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Dejar de ir a Mestalla

29/07/2021 - 

VALÈNCIA. Una columna normalmente debe dar respuestas, pero a mí me gustan más las que dejan dudas. Además, qué demonios, es mi última del verano y estoy repleto de incertidumbre. 

El latido espontáneo de dejar de ir a Mestalla es tan lógico como lo es buscar rendijas con las que superar un muro infranqueable. Responde a la frustración de una comunidad local que no tiene manera de golpear a la puerta del dueño para pedirle que se vaya. Sencillamente, no hay puerta y por tanto no hay ningún amo detrás al que fiscalizar. Es un signo de este tiempo de economías tan en plataforma que cuando vas a ejercer el derecho de protesta, no hay a quién. Por eso, una de tantas maneras de exhibir un descontento es practicar la ausencia. No hacer acto de presencia. Igualar las condiciones con aquellos contra los que se protesta. 

Mestalla aquí solo es el mecanismo interpuesto, casi la última superficie tradicional en la que afición y club hacen click, una vez todo lo demás ha quedado cercado o se ha disuelto. Dejar de ir a Mestalla como la mejor forma de dejarse ver. La huelga de estadio que puso en práctica Peris Frígola con la profecía del campo a punto de colapsar y que Paco Roig ha proclamado tomándose al pie de la letra, y en diferido, aquello del canalla-fuera-de-Mestalla. 

Partiendo de la base de que la manera de vincularse con un club es tan libre como libres son los sentimientos, que quién es quién para dibujarle a otro las coordenadas del afecto, deduzco que vaciar Mestalla como hábito de disidencia es una insumisión demasiado confortable para el destinatario. Nada le ha venido mejor a la propiedad que este lapso eterno sin población, sin posibilidad de sedimentar la queja. Nada le vendría mejor que constatar que lo han conseguido: han podido emancipar el Valencia de su entorno próximo. Consolidar la desafección como el mejor clima para hacer y deshacer con arbitrariedad. Demostrarse -dentro de ese ensueño disparatado que dibujan algunos amos- que sus clubes no necesitan los contextos tradicionales, que su destino es el ámbito global y no un callejero con lindes. 

Luego está la carga figurativa de renunciar al único espacio que hace patente la fuerza colectiva de un club. Sin eso, en apariencia, no hay club más allá de la institución. Solo una ilusión óptica. Bien es cierto que todo lo anterior podría encontrar argumentos contrarios. Querer descomponer a una propiedad gaseosa muchas veces se asemeja a querer matar moscas a cañonazos. O a marcharse de casa para no sentir su presencia. 

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