MADRID. A veces los documentales se cruzan. El primer reportaje de José Antonio Guardiola para‘En portada', un programa que deberíamos defender incluso con la vida si pretendieran quitarlo de la televisión pública, fue sobre la exhumación de Salvador Allende. El periodista español era amigo del cámara que grabó en secreto en 1990 la identificación del cuerpo, cuando llegó la democracia a Chile. Hizo una copia a escondidas de la cinta que grabó para el gobierno de su país y la guardó para uso doméstico. Por amistad, se la dio a Guardiola años después, quien sacó esas imágenes a la luz en un reportaje, a raíz del cual en Chile un juez abrió una causa para determinar si Allende se había suicidado o no. Los documentales se cruzan porque en ‘Allende, mi abuelo allende’, de Marcia Tambutti Allende, que está emitiendo Yomvi, vemos cómo afectó a la familia que el ex presidente volviera a salir del mausoleo familiar.
Es curioso cómo se cruzan las historias, aunque la relación entre ambos trabajos se queda ahí. El de Guardiola era un reportaje periodístico, desapasionado, profundo, y el de Marcia Tambutti es el de una artista. Su documental está más cercano al cine, busca la emoción, reflexionar sobre los sentimientos de los protagonistas más que informar de algo.
Y ese es el problema de ‘Allende, mi abuelo allende’ que sabe a poco e incluso puede resultar superficial. No contiene grandes testimonios, estremecedoras historias ni nada semejante. Tal vez todas las más escabrosas de aquel crimen que fue el golpe de estado de Pinochet se han contado ya, pero eso no quita que lo que tenemos delante carezca de valor, porque es una familia rota por el dolor incluso hoy en día.
Hay largos silencios, declaraciones evasivas, entrevistas cordiales que se cortan a mitad. Una de las hijas del presidente revela que nunca pudo volver a su casa del mar, donde vivieron juntos, porque solo ver un atardecer le traía tantos recuerdos que no quería revivir continuamente aquella tragedia. Y no son frases hechas. La autora del documental le tiene que arrancar estas palabras. Ella insiste en que ha cerrado ese capítulo de su vida y que no quiere regresar.
Las amantes de Allende
En la búsqueda de la personalidad del abuelo, apodado “El Chicho”, en el documental averiguamos que Allende vivió siempre con muy poco dinero porque se lo gastaba todo en las campañas electorales. Vendió una casa, intentó hipotecar la segunda, algo a lo que se negó rotundamente su mujer. Como todos los políticos, era un hombre ausente para los suyos y tenía la casa llena de gente permanentemente. Sus hijos crecieron sin intimidad.
No obstante, intentaba comer cada día con ellos y, al contrario que los hombres de esa generación, les dejaba participar en las conversaciones de los adultos. Se interesaba por ellos. Algo que no podía decir su esposa, a la que no escuchaba ni tenía en cuenta sus opiniones políticas. La personalidad política de ella solo se manifestó después de 1973, cuando pasó a ser un símbolo de la democracia chilena y de la izquierda internacional.Antes estaba eclipsada totalmente por la personalidad de su marido, pero eran las reglas del juego y ella las respetaba.
Demasiado. La nieta consigue que la abuela recuerde que a Allende le encantaba flirtear, que la engañaba, pero que ella no decía nada porque no quería presentarse “como víctima”. Incluso también parece una víctima de su nieta, que la fuerza a comentar episodios y momentos que parece que ella no quiere recordar mientras la pobre mujer, que falleció poco después, está en la cama con respiración asistida.
Como dice uno de los descendientes, los temas que se van sacando son tabú, no por nada, simplemente por el dolor que pasó la familia. Por ejemplo, el suicidio de Beatriz Allende, una de sus hijas. Ese episodio lo recuerda su propio hijo, Alejandro Salvador Allende, que tiene el apellido cambiado, primero el de la madre, por decreto de Fidel Castro para evitar que se perdiera el apellido del líder socialista.
Los suicidios de sus hijas
Beatriz se quedó en Cuba, en coherencia con sus ideas, durante el exilio. Aunque fue un personaje público, sufrió una depresión clínica que la llevó a suicidarse con un revolver. Su hijo cree que si en lugar de en Cuba se hubiese ido a México con los demás familiares eso no habría ocurrido. Según explica, y ésta es la parte más interesante del documental, en Cuba había graves prejuicios con las enfermedades mentales. “Un revolucionario no se deprime”, cuenta que les decían. Por la prensa, aunque no se menciona en el documental, sabemos que Alejandro también lo pasó mal en La Habana por ser homosexual.
Carmen Paz Allende, su hermana, explica que el tener que ser una “roca indestructible”, aguantar el dolor de todos y dar la cara políticamente en Cuba, el personaje público que tenía que representar, acabó por agotarla a ella, ya que además era la más sensible y vulnerable de la familia. No notaron que su depresión fuera tan profunda y les dejó. Un asunto que aún es tabú en la familia. La abuela, cuando le enseñan fotos de ella, se tiene que marchar. No puede ni comentarlas. Dice que las ve, que no distingue nada. Un exceso por parte de su nieta, la autora del documental.
Idéntica suerte corrió Laura Allende, la hermana menor del presidente, que fue diputada socialista. Torturada después del golpe, se exilió también en Cuba. Cuando le dijeron que tenía cáncer ocho años después, se tiró por una ventana. El documental interpreta que su gesto fue un acto de denuncia. Pidió volver a su país para morir en Chile y los militares le negaron la entrada.
Y al final volvemos al principio. Al cruce de documentales. Cuentan que cuando el juez ordenó exhumar los restos de Allende tras el documental de TVE, por primera vez pudieron reunirse todos alrededor de su cuerpo.
No debería entenderse este documental como una aportación política. Es una visión íntima a una familia destrozada con biografías propias de los conflictos del siglo XX. Es normal que triunfara en Cannes por cuanto logra conmover, pero también es cierto que al final pasa muy por encima de los testimonios y solo se queda en eso, en las emociones.