El barrio culmina un proceso que comenzó hace tres décadas. La transformación en su tipo de inmigración y en su estructura socioeconómica advierten de los cambios en marcha en el resto de ciudad
VALÈNCIA. Si hubiera que poner la lupa en un lugar que, como ejemplo universal, explicase cómo ha cambiado las ciudades en los últimos 25 años, Russafa tiene todas las características para mostrar esa transformación. Por tamaño, vistosidad, rapidez… Al igual que en otros barrios populares centrales de España, como es el caso de El Raval en Barcelona, San Francisco en Bilbao o Lavapiés en Madrid, hay tres fases esenciales: declive a partir de los ochenta, con caída de equipamientos, población y comercio; llegada de vecindario inmigrante a mitad de los noventa, fundamentalmente extracomunitario, dando como resultado un mayor dinamismo pero también evidenciando muchas de las carencias; y desde ahí, en la segunda década de los 2000, un cambio en la estructura: llegada de clase media y de una inmigración del norte global, atraída por un cierto cosmopolitismo.
El sociólogo Francisco Torres, experto de la Universitat de València en las dinámicas de convivencia en Russafa, cifra el cambio comparando dos fotografías. La primera, donde en el 2000 los residentes extranjeros eran 548, fundamentalmente marroquíes, chinos, ingleses y franceses, y en menor medida argelinos y senegaleses; mientras que en 2004 eran 3.972, un 15,56% del vecindario, por encima de la media en València. Y una segunda, la actual, con cerca de 4.000 extranjeros empadronados (un 21,7% del barrio si tiene en cuenta a los latinoamericanos ya nacionalizados), pero donde las nacionalidades principales son otras: Italia, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, complementados por los magrebíes, chinos y latinoamericanos que compraron pisos económicos a principios de siglo.
“La Russafa de ahora tiene poco que ver con la de hace 25 años”, resume Torres. “Pasan de ser barrios en decadencia (a partir de una cierta minusvaloración por parte de las administraciones) a tener un nuevo dinamismo, manteniendo su carácter popular pero ya con un carácter multicultural. Con tensiones iniciales que se van acomodando a partir de la instalación de familias, convivencia compartida en los colegios… Con el paso de los años todas las ciudades quieren ser globales, y Russafa dispara su atractivo por varios motivos: ser un barrio muy céntrico, tener el atractivo de su historicidad y una arquitectura de los años veinte en las partes más cercanas a Reino de València y el Mercado, a lo que se añade el desarrollo del Parc Central…”.
Si en 2002 Russafa vivió uno de los peores episodios de su historia reciente con la manifestación de España en 2000 que derivó en graves altercados, todavía en 2008 la fuerza ultra dio un mitin en el que su líder José Luis Roberto reclamaba una Russafa libre de “multiculturalidad mugrienta y de opereta” al grito de “Español, tú primero”.
Roberto y los suyos ya apenas se acuerdan de Russafa, a pesar de que su multiculturalidad no ha hecho más que escalar. Racismo asimétrico. “Si bien se mantiene parte de la población del sur global sobre todo Russafa pasa a tener una inmigración europea acomodada”, sigue Francisco Torres.
Entre esos barrios centrales y populares, el caso de Russafa supone un viraje completo, a diferencia de por ejemplo Lavapiés, donde el cambio, aunque intenso, ha sido parcial. Un indicio de esas diferencias es el nivel socioeconómico: “En Russafa, en 2023, un 72,9% de los habitantes poseían estudios medios y superiores, lo cual contrasta con Lavapiés, donde es el 61%, por debajo de la media del distrito. En cuanto a la renta media por hogar, si bien con importante heterogeneidad entre las secciones censales, la de Russafa es superior a la media de Valencia, mientras que, en Lavapiés, está por debajo de la media de Madrid”.
Si en Lavapiés han acabado juntándose fases alternas (un pasado conectado con el futuro a través de la vulnerabilidad, la gentrificación y la turistificación), en Russafa se han borrado huellas del inicio del proceso a inicios de siglo. Torres lo sintetiza de esta manera: “Lavapiés continúa siendo receptor de población del sur global que acaba de llegar, sobre todo porque sigue habiendo colectivos muy asentados. En Lavapiés el primer colectivo que llega, con mucha diferencia, es el de ciudadanos de Bangladés. En Lavapiés continúa habiendo zonas marginadas, de trapicheo de droga, con mucha presencia policial… Eso desapareció de Russafa en 2004-2005. Mientras Russafa tiene un cosmopolitismo para todos los públicos, el cosmopolitismo de Lavapiés tiene un punto de aventura urbana. En parte porque el proceso de gentrificación de Russafa está más consolidado que Lavapiés. En ese sentido se asemeja más al norte del Raval, a pesar de no tener tantos contenedores culturales”.
Ese mismo cosmopolitismo -muchas veces formado por personas críticas con los procesos gentrificadores- ha representado contradictoriamente un atractivo para la nueva clase media de sus calles (“profesionales y técnicos asalariados, universitarios con buenos trabajos”).
El proceso redondo de gentrificación en el caso Russafa ha tenido, como efectos interiores, que el vecindario más popular no haya podido asumir el coste de la vivienda: “sobre todo -indica Torres- familias jóvenes de origen migrante, así como de origen valenciano. En cambio, los mayores, que ya eran propietarios, han podido en buena parte mantenerse. La propiedad ha sido el factor crítico: la ausencia de vivienda accesible, en general en todas nuestras ciudades, y en particular en este tipo de barrios” ha sido el detonante para un cambio profundo en la estructura de la población.
Aquellas tensiones vecinales que hacían correr ríos de tinta a inicios de siglo, se han desplazado. Si antes tenían lugar entre recién llegados y afincados, ahora son entre el llamado ‘vecindario legítimo’ y quienes disponen de Russafa como usuarios de su ocio. La apelación al vecino legítimo refiere a quien, independientemente del origen o el arraigo, tiene un cierto asentamiento, se saluda en la calle, utiliza los servicios del barrio… Los colegios se convierten en los espacios de primer orden para fomentar esa convivencia, señala Francisco Torres, quien, vecino de Russafa desde 2000 a 2005, dedicó su tesis doctoral a los nuevos vecinos.
La tensión mayor entre vecinos y usuarios es, al mismo tiempo, una especie de experimento de laboratorio en directo de lo que podría terminar ocurriendo en buena parte del resto de urbe. Porque Russafa, ahora que ya han pasado casi 25 años desde el efecto 2000, muestra de manera sintética y acelerada algunos de las variaciones principales que tendrán lugar en la ciudad. Así en la inmigración como en el ocio, en la vivienda como en la estructura socioeconómica. 25 años en los que todo cambió más rápido de lo que imaginábamos.