Hoy nos adentramos en el extravagante mundo de los "pijos", esos individuos que viven en una burbuja de lujo y excentricidades. Prepárense para carcajadas y un montón de críticas hilarantes.
Comenzamos con un personaje de la televisión famoso por sus opiniones sobre la pobreza y los alimentos caducados. ¡Menuda joya! Criticamos sus ideas estrafalarias y nos reímos de su desconexión total con la realidad.
Después nos metemos de lleno en un programa llamado "Quién quiere casarse con mi hijo", donde una madre exige a la futura novia de su hijo que sea religiosa, del Partido Popular y, por supuesto, fanática del Real Madrid. ¡Qué exigente, por favor! Nos burlamos de las demandas extravagantes y discriminatorias de esta madre sobreprotectora.
Otro tema candente es un joven adinerado que rechaza trabajos mal pagados y solo aspira a hacerse millonario antes de los 25 años. ¡Vaya tela! Nos reímos de su arrogancia y falta de conciencia social. ¿Dónde queda la empatía, amigo?
Y qué decir del programa "Mujeres ricas", donde se exhibe el estilo de vida lujoso de mujeres adineradas. Una de las participantes, Carmen Lomana, critica el programa y lo califica de vulgar. ¡Ja! Nos reímos de las opiniones de Lomana y nos preguntamos quién tiene más estilo, ¿las "mujeres ricas" o ella?
¿Recuerdas esa crisis de la burbuja inmobiliaria en España? Pues resulta que hubo un momento en el que el marido de una de estas mujeres ricas llegó a casa y dijo: "Oye, tenemos que recortar gastos". Y entonces, ¿qué crees que le dice a su esposa? Que tiene que elegir entre comprarle un abrigo de visón a su madre o un cuadro que le gusta. ¡Menudo dilema!
Pero eso no es todo, porque resulta que la mujer se pone a estudiar la trayectoria de Joan Miró y hasta consigue una copia exacta de una de sus obras. ¡Ah, y qué decir del tema del coche! La esposa pasa de decir "no me gusta" a "quiero un Panamera" en un abrir y cerrar de ojos. ¡Vaya cambio de opinión!
Y luego está la escena en el supermercado. El marido, que parece no haber pisado uno en su vida, se sorprende por todo. Desde tener que coger un carrito hasta necesitar una moneda para hacerlo, ¡ni que estuviéramos en el siglo XVI! Y para colmo, terminan robando la propina de los camareros para conseguir la moneda. ¡Qué desfachatez!
