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opinión politizada / OPINIÓN

2013: el principio del fin

22/03/2023 - 

VALÈNCIA. En los últimos días ha cobrado protagonismo informativo lo sucio, vetusto y descuidado que se halla el Camp de Mestalla a pocas semanas de celebrar oficialmente su centenario, el próximo 20 de mayo. Un abandono que no es novedad y que, desde hace meses, hemos reiterado en cada retransmisión de ‘El Matx’ como algo que el club debía atajar por cuestiones de imagen, sí, pero también de higiene. Sin ir más lejos, el 11 de febrero mis compañeros tuvieron que compartir la cabina con un contundente ‘mojón’ –seguramente de algún gato de tamaño considerable- durante la retransmisión del Valencia-Athletic de Copa. Como director del programa, resguardado en los estudios de la emisora, pude librarme de una noche que acabó siendo dolorosa por la eliminación y olorosa gracias a la inesperada presencia de aquel simpático zurullo.

Echando la vista atrás, más allá del mantenimiento estándar de la instalación, da la casualidad de que la última gran reforma se llevó a cabo en la segunda mitad de 2013, con Amadeo Salvo recién instalado en la silla presidencial. Un ‘lavado de cara’ al estadio para, a base de pintura naranja en el interior y a base de lonas y un murciélago gigante en la fachada de la Avenida de Aragón, intentar dejar atrás aquel Mestalla noventero viejo y desangelado, en el que predominaba el color gris cemento y en el que el tono blanco y azul de las butacas parecía pasado por un filtro ‘vintage’ de Instagram.

Mi mente regresa de nuevo a 2013... Con la perspectiva que da el tiempo, el principio del fin.

Aquel año supuso el cierre de una etapa marcada por la carestía y contención económicaun ‘regalo’ de Juan Soler a sus sucesores en el cargo-, y con cierta estabilidad deportiva con Manolo Llorente como presidente, enlazando tres temporadas consecutivas como terceros en la clasificación y siendo una cara habitual en la Liga de Campeones.

Un año que empezaba con las dudas de si, tras relevar a Pellegrino antes de tiempo, la apuesta de Llorente y Braulio por ‘Txingurri’ Valverde daría resultado. A nivel deportivo, las dudas fueron resueltas con prontitud. La segunda vuelta del Valencia CF fue casi inmaculada, sólo estropeada por dos arbitrajes absolutamente demenciales en Anoeta y en el Sánchez Pizjuán. Valverde merecía rematar sus meses en la ciudad con una cuarta plaza, pero tuvo que conformarse con ser quinto.

Lo recuerdo al detalle porque muchos de los que hoy defienden con pasión a Peter Lim y disculpan cada error cometido durante su gestión, echaban por aquel entonces espumarajos por la boca ante el “desastre” de quedarse fuera de la Champions. Diez años después, más de uno firmaría aquello con sangre.

Con una mochila repleta de aciertos y también de errores a lo largo de quince temporadas (divididas en dos etapas), Llorente se marchó en abril con la música a otra parte una vez le quedó claro que la ‘nueva’ Fundación VCF, ‘cocinada’ por la clase política para dar solución a varios entuertos pasados –la multa de Bruselas, la denuncia de Andrés Sanchis, el préstamo con el que se adquirió la mayoría accionarial…-, ni le veía con buenos ojos ni pensaba otorgarle la libertad como gestor que había tenido los cuatro años anteriores.

Fueron semanas de agitación y convulsión. La transición no fue fácil ni fluida: Vicente Andreu pasó por la presidencia de manera efímera, siendo la filtración de la marcha de Ernesto Valverde en los minutos previos al partido del Pizjuán su ‘highlight’ más destacado.

Ah sí, Valverde. Quizá el mejor entrenador de aquellos años se marchó despavorido porque no se fiaba de lo que estaba por venir. Siempre nos quedará la duda de si fue antes el huevo o la gallina –el Athletic Club tenía avanzado el acuerdo con el técnico-, pero desde luego su ‘feeling’ con Amadeo Salvo en aquella reunión cara a cara el 23 de abril no fue el mejor. Y eso que Braulio y Llorente habían dejado “encaminada” su continuidad en marzo. Algo oyó que no le gustó, y el cacereño se marchó por patas. Otro signo de alarma que no supimos o no quisimos ver.

El presente año va a cumplirse una década redonda desde aquel 2013 y todavía flotan en el ambiente las cenizas del incendio. En abril hará diez años que Llorente se fue a su casa, pero todavía hay quien se empeña en culparle de las infame gestión del presente. También se cumplirá una década desde la precipitada dimisión de Federico Varona, efímero presidente de la Fundación VCF, por motivos que espero algún día cuente de manera pública y que dibujarían un buen retrato de lo que pasó meses después en el proceso de venta. Sospecho que, con Varona al mando y no Aurelio Martínez, Peter Lim no hubiese recorrido plácidamente la alfombra roja que recorrió para hacerse con el Valencia sin ofrecer ni una garantía importante por escrito.

En junio hará diez años que Albelda fue fríamente despedido un lunes por la tarde, tras haber recuperado la capitanía y completar un gran final de campaña 2012-2013 con Valverde a los mandos y flanqueado por unos Banega y Parejo sensacionales. Un Albelda al que se le exige en la actualidad mano de hierro y guerra sin cuartel con Peter Lim cada vez que abre la boca, pero que en aquella época era zarandeado precisamente por no callarse ni una y decir que Juan Soler había sido un desastre y que el proceso de venta fue una pantomima.

A principios de otoño se cumplirá la efeméride de aquel proyecto irrealizable que iba a equiparar al Valencia con el Borussia de Dortmund. Proyecto que ni los patronos de la Fundación se creían. Y así se ganaba tiempo, mientras se aprovechaba para hacer, brocha en mano, un  ‘restyling’ de Mestalla y que quedase bien ‘pintón’ y bien ‘facherito’. ¡Abajo el cemento y el gris del pasado obsoleto, viva el colorido naranja de un futuro resplandeciente!

Han pasado los años y, como se observa a simple vista cuando visitas Mestalla en 2023… ni colorido, ni futuro, ni resplandeciente. La degradación del estadio corre en paralelo a la degradación de la institución.

Y, claro, a finales de diciembre se cumplirán diez años desde que el nombre de Peter Lim irrumpió en nuestras vidas para cambiarlas para siempre… a peor.

¡Diez años!

Repito, en mayúsculas, negritas y, si pudiese, en forma de pancarta gigante atada a la cola de una avioneta: ¡LLEVAN CASI DIEZ AÑOS AQUÍ!

La realidad te coge, te zarandea, te da un rodillazo en la entrepierna, te hace un piquete de ojos, te sube a la tercera cuerda del cuadrilátero y te lanza por los aires como un pelele cuando tomas consciencia de la dimensión real de este dato: Meriton Holdings amasa en sus zarpas casi una décima parte de los 104 años de vida del Valencia. Una décima parte de la historia del club con ellos a los mandos. El resultado salta a la vista: ni una promesa sin incumplir, ni un aficionado sin maltratar –aunque siga habiendo unos poquitos que disfruten masoquistamente de semejantes vejaciones- y ni un ridículo que falte por cometerse. Infamia, calamidad, muerte y destrucción. Ni el antivalencianista más reputado gestionaría como ellos: el primer equipo, al borde de Segunda; el club, al borde del abismo.

Y todavía hay quien, diez años después, insiste cada verano en que hay que dejar trabajar. Y, a base de darle la proverbial capa de pintura al club cada año en época estival, más de uno sigue cayendo en la trampa.

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