VALÈNCIA. Hace un mes que la DANA golpeó con toda su fuerza nuestras vidas, dejando a su paso un rastro de destrucción que pesa sobre nuestros pueblos y nuestro entorno. Las imágenes de calles convertidas en ríos, hogares destrozados y cultivos arrasados invadieron los informativos, mientras el dolor y la impotencia se instalaban en el corazón de miles de familias valencianas. La magnitud de la catástrofe no tiene precedentes, y las heridas abiertas tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Eso, creo, todos sabemos que es inevitable.
Sin embargo, un mes después, la realidad de la gestión de esta tragedia es casi tan desoladora como lo fue la propia DANA. La ineptitud criminal inicial ha mutado en incompetencia y caos generalizado en la reconstrucción. Las promesas iniciales de los responsables políticos de la Generalitat se han diluido, mientras las soluciones siguen sin llegar a quienes más las necesitan. Pueblos sin servicios, niños sin coles, trabajadores sin trabajo, usuarios sin transporte, el tráfico desbocado, los responsables de la Generalitat desaparecidos… En demasiados casos, las instituciones están respondiendo con lentitud, descoordinación y falta de empatía hacia las personas afectadas. Las palabras bonitas ya no bastan; hacen falta hechos, y esos hechos siguen siendo insuficientes.
Además, a medida que los días pasan, el interés mediático empieza a desvanecerse. Las cámaras, que tanto ayudaron a visibilizar la gravedad de la situación, están girando hacia otros focos informativos. En los despachos de las altas esferas políticas, algunos ya respiran con alivio y planean cómo subirse el sueldo o cómo hacer ricas a sus empresas amigas a costa de las ayudas a la reconstrucción, confiando en que el aluvión de críticas se diluya con el paso del tiempo; parapetados en la creencia que la desesperación por volver a la normalidad hará del olvido el mejor bálsamo para la profunda rabia.
La pregunta que debemos hacernos es clara: si hasta ahora, con toda la atención mediática y social puesta en la tragedia, la gestión ha sido lamentable, ¿qué podemos esperar cuando los focos ya no apunten aquí? La experiencia en otras tragedias nos dice que, cuando desaparece la presión pública, las soluciones se postergan indefinidamente. Los afectados quedan abandonados a su suerte, y las promesas se convierten en palabras vacías.
Es aquí donde la movilización ciudadana y la sociedad civil juega un papel crucial. Sí, otra vez, el pueblo salvando al pueblo. No podemos permitir que el silencio se imponga. La movilización ciudadana es la herramienta más poderosa que tenemos para exigir respuestas, asunción de responsabilidades y mejor gestión. Este sábado, 30 de noviembre, hay convocada una manifestación que debe servir para alzar la voz por todos aquellos que han visto sus vidas destrozadas y que aún esperan una respuesta justa. Esta movilización no es solo un acto simbólico; es una llamada a la acción que debe mantenerse hasta que las soluciones lleguen y las responsabilidades se asuman.
La historia de esta DANA no puede quedar enterrada en el olvido. Las lluvias torrenciales han dejado al descubierto no solo la vulnerabilidad de nuestro territorio frente al cambio climático, sino también las ineptitud total del Partido Popular para enfrentar emergencias de esta magnitud. Exigir responsabilidad no es un acto de revancha; es un deber hacia quienes han sufrido esta tragedia.
Cuando se apaguen los focos, será más necesario que nunca mantener viva la memoria de lo que ocurrió. Porque detrás de cada casa destruida hay una familia que lucha por recuperar su vida. Detrás de cada campo inundado hay un agricultor que sigue adelante a pesar de todo. Y detrás de cada decisión política hay una responsabilidad que no puede ser eludida.
Lo que pasó no puede ser una anécdota que se borre con el tiempo. Por eso, nuestra voz debe seguir resonando hasta que las promesas se conviertan en realidades, las heridas se reparen y la dignidad de las personas afectadas sea restaurada. Porque si olvidamos, perdemos. Yen esto, el pueblo valenciano, no podemos permitirnos perder.