VALENCIA. Gritones, ignorantes, chulos, chafarderos, maledudados, sectarios, inútiles, vividores, demagogos, hooligans... puede seguir usted mismo. Se trata de definir el arquetipo de contertulio político, bautizados por Luis del Olmo como "tertulianos", que ha aflorado en las televisiones, no solo de España, sino de todo el mundo. Desde el momento en que las cadenas renunciaron a tratar cada tema de actualidad con expertos de cada campo y emplearon a los mismos personajes para comentar todos los temas, nació este tipo de personaje. Un fenómeno que nos mantiene en el canal accionando los mismos mecanismos cerebrales por los cuales al entrar al bar nos acercamos antes a un señor que a otro.
¿Se entera uno de algo cuando debaten? Nunca. Gritan, no escuchan. Es célebre esa la frase repugnante de "déjeme hablar a mí que yo le he dejado hablar a usted"
¿Se entera uno de algo cuando debaten? Nunca. Gritan, no escuchan. Es célebre esa la frase repugnante de "déjeme hablar a mí que yo le he dejado hablar a usted". Bien es cierto que el gobierno de un país es muy poco romántico, mucho menos de lo que desgraciadamente le gustaría al gran público, que lo vive como si todo tuviese un carácter revolucionario, que le gusta sentirse víctima y lloriquear por cualquier cosa como estrategia para cobrar ventaja frente a los demás; cierto es que detrás de cada acción de gobierno hay muchos intereses y sobre todo burocracias y que su análisis meticuloso y con rigor dormiría a cualquiera que esté viendo la televisión un sábado por la tarde, pero de ahí al intercambio de improperios en plan bertsolari -al menos ellos tienen el mérito de hacerlo en verso, debería estudiarse exigírselo a nuestros tertulianos- va un trecho. Pero esta es la televisión que tenemos.
¿Y cuándo empezó todo? Concretamente en 1968 y vino en cofre de intelectualidad. Un documental, presentado el año pasado en Sundance, lo ha puesto de manifiesto. Se trata de 'Best of enemies' sobre los debates que tuvieron William F. Buckley Jr. y Gore Vidal en la cadena ABC a propósito de la convención del Partido Republicano.
Hasta entonces la NBC y la CBS eran las cadenas líderes. Era una época en la que la institución en la que más confiaban los americanos eran las noticias de la televisión. Las mencionadas cadenas tenían un estilo que huía de la crispación. Los comentarios políticos eran moderados. Entonces irrumpió la ABC. No tenía medios para poner sobre la mesa una oferta mejor que estas dos cadenas durante la convención y se sacó del magín un debate entre William F. Buckey Jr., arquetipo de conservador, y Gore Vidal, ídem liberal.
Ambos tenían mucho en común aunque tuviesen ideologías opuestas. Venían de familias distinguidas y, al contrario que el resto de intelectuales, sabían el poder que tenía la televisión y no les daba reparos lanzarse a ella para defender sus puntos de vista. Estos debates cambiaron la televisión para siempre.