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Liderazgo de cuarta generación: donde la mente y el alma colaboran

9/12/2024 - 

Desde la revolución industrial, los estilos de liderazgo han evolucionado de manera significativa. Poco a poco, los trabajadores se han puesto en valor y, hoy en día, es evidente que el mayor activo de una empresa son sus personas.

Sin embargo, hasta hace no mucho, no éramos plenamente conscientes de la cantidad de sufrimiento que existía en los entornos laborales y del impacto tan negativo que esto tenía en la productividad de los equipos.

El 2020 marcó un antes y un después en este sentido. Los indicadores de absentismo laboral nos gritaban que el problema de la salud mental estaba alcanzando cifras récord, pero aún faltaba tomar conciencia del alcance real de la situación.

"se ha quedado obsoleta la idea de un líder como el responsable de mandar y controlar"

Cuatro años después, las cifras siguen siendo desalentadoras. Lejos de recuperar los niveles pre-covid, el problema continúa escalando. La sociedad está comenzando a entender la importancia de cuidar la salud mental, pero las compañías deben ir más allá: no basta con "parches". Es imprescindible analizar y rediseñar los factores que generan sufrimiento en los sistemas de trabajo.

El trabajo, aunque puede dignificar y proporcionar crecimiento personal, para la mayoría no es una elección sino una necesidad para vivir una vida digna. Nos formamos durante años para desempeñar una labor que esperamos nos apasione, pero con el tiempo, la plenitud se desvanece. Para muchos, el trabajo se convierte en una especie de esclavitud emocional, un mar de responsabilidades que ahoga la motivación.

Las cifras de agotamiento profesional son alarmantes, y la verdad es que casi nadie se siente feliz en su trabajo. Cuando una persona vive esta realidad, ocho horas de jornada laboral se convierten en ocho horas de sufrimiento, demasiado tiempo para compensarlo en la vida personal. Así, el trabajo pasa de ser un medio para vivir a ser un obstáculo para la felicidad.

Un factor clave de este sufrimiento recae sobre los líderes, quienes, como rostros visibles de las empresas, influyen directamente en la experiencia laboral de sus equipos. Durante años, se percibió al líder como el responsable de "mandar" y controlar, pero esta concepción ha quedado obsoleta.

Hoy, el liderazgo de cuarta generación da un giro radical: el líder no es la figura para quien trabaja el equipo, sino la persona que trabaja para el equipo. Este modelo se basa en habilidades como la escucha activa, la empatía, la flexibilidad y la capacidad de adaptación, pero sobre todo, en la recuperación de valores esenciales que la deshumanización del entorno laboral había erosionado.

El respeto se convierte en el pilar fundamental de cualquier entorno laboral saludable. Este valor implica reconocer la diversidad de opiniones, fomentar la tolerancia, practicar la empatía y valorar la individualidad de cada persona. No se trata solo de evitar conflictos, sino de crear un ambiente donde cada trabajador sienta que es tratado como una persona completa, más allá de su rol en la organización. El respeto es la base para que las relaciones laborales se construyan desde la dignidad mutua y el aprecio por las diferencias.

La honestidad es igualmente esencial. Los líderes deben ser claros y transparentes en la comunicación con sus equipos, proporcionando la información necesaria para que los trabajadores puedan desempeñar sus funciones sin la carga de la incertidumbre o la presión de "adivinar" lo que se espera de ellos. Este flujo de comunicación abierta y suficiente genera confianza y reduce tensiones innecesarias.

"El liderazgo de cuarta generación no solo se trata de gestionar personas, sino de inspirarlas"

La responsabilidad en el liderazgo implica un cambio de paradigma. Un líder comprometido elimina la queja de su vocabulario y adopta una actitud de fiabilidad y acción consciente. Esto incluye tomar decisiones basadas en el análisis y la reflexión, en lugar de culpar a otros o esquivar compromisos. Al asumir la responsabilidad de sus acciones y decisiones, el líder se convierte en un modelo de autonomía y empodera a su equipo para que también actúe de manera responsable y proactiva.

La generosidad y la empatía son herramientas clave para el éxito del equipo. Un líder generoso actúa desinteresadamente, asegurándose de que su equipo tenga los recursos y el apoyo necesario para cumplir con sus responsabilidades. La empatía, por su parte, permite al líder comprender las necesidades y desafíos de su equipo, fortaleciendo el vínculo humano en el ámbito laboral. Juntas, estas cualidades crean un entorno de trabajo en el que las personas se sienten respaldadas y valoradas.

Por último, la integridad y la justicia son los valores que consolidan el liderazgo ético. La integridad demanda coherencia entre lo que el líder dice y lo que hace, entre las expectativas que establece y los recursos que proporciona. Este equilibrio evita la disonancia y refuerza la credibilidad del líder. La justicia, por otro lado, asegura que cada persona se sienta valorada no solo por lo que hace, sino también por lo que es. Un líder justo promueve la equidad en las oportunidades, el trato y el reconocimiento, generando un sentido de pertenencia y orgullo en el equipo.

Cuando estos valores se incorporan de manera genuina y constante, el liderazgo trasciende lo funcional para convertirse en una fuerza transformadora. El resultado no es solo un equipo más productivo, sino un entorno donde las personas florecen como seres humanos completos, capaces de aportar lo mejor de sí mismas a cada aspecto de su vida laboral y personal.

Cuando estos valores se encarnan en el día a día, las personas dejan de sentirse engranajes de una máquina y comienzan a desplegar su autenticidad. Y es ahí, en ese espacio de respeto y coherencia, donde emerge el verdadero potencial humano.

El liderazgo de cuarta generación no solo se trata de gestionar personas, sino de inspirarlas. Es un liderazgo donde la mente estratégica y el alma humana colaboran, creando un entorno donde las personas no solo trabajan, sino que florecen.

Porque, al final, el éxito no se mide solo en cifras: se mide en la capacidad de transformar el sufrimiento en propósito, el miedo en confianza y el trabajo en una experiencia que dignifique la vida.

Mamen Fernández

CEO

Cátedra Mujer Empresaria y Directiva