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el último tabú

Violación: hablan las víctimas

La violación es, tras el asesinato, el peor crimen del que puede ser víctima una mujer. A eso se añade la segunda victimización, la que intenta buscar su responsabilidad en un acto del que solo el violador es responsable. Pese a los avances legales, la sociedad sigue mirando hacia otro lado

| 11/06/2017 | 14 min, 2 seg

VALÈNCIA.- Lucía es una mujer joven, que se ha hecho a sí misma a pesar de la adversidad. Tiene un trabajo envidiable, una seguridad que difícilmente podría hacer pensar que tuvo que dejar los estudios nada más finalizar la Primaria. Su infierno comenzó a los once años de edad. Tras enfermar su madre, siendo la única chica de tres hermanos, fue obligada a adoptar el papel de la mujer de la casa, en el sentido más machista y criminal del término, que, entre cocinas, limpieza y cuidados, incluía la servidumbre sexual a su progenitor. Es difícil no flaquear ante su demoledor testimonio y la integridad con la que lo relata. «Las primeras veces me llevaba a la habitación, me colocaba en alguna postura que a él le gustase y se hacía una paja. A los veinte días ya me penetró. Al principio ocurría una vez a la semana, pero luego se convirtió en algo diario». 

Cuando cumplió trece años, sus padres se separaron. La enfermedad mental de su madre no le dio ninguna opción para hacerse con la custodia de los hijos y esta fue a parar al padre. «Nada más finalicé la Primaria me obligó a dejar los estudios y estar en casa. Cada noche, después de cenar, me avisaba con la misma frase: "Eso va a ser ahora". Ya sabía que él me estaba esperando en el cuarto. Ahora me doy cuenta de que lo tenía todo premeditado. Esperó a que tuviera la primera menstruación para comenzar con los abusos. Yo era su mujer y al terminar nunca se sentía mal. Mi soledad aún era mayor porque no podía contarlo a nadie. Mis hermanos creo que no se lo imaginaban ni por asomo».

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Lucía fue violada casi a diario durante ocho interminables años, en el más absoluto silencio y soledad, siendo una niña, una adolescente y una joven. Aislada de su entorno escolar, sin ningún apoyo familiar porque su madre había empeorado, aguantó unos abusos que cada vez eran peores y más seguidos. La economía familiar era nefasta. Su abusador se había quedado en paro y disponía de todo el día para estar con ella. La salida de Lucía fue buscar trabajo ante la necesidad económica de la familia. A los diecinueve años, saliendo de trabajar, su agresor la esperó con un ataque de celos que lo desenmascaró. La intervención de la Policía en aquel episodio de violencia en plena calle le permitió a Lucía confesar lo que le estaba pasando. Los hechos se sucedieron muy rápido. La sentencia le dio la razón y su padre fue condenado a la pena máxima por delitos de agresión sexual con el agravante de parentesco. Quince años en total. Lejos de pensar que aquella condena era la salida de aquel infierno, la denuncia pública la dejó sola. Nadie del círculo familiar más amplio quiso hurgar en el asunto. Había mucho en juego, un apellido conocido en València y el prejuicio de que «seguro que la niña no era trigo limpio». 

Víctima vs. agresor

La Fiscal de Violencia contra la Mujer de València, Susana Gisbert, señala que en este tipo de delitos solo hay una prueba. En caso de que no se pueda constatar la violación con pruebas físicas, cosa que ocurre muy a menudo en las agresiones sexuales en el ámbito familiar, existe una declaración de la víctima contra él, el violador. «Además del juicio al que se expone la mujer, existe el cuestionamiento social. ¡Intenta decir públicamente que te han violado! Es una cuestión que sigue provocando vergüenza porque la sociedad es aún muy machista. En el entorno familiar, la mayoría prefiere correr un tupido velo, no siempre por intereses propios sino pensando que es lo mejor para la víctima. No desean exponerla a un calvario, a tener que revivirlo todo, porque para la sociedad, al igual que para la línea de la defensa en un juicio, el cuestionamiento estará presente, ese 'algo habrá hecho'», señala.  

Katarina fue violada por su exmarido durante dos años. La relación se rompió por la actitud obsesiva de su pareja y un trato degradante que no siempre se basaba en palizas. Tienen un hijo pequeño en común y una diferencia de estatus legal fundamental. Katarina es una inmigrante de Europa del Este mientras que su marido es un español «de pura cepa», como le decía, «que le quitaría al niño si se le ocurría dejarlo». Katarina se atrevió a dar el paso, pero jamás imaginó que una vez divorciada tendría que permitir las visitas al hogar a su exmarido que, bajo el pretexto de ver a su hijo, aprovechaba para violar a la mujer que seguía viendo como su pertenencia.

«Hemos avanzado en el aspecto legal pero la sociedad no está avanzando al mismo ritmo», señala Beatriz de Mergelina, la psicóloga de Cavas

«Era repugnante. No tenía ningún pudor de que nuestro hijo estuviera ahí. Tenía los muslos llenos de cardenales porque me forzaba, y si chillaba y mi hijo entraba a la habitación, él me cogía del cuello y le decía que solo estábamos jugando. Cuando terminaba se iba con una sonrisa despreciable», recuerda. 

«Ante la falta de prueba material, la declaración es lo que queda. Esta debe ser verosímil, invariable y no arrastrar otro móvil como la venganza o el resentimiento. La segunda fase del proceso es la valoración del juez. En el caso de Katarina, aconsejada por sus amistades, fue fundamental denunciar y recopilar pruebas grabadas de los abusos. Su juicio se celebró en febrero, pero aún sigue a la espera de la resolución, angustiada de pensar que no le darán la razón y que él pueda volver a las andadas. 

Casos como el de Katarina y de Lucía son muy difíciles para las víctimas porque la continuidad de la investigación y de los procesos judiciales en los delitos sexuales dependen de la ratificación única y exclusiva de la denuncia de la agredida, ni siquiera de un testigo. En el ámbito de la pareja o familia eso es especialmente duro porque «mientras esperas la fecha del juicio debes mantenerte firme en la denuncia y no retirarla, y eso no siempre es fácil cuando tienes la presión añadida del entorno familiar o del propio agresor», especifica la fiscal Susana Gisbert. 

Una ley que dignifica a la víctima

En abril de 2015 entró en vigor la Ley del Estatuto de la Víctima que como se indica en la última memoria de la Fiscalía General del Estado «persigue que todos los poderes públicos den una respuesta integral y efectiva a las víctimas de delitos. Se amplía la esfera indemnizatoria y reparadora, y se tiene en cuenta ya el aspecto moral, reconociendo la dignidad de las víctimas». Susana Gisbert aclara que esta ley ofrece en los procesos por delitos sexuales medios para paliar la victimización secundaria. La testificación a través de cámaras, las pruebas constituidas o evitar que la víctima tenga que declarar varias veces. 

Todas estas medidas quizá hubieran alentado a Nuria Coronado a denunciar el intento de violación que sufrió en el portal de su casa. Esta periodista madrileña ha sido de las pocas mujeres en España que ha hablado del asunto a cara descubierta. En su caso, la violación no llegó a consumarse, pero la agresión sexual vivida fue tan angustiosa que la retuvo en casa durante un año, paralizada por el miedo de volver a encontrarse a aquel maniaco que «decidió terminar su noche de fiesta violando a una chica en un portal». 

¿Y por qué el silencio?

«No pude denunciar por miedo a las preguntas en el juicio y en mi entorno, pero ahora que soy madre, y tras ver los sucesos de los últimos San Fermines donde una chica sufrió una violación múltiple, no he podido quedarme callada viendo que vuelve a repetirse una y otra vez», comenta Nuria Coronado. «Nosotras somos las víctimas, no las culpables y para atajar ese cuestionamiento, este estigma, hay que atacar al mayor enemigo, el machismo. Tras contar lo que me pasó, dos amigas me confesaron que a ellas también las violaron. No quiero seguir siendo cómplice del silencio», sentencia.

En el Centro de Asistencia a las Víctimas de Agresiones Sexuales (Cavas) de València llevan desde hace décadas asistiendo a víctimas de esta terrible experiencia. En el tiempo que dura esta entrevista, un par de horas, acuden tres chicas jóvenes para pedir asesoramiento porque han sufrido una agresión sexual. También lo hicieron Lucía y Katarina. Es curioso que antes de interponer denuncia, una primera confesión suele ser delante de las profesionales de Cavas. 

«La sensación de culpa y vergüenza surge siempre en las víctimas. Sigue estando a la orden del día que a las personas que vienen aquí les hayan educado con la máxima de que los trapos sucios se lavan en casa, que ya le habían avisado de que no volviera sola a casa por lugares oscuros, que conforme va vestida es normal que pase lo que pase», señala Ana Marco, trabajadora social de la organización. 

«La culpa y la vergüenza surgen siempre en las víctimas. Les han educado con la máxima de que los trapos sucios se lavan en casa», señala Ana Marco

Las historias que han atendido estas profesionales son tan arbitrarias como estremecedoras. Una joven estudiante que de regreso de la universidad decide atajar por un descampado. A doscientos metros de su casa, bajo un árbol, y con un cuchillo en la garganta es violada. Una empresaria, madre de familia, en plena reforma de su casa le abre la puerta a quien cree que es un trabajador. Él la maniata, la viola, la agrede, restriega sus restos en su cuerpo y la deja semiinconsciente. Sus hijos la rescatan horas después, y tras dos años de duelo interno se lo encuentra en una ferretería. Su matrícula y aquellos asquerosos fluidos le delataron. Una chica que se tortura por si no supo dejarle claro a aquel chaval que había subido a su coche solo para hablar. 

Eso es lo que más cuesta. Hablar. Ante el testimonio, las víctimas coinciden en que se encuentran un entorno hostil. El padre de una de las víctimas que le recrimina que no ande sola no vaya a volver a pasarle; el de la post-agresión donde entre miedo, asco y rabia le recomienda que no testifique para que no la señalen con el dedo; el del juicio o el del silencio cómplice.

Lucía rehízo su vida hace unos años. Su pareja sabe por lo que ha pasado, pero ha decidido ocultárselo al resto de su familia política porque cree que jamás lo entenderán, además de que le da profunda vergüenza que lo sepan. Katarina, tras haber sacado valor para enfrentarse a su agresor en juicio, vive angustiada por la espera. Siente que no las tiene todas consigo porque «quizá el juez interprete que soy la culpable de lo que me ha pasado», dice mientras sostiene temblorosa una taza de café. «Yo pasé del pánico a los sudores nocturnos, al miedo a salir sola por si me lo volvía a encontrar, y luego al tormento de por qué me ha ocurrido precisamente a mí. Ha pasado mucho tiempo, pero sigo sintiéndome desprotegida», indica Nuria.

«Hoy follo, mañana juicio»

«Hemos avanzado en el aspecto legal y hemos pasado de un marco que contemplaba la violación como una penetración vaginal hacia una ampliación de la ley que también considera violación una penetración bucal, anal o digital. Los pasos legales se están dando pero en la sociedad no se avanza al mismo ritmo», señala Beatriz de Mergelina, la psicóloga del Centro. 

Lo del violador en serie no es la regla sino la excepción. Tanto las profesionales de Cavas como Gisbert coinciden en que no existe un perfil del agresor, pero la mayoría de los casos que les llegan suelen ser de hombres corrientes, un jefe, un supuesto amigo, un familiar, la pareja. O un grupo de chicos que has conocido en una fiesta. El Prenda y su 'manada' violaron por turnos a una chica de dieciocho años en un portal como parte de la experiencia de un San Fermín. El pasado abril, en el festival de Paellas Universitarias en la Marina Sur saltó la polémica cuando se hicieron virales las fotos de unos estudiantes de derecho con camisetas en las que se podía leer: «Hoy follo, mañana juicio».

«Nos preocupa que la cultura de la violación se está dando entre las generaciones más jóvenes. Una de las chicas que nos ha visitado esta mañana apenas tendrá veinte años y sufrió una agresión sexual el pasado fin de semana por un grupo de chicos que conoció en una discoteca. La invitaron a una copa y lo siguiente que recuerda es despertarse desnuda en la habitación de un hotel rodeada de hombres. Cuando hacemos cursos con jóvenes nos sorprenden las respuestas machistas, que naturalizan el hecho de que es más fácil drogar a una chica para conseguir lo que quieren que tener que enfrentarse a un 'no'», señala la psicóloga de Cavas. 

Hablar de la violación  

Pocas personalidades públicas se han enfrentado al tabú de la violación. Los testimonios de Madonna, Lady Gaga y la actriz Carmen Maura han puesto en el foco del debate social la violación, pero este se ha avivado recientemente con la salida a la luz de los casos de supuestos violadores famosos, aunque han hecho falta décadas para provocar en el público una reacción de repulsa. Cuarenta años han pasado del estreno del Último tango en París, y es el tiempo que han tardado los espectadores en condenar la escena entre Marlon Brando y Maria Schneider como lo que en realidad fue, una violación. Pablo Neruda describió en sus memorias Confieso que he vivido, cómo forzó a su sirvienta de la casta de los Parias cuando era cónsul en Ceilán en 1929. Ha sido la periodista Carla Moreno Saldías quién casi un siglo después ha releído este capítulo en clave de lo que fue, una violación. 

El tabú social pesa, con flashes o sin ellos, pero las denuncias públicas tarde o temprano cambian las injusticias sociales, y eso lo saben Ana, Beatriz, Susana, Lucía, Nuria, Katarina. Para Lucía el resarcimiento consiste en vivir tranquila. Su agresor, su padre, salió el año pasado de prisión tras cumplir la pena íntegra. «No doy la cara porque prefiero que no sepa nada de mí. ¿Quién me garantiza que un día no venga y acabe conmigo?», dice. Su denuncia garantiza que ese terrible presagio no se cumpla. La denuncia de Nuria, que no quiere ser cómplice del silencio y de un estigma social que hay que romper. La confesión de Katarina quien se despide de la entrevista con un libro de relatos en las manos en el que pone Las mujeres cuentan. Y tanto que sí.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 32 de la revista Plaza

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