VALÈNCIA. Este verano se celebrará, calladamente, una de esas efemérides intangibles que refuerzan -deberían- el alma de una urbe. Hace 65 años que Robert Frank, uno de los mejores fotógrafos de la historia, trascendente eminencia en el arte del siglo XX, llegó con 27 años a València junto a su mujer Mary Lockspeiser. Vivieron en el Cabanyal cerca de un semestre. El fotógrafo suizo tomaba imágenes de la cotidianidad ondulada del pueblo. En ocasiones ‘viajaba’ hasta la ciudad. Era un artista agazapado en su condición híbrida de extranjero, ajeno al entorno, pero al mismo tiempo establecido y en conversación permanente con la comunidad.
Apenas un lustro después de aquella estancia, Frank armaba Los Americanos, libro determinante en la fotografía mundial. Para muchos, la obra. Todo un fracaso editorial en el momento, todo un épico éxito para la historia de la imagen. Un ejercicio colosal sobre cómo los estadounidenses miraban su propia nación. Cómo influyó València en su obra magna forma parte del surtido de especulaciones.
Repasar aquella imágenes del pueblo y la ciudad valenciana en plenos cincuenta, repletos de cicatrices, es una descarga de humildad. Se suceden las fotografías de pequeñas olas festivas, de pasacalles y misas, de festejos y lutos, de rostros zampados por el salitre, de jóvenes arrastrando toneladas de años, tardes tabernarias y procesiones en vela, niños a son de mar, balcones observando, vías y ferroviarios.