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opinión politizada / OPINIÓN

Nada que celebrar

31/05/2023 - 

VALÈNCIA. Conozco a Ramón ‘Letrado’ muchos años. Un tipo de mediana edad, con la cabeza en su sitio, padre de familia, al que en los últimos años le ha dado por el ‘running’ y que forma parte de esa vieja guardia bulliciosa de finales de los ochenta y principios de los noventa que poblaba la grada popular de Mestalla sin sentarse ni un minuto del partido. Su primer abono data de 1994 –aunque era un asiduo en el estadio muchísimo antes-, y desde entonces no ha fallado ni una temporada; el año que viene cumplirá tres décadas ininterrumpidas como abonado, ‘colándole’ entre los 6.000 socios más antiguos del coliseo valencianista.

Letrado es un absoluto apasionado de la memorabilia blanquinegra: colecciona todo tipo de recuerdos, objetos, cositas, trastos y cachivaches relacionados con el Valencia que os podáis imaginar. Un poco como La Sirenita, pero sin pelazo pelirrojo y sin estar bajo el mar. Él y sus compañeros de afición la llaman «ferralla valencianista», pero uno que ha podido ver en primera persona algunas joyas de su colección –un escudo de hierro forjado en una de las antiguas barandillas del campo, que Ramón y algún colega rescataron de los escombros de la remodelación roigiana de Mestalla, radial en mano- os garantiza que está muy lejos de ser ‘ferralla’. Hablamos de objetos de culto, en la mayoría de casos.

Por eso, no podía ser más poético que fuese Letrado justamente el que, en su lánguida despedida de Mestalla este año tras el agónico 2-2 que deja al Valencia con opciones de descender en la última jornada, se topase con el antaño orgulloso escudo que coronaba el estadio. Tras bajar por las escaleras de Gol Gran, en lugar de hacerlo por la rampa helicoidal como habitualmente, allí encontraron el antiguo cuarto de las consignas. Y, tras una cancela metálica, la estructura del escudo desguazada, por tierra, despojada de toda forma y significado. Sí, ese escudo que el club nos había perjurado que estaba restaurando tras haberles pillado el ‘toro’ del centenario del estadio y sustituirlo por uno provisional.

Ramón hizo una foto entre los barrotes para dejar constancia del momento, a pesar de que los lactantes habituales en redes sociales negaban la veracidad de su instantánea. «Aunque el club asegure que sólo tiene diez años, pongo la mano en el fuego: ese escudo llevaba mucho más tiempo en lo alto de la Avenida de Suecia. Es la versión antigua, así que diría que unos cuarenta años, desde el Mundial 82. Es el escudo iluminado que he conocido toda mi vida», me decía con dolor y tristeza ayer mismo.

Como ya he dicho en alguna ocasión, lo bueno de que Meriton haya reventado el Valencia hasta tal punto es que las metáforas ya no tienen por qué ser rebuscadas. Recordemos que, antes de aparecer desguazado en un cuartito recóndito del recinto, el escudo de Mestalla ya estuvo postrado a los pies del palco de autoridades cuando fue descolgado. A los pies de Meriton. Ya nos hemos acostumbrado a este tipo de desmanes porque, en la distopia trumpista que vivimos en esta ciudad desde hace una década, no nos da tiempo a indignarnos por las afrentas: cuando todavía no hemos abierto la boca, nos regalan otra todavía más gorda. Como política de club, admitámoslo, es una jugada maestra.

Y así llegamos a la jornada 38. La cuarta vez en cuarenta años –los que, según Letrado, llevaba el escudo coronando Mestalla- en que el Valencia llega al último partido con opciones de descenso o ya en el ‘hoyo’. En 1983 fueron aquel cabezazo de Tendillo y una carambola extraordinaria a cinco bandas los que obraron el milagro; en 1988 bastó un empatito ante el Mallorca y la derrota del Real Murcia para esquivar la promoción de descenso; y en 1986 ya sabemos todos como acabó la película, con un inútil 1-0 en casa ante el Cádiz porque el descenso a Segunda se había concretado en el Camp Nou una jornada antes.

Quitando esas cuatro excepciones, el Valencia solía un equipo que esquivaba el descenso con suficiencia, que aspiraba a Europa anualmente y que, de vez en cuando y con una pizca de suerte y acierto, peleaba por e incluso conquistaba el campeonato con técnicos como Espárrago, Aragonés o Rafa Benítez.

Eso pertenece al pasado. Ese que algunos nos resistimos a dejar marchar porque simboliza una época de exigencia, de un listón de competitividad en el lugar adecuado y no por los suelos, como ocurre últimamente y como también le ha ocurrido al pobre escudo. Ahora se estila otra cosa. Ahora lo que se lleva es ver, oír y leer a gente celebrar permanencias como si se hubiese conquistado un trofeo. Quiero pensar que se trata de aficionados productos de su tiempo y que, ante la miseria más absoluta que representa Peter Lim, se conforman con el mínimo exigible de jugar un año más en Primera.

Contaba el compañero Luco Cortés ayer en Radio Marca Valencia que había jugadores que habían organizado una ‘quedada’ tras el partido ante el Espanyol, entiendo que para celebrar la permanencia. Destacó –como muestra de compromiso- que, tras el empate ‘in extremis’ ante los pericos, la fiesta se anuló y quedó reservada otra ocasión. ¡Vaya, todo un detalle! Sólo faltaba, hombre. Lo jodido en estos casos no es que la cenita de equipo se haga o no se haga; es el hecho mismo de que alguien considere un ‘éxito’ celebrable llegar a 43 puntos. Así de pequeñitos nos han hecho, así de pequeñitos somos.

Sin ir más lejos, horas antes de que el Valencia se juegue la vida –y muchos millones de euros- en el Villamarin, Peter Lim estará agasajando a su colega Cristiano Ronaldo en Singapur. ¿O acaso pensabais que iba a coger su avión privado para estar junto a los jugadores del club del que es propietario?

Señores, señoras: no hay nada que celebrar. Nada en absoluto. ¿Habrá gente que lo haga? Por supuesto. Es un país libre. Pero el Valencia corre riesgo de descenso en la última jornada de la competición… y a mucha gente le importa un rábano. Aunque sea menos del 1% de posibilidades –que lo es-, se trata de un hecho absolutamente bochornoso, indigno y denunciable.

Entiendo a aquellos aficionados activos en la lucha ante Peter Lim (la mayoría miembros de Libertad VCF), desesperados por el conformismo y la inacción de la calle. Entiendo que muchos tengan ganas de arrojar la toalla. Porque el pasado domingo se vieron reacciones de euforia –algunas de ellas en programas madridistas de madrugada que llevan destrozando la imagen del club muchas semanas- que no concuerdan en absoluto con la situación real del club.

Cuando termine el partido ante el Betis y se concrete la salvación, será momento de abrazos fugaces, de liberar tensiones, de algún grito de júbilo en el vestuario, de añadirle una lona a Marchena en la fachada de tribuna y de subir más arriba todavía la de Baraja. Pero ya está. La grandeza también se mide en la gestión de fracasos. Y la temporada del Valencia lo es, pase lo que pase en la última jornada. Como era de esperar, el club se salvará gracias al todavía peor nivel de los rivales. En esos noventa minutos en Sevilla sólo se dirime la diferencia entre fracaso y hecatombe.

Acabo el texto de esta semana con un recuerdo cariñoso a mi amigo Alberto Santamaría y a su familia tras sufrir la pérdida de su padre, un gran tipo y un valencianista de los de antes. Pepe Santamaría, a sus setenta años y batallando contra la enfermedad, sacaba fuerzas de flaqueza para apoyar a su Valencia hasta en las peores situaciones. Se marchó el domingo de madrugada con la paz de haber garantizado al 99% la permanencia en Primera. Desde arriba, empujará esta semana para rematar ese porcentaje. Descanse en paz.

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