23/11/2024. Por fin llegó la esperada remodelación de Gobierno del president de la Generalitat, Carlos Mazón. Ante las críticas y las peticiones de dimisión, Mazón ha optado por quitarse de encima a las dos conselleras más señaladas por la gestión de la crisis, Salomé Pradas (encargada de Emergencias) y Nuria Montes (señalada por sus lamentables declaraciones y comportamiento carente de empatía con los familiares de las víctimas). A quien no se ha quitado de encima es a sí mismo, pues de hecho el despido de estas dos conselleras tiene por objeto prioritario sostener al president de la Generalitat a la espera de que la reconstrucción le traiga tiempos mejores.
Para ello, Mazón ha confiado la reconstrucción a un militar retirado, Francisco José Gan Pampols, con experiencia en la gestión de zonas devastadas por la guerra en Afganistán. Se trata de una decisión sorprendente, en términos políticos, y con derivadas muy peligrosas, que tenemos que entender, ante todo, como fichaje de relumbrón mediático. Un fichaje que será previsiblemente muy bien recibido por el electorado de Mazón (y sobre todo de Vox, que sigue siendo socio necesario por si a la oposición del PSPV le da por presentar una moción de censura o para aprobar cualquier ley).
Llenar de militares una crisis supone enviar un mensaje muy claro: la situación es muy grave, pero hay alguien al mando. Es lo mismo que hizo el Gobierno español en la gestión de la pandemia, cuando llenó las ruedas de prensa y las calles de España de militares y guardias civiles. También el Gobierno español fio su suerte a los militares, a su popularidad entre la población (sobre todo, nuevamente, la población que vota al PP y sobre todo a Vox) y a su eficacia en la gestión de territorios y materiales de gran complejidad, expresada en la popularidad de la Unidad Militar de Emergencias y en el clamor de muchas personas que pedían al Ejército en primera línea de la crisis desde el primer momento.
Mazón, que en principio fue muy renuente a involucrar al Ejército en dicha gestión, ahora ha confiado el futuro de la reconstrucción (que es también, explícitamente, su futuro político) a un militar con experiencia, pero cuya vinculación con la realidad material del territorio que ha de gestionar es dudosa, pues el teniente general Gan Pampols no es valenciano, ni ha vivido mucho tiempo en Valencia, ni mucho menos está familiarizado con la realidad de la Administración autonómica, sus plazos y sus normas, que tendrá que gestionar, y que no van a funcionar como una unidad militar, por mucho que a algunos les haga ilusión pensar que así será. Así que, por una parte, hay que reconocerle valentía a Francisco José Gan Pampols por involucrarse en la gestión de una crisis tan compleja y desde luego hay que desearle el mayor de los éxitos, pero por otro he de decir que no comparto la estimación tan optimista que se ha hecho de sus posibilidades y de su perfil.
Gan Pampols ha comenzado su andadura concediendo entrevistas para darse a conocer, a él y sobre todo su propósito al aceptar la encomienda. Afirma que actuará con independencia y que no rendirá cuentas a nadie, ni siquiera al propio Mazón. Y que su cometido no es político. De nuevo, puede haber gente a la que esto le parezca muy bien, pero se trata de planteamientos muy discutibles y en muchos aspectos también peligrosos. Porque, por muy incompetente que haya sido la clase política, al menos podemos cambiarles cada cuatro años, o podemos presionar para que cambien sus políticas. Pero con un militar"apolítico" y que considera que su criterio es independiente, a pesar de que va a ser vicepresidente de la Generalitat, ¿exactamente qué mecanismos de control-imprescindibles- vamos a arbitrar?
Es muy sorprendente, además, que un principio tan elemental como la cadena de mando se ignore aquí de forma tan patente por parte del teniente general Gan Pampols. El "comandante en jefe", a los efectos, sigue siendo Carlos Mazón, por más que manifiestamente busque tener en Gan Pampols ante todo un escudo y un golpe de efecto mediático. Su selección, contrariamente a lo que cabría pensar, no es una demostración de la asunción de un criterio de excelencia y eficiencia en la gestión de la crisis por parte del president de la Generalitat, sino de sus dificultades por encontrar perfiles técnicos creíbles en el espacio político que le es propio (el PP) o en la sociedad civil, porque no los hay o porque no quieren involucrarse con un Gobierno tan desgastado como el de Mazón.
En los años setenta la política española también estaba llena de militares, desde luego antes, pero también después, de la muerte de Franco. El primer Gobierno de la Monarquía tenía tres ministros militares(Ejército de Tierra, del Aire y Armada), además de un vicepresidente de asuntos militares. Ya en la democracia, continuó la lógica de que los ministros dedicados a cuestiones militares fuesen también militares. La idea era que los militares respetarían a sus compañeros en el Gobierno y entenderían mejor las decisiones llevadas a cabo en el seno del mismo. Pero lo cierto es que la cosa tampoco funcionó muy bien, a juzgar por las tensiones perpetuas entre Adolfo Suárez y los militares, las dimisiones de varios ministros en su Gobierno inicial, y las sucesivas tentativas de subvertir la frágil democracia española culminadas en el 23F. De manera que el sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, decidió desvincular totalmente a los militares del Consejo deMinistros, acabando con la "vicepresidencia para AsuntosMilitares" y ubicando a Alberto Oliart como único interlocutor con los militares como ministro de Defensa. Y fue éste quien comenzó a reformar con eficacia una institución, el Ejército, que seguía anclada en el franquismo.
Las Fuerzas Armadas españolas están desvinculadas de la gestión política porque no es su función ni su especialización, y menos en un país como España. Ahora Mazón intenta el proceso contrario: que el Ejército se encargue de gestionar cuestiones que no son militares y difícilmente funcionarán siguiendo procedimientos militares. Es dudoso que funcione.