arte como institución pública es la rehabilitación de una gran ruina de la era soviética, el antiguo restaurante Vremena Goda, popular enclave en el Parque Gorky, convertido desde 2008 en el Museo de Arte Contemporáneo Garage por el arquitecto holandés Rem Koolhaas. El edificio es de 5400 m2 e incluye galerías para exposiciones temporales en dos niveles, un área didáctica, librería, cafetería, auditorio, oficinas y una gran terraza en su azotea desde la cual disfrutar de vistas de todo el parque. Lo cierto es que su diseño conserva elementos originales de la era soviética, incluyendo una pared de mosaico, azulejos y ladrillo retro pero bien integrados en un giro alegre que dota al parque de un tránsito de gente joven, universitarios y del mundo de la cultura en sus horas de luz al menos. Destacable apunte por el cual vale la pena el viaje en tren entre ambas ciudades más allá de visitar la Plaza Roja si uno quiere adentrarse en la faceta más contemporánea del ámbito artístico ruso. Una vida cultural que nos es ajena y a la vez cercana, gente estupenda y lugares impresionantes; viaje alucinante.

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