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Adiós a Tobe Hooper, el rey de los matarifes

El director que revolucionó el cine de terror con 'La matanza de Texas' falleció el 26 de agosto

29/08/2017 - 

VALÈNCIA. En el cine de terror, si la segunda mitad de los sesenta pertenece a los zombis de La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968), la primera de los setenta tiene como banda sonora indiscutible la chirriante motosierra de La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974). Su director, Tobe Hooper, falleció el pasado 26 de agosto, apenas mes y medio después que Romero, como si una determinada concepción del género llegara a su fin. Ambos llevaban años sin entregar obras de relevancia, pero habían sido maestros en el arte de diagnosticar las angustias de su tiempo en películas de bajo presupuesto que reflejaban en sus personajes fantásticos el miedo de una sociedad en proceso de cambio. Desde la noticia de su muerte, las redes se han llenado de homenajes, la mayoría relacionados con el primer visionado de las andanzas de Leatherface, el personaje al que siempre ha ido ligado el nombre del cineasta. Pero como bien sabe el compañero Rafa Cervera, los recuerdos no pueden esperar, y el que vino inmediatamente a mi mente no fue el de aquella proyección reveladora, sino un flashback hasta el Festival de Sitges, en 1992. En la programación se incluía Reservoir Dogs (Quentin Tarantino), que venía precedida del impacto causado en Cannes y era uno de los platos fuertes de la sección competitiva. Cuando la película estaba a punto de comenzar, alguien me tocó educadamente en el hombro por detrás y me dijo en inglés: “Disculpa, pero estás en mi sitio”. En el Auditorio había espacio de sobra, así que me giré dispuesto a comunicárselo. Pero cuando vi de quien se trataba, le contesté: “Por supuesto, señor Hooper, disculpe”. Me levanté, le cedí el asiento y busqué otro en el que acomodarme.


En aquel momento ya era un director en declive. Aunque tenía película recién terminada (De Sade, 1993), visitaba festivales como el de Sitges en calidad de leyenda viva, por ser uno de los principales responsables de la renovación del cine de terror en los años setenta. Y junto a un par de amigos tan fans de su cine como un servidor, conseguimos entrevistarle unos días después para un fanzine en el que colaborábamos. Aquella larga conversación quedó sepultada entre las páginas fotocopiadas de la revista, hoy inencontrable, por lo que su recuperación coincidiendo con la muerte de Hooper es el mejor homenaje posible a su memoria. Especialmente porque hacía un minucioso recorrido por su trayectoria hasta entonces, desde sus primeras tentativas a nivel doméstico. “Comencé cuando tenía unos nueve o diez años, en la enseñanza elemental”, recordaba. “Hice Frankenstein en súper-8 y después lo pasé a 16 mm. para añadirle sonido. Llegué a rodar una media hora, hasta que se me acabó el dinero y tuve que dejarlo”.

De amateur a profesional

Antes de convertirse en uno de los grandes del terror de los setenta, Hooper hizo todo tipo de trabajos: “Después de multitud de cortometrajes, entre los que hubo alguna comedia, un género que me encanta, hice varios documentales educativos para colegios, un musical sobre el trío Peter, Paul & Mary, con quienes estuve viajando mucho tiempo, otro sobre la destrucción de edificios para construir parkings… Cosas de las que ya ni me acuerdo, hace mucho tiempo de aquello”. Pero su deseo era convertirse en un profesional del medio y rodar largometrajes destinados a su estreno comercial. El primero que logró terminar fue Eggshells (1969), inédito en España. “Se centraba en el final de los años sesenta y combinaba realidad y fantasía. Retomaba el tema de Vietnam, el regreso a casa, la desaparición de los hippies y su conversión en los nuevos yuppies. Estaba ambientado en una comuna. Solo se proyectó en salas muy minoritarias y algunas universidades. A mí me gusta mucho, pero no tuvo repercusión alguna. Precisamente como consecuencia de esta película, que fue un fracaso de público, tuve que hacer La matanza de Texas”.


Una de las cintas de culto más importantes de la historia del cine, un hito en el género de terror, una alegoría sobre la familia y la sociedad americana probablemente no superada todavía. “Quería llamar la atención”, reconocía Hooper. “Pero cuando estaba rodándola no era consciente de que teníamos entre manos algo completamente distinto a cuanto se había hecho antes. Nunca pensamos que fuera a lograr tal éxito ni fuera tan influyente en el cine fantástico posterior”. Como en otros casos similares, el film surgió prácticamente de la nada. “No teníamos condiciones de ningún tipo. Utilizamos alumnos de la escuela de actores de Texas. El calor siempre era asfixiante, la temperatura muy alta, y hubo constantes desmayos. Las escenas dentro de la furgoneta, al principio de la película, no se pudieron rodar como lo haríamos hoy en día, sino que había que hacerlo allí mismo, con todos dentro del vehículo en marcha. El conductor hacía demasiadas horas y a menudo se enfadaba y aumentaba la velocidad… No fue una experiencia demasiado agradable, que digamos”.


Así se forjan las leyendas. Hooper, obvio es decirlo, estaba encantado de hablar de la película que le puso en el mapa cinematográfico mundial. “Tuve que hacer un montón de cosas, desde diseñar los planos hasta rodar yo mismo o componer la música con Wayne Bell. El rodaje se complicaba cada día más. La escena de la cena costó más de 27 horas, con todo lleno de moscas y el insoportable olor que despedía la carne. Se me ocurrió la idea de poner unos animales disecados como mascotas de los matarifes y tuvimos que conseguir animales vivos a los que había que dormir, pero era muy costoso y no había manera, así que los compramos muertos en un matadero”. La lista de dificultades que debieron superar sería interminable, producto de trabajar con un presupuesto casi inexistente, pero Hooper no tenía claro que el dinero lo fuera todo. “No quiero decir que cuando cuentas con más medios económicos no seas tan creativo ni tengas la misma ilusión, pero cuando tienes poco te centras mucho más en crear algo tuyo y tratar de sacar ventajas de los inconvenientes”.


Más allá de la motosierra

La matanza de Texas ha ensombrecido, con razón, el resto del trabajo del cineasta, pero en su filmografía posterior abundan los títulos de interés. Entre ellos, Trampa Mortal (Eaten Alive!, 1976). “No tuve mucho control sobre ella”, admitía Hooper. “Teníamos diez veces más presupuesto que en La matanza y rodamos en Hollywood, pero los productores eran novatos. El guion era bueno, pero introdujeron cambios constantemente. Tenía discusiones con ellos a diario, tuve que dejar la cámara en manos de los técnicos y tampoco me permitieron hacer el montaje final. Fue como meterse en otro mundo, una forma de hacer cine donde pierdes el control y no tienes tanta libertad”. Sin embargo, aprendió de la experiencia, y su siguiente largometraje, La casa de los horrores (The Fun House, 1981), es un apreciable clásico menor. “Esta vez el productor era muy bueno, pero nos vimos forzados a eliminar algunas cosas por falta de tiempo y dinero. Filmar en un enorme parque de atracciones suponía quebraderos de cabeza como poner en funcionamiento todas las diversiones y aparatos al mismo tiempo por control remoto. No la acabé a mi entera satisfacción, ya que acumulamos un retraso de siete días sobre el plan de rodaje previsto inicialmente”.

 
La televisión y el encuentro con Spielberg

Antes de La casa de los horrores, Hooper debutó en la pequeña pantalla en 1979, con otro de sus trabajos más destacados: La adaptación en formato miniserie de la novela de Stephen King El misterio de Salem’s Lot, de la que llegó a montarse una versión reducida para su estreno en cines. En España no se respetó el título original y se comercializó como Phantasma II, tratando de aprovechar el éxito de taquilla de Phantasma (Don Coscarelli, 1979), con la que no tenía nada que ver. “Una vez acabada La matanza me llamaron de la Warner y me pasaron el proyecto. Les dije que no podía hacerlo porque había estado hablando con William Friedkin (director de El exorcista) para irme a Universal y me apetecía mucho trabajar con él. Años después, Warner insistió y cuando nos pusimos manos a la obra nos dimos cuenta de que no cabía todo lo que queríamos contar. Fue entonces cuando decidimos convertirla en miniserie para la televisión y pensamos en Jon Voight como protagonista, aunque finalmente sería David Soul”.


En 1982, Hooper lograría el mayor éxito comercial de su carrera gracias a Poltergeist, una película en la que suaviza el tono áspero y crudo de sus anteriores trabajos. Según los rumores, a causa de las presiones de su productor, Steven Spielberg. “Nunca tuve ningún problema con él”, aseguraba Hooper. “Todo fue un rumor difundido por un periodista que publicó un artículo donde dedicaba cuatro o cinco líneas a las supuestas malas relaciones entre Spielberg y yo durante el rodaje. Y una vez que apareció la noticia, no sabéis lo difícil que resultó desmentirla. Cuanto más lo intentábamos, más parecía que le daban la razón al periodista. Spielberg y yo somos muy amigos, de hecho volví a colaborar con él en un episodio de sus Cuentos asombrosos (Miss Stardust, 1987) y llego a comprar páginas en publicaciones como Variety o Hollywood Reporter para desmentir lo que había dicho aquel tipo”. Evidentemente, el sello de Spielberg (productor y coguionista) se nota en la película, pero Hooper reclama lo que es suyo. “Estuve trabajando en el proyecto durante cuatro años, y un día me llamó Spielberg para que hiciera algo similar a Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977), pero explorando el lado oscuro de la historia. Él estaba rodando entonces E.T. (1982), así que entre los dos reescribimos el guion”.


Metido de lleno en la vorágine de Hollywood, Hooper comienza a perder el norte. “En aquellos años solo pensaba en ganar cada vez más y más dinero. Tal vez fuese mi peor periodo”, reconocía. Es la etapa en que firma contrato con la productora Cannon, que le ofrece dirigir Spider-Man (un proyecto nunca realizado) y acaba financiando la segunda parte de La matanza de Texas, estrenada en 1987. “Creía que sería perjudicial para mi carrera, pero la Cannon, que había pensado en otro director, preparó unos bocetos antes del rodaje y lo que vi me gustó mucho, así que me involucré de lleno en el proyecto. En ciertos aspectos, es uno de mis mejores trabajos, pero la calificaron X por su violencia y eso impidió publicitarla en los medios”. La productora estuvo también detrás de la interesante Lifeforce: Fuerza vital (1985) y de su remake de Invasores de marte (Invaders from Mars, 1986). “No me puedo quejar del trato que me dispensaron. Mis relaciones con ellos fueron bastante satisfactorias y me dieron presupuestos muy holgados. Menahem Golan y Yoram Globus, sus propietarios, eran buenos tipos, lo que pasa es que había una serie de empresarios en la sombra que no eran muy eficientes: Produjeron más de cuatrocientas películas y solo tuvieron un éxito económico importante”.


Su paso por la serie Las pesadillas de Freddy, donde retomó el famoso personaje creado por Wes Craven en Pesadilla en Elm Street, o su relación con Stephen King, Mick Garris y John Landis, todos ellos involucrados en Sonámbulos (Sleepwalkers, 1992), fueron otros de los temas que pudimos abordar con Hooper, por aquel entonces centrado en promocionar De Sade (que finalmente se estrenaría en Estados Unidos como Night Terrors). “Quiero comenzar con ella un nuevo ciclo en mi carrera, voy a cambiar y hacer un tipo de cine más sofisticado”, anunciaba. “No creo que vuelva al terror duro, eso ya pasó, hoy en día la capacidad de shock de aquellas películas la podemos ver diariamente en los informativos de la CNN”. No le faltaba razón, pero ni Night Terrors ni sus siguientes trabajos, la mayoría para televisión, le devolvieron la gloria pasada. Tampoco su remake de El asesino de la caja de herramientas (The Toolbox Murders, Dennis Donnelly, 1978), que al menos sirvió para que regresara a las pantallas comerciales españolas, gracias a que los distribuidores trataron de sacar partido a su leyenda estrenando el film como La masacre de Toolbox (Toolbox Murders, 2004). Fue inútil. Hooper ya era historia. Su muerte ha servido para sacar su nombre del ostracismo y subrayar que fue uno de los grandes. Lo recordaremos cada vez que se ponga en marcha una sierra mecánica en algún jardín y un escalofrío nos recorra la espina dorsal recordando a Cara de Cuero.



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