VALÈNCIA. La única definición del verbo bailar, conjugado en cualquiera de sus formas, responde simplemente a una norma básica, según el Diccionario panhispánico de dudas: «Moverse al ritmo de la música». En el Diccionario de la Real Academia Española no se contempla ninguna acepción más: ni bailar bien, ni con qué música, ni dónde hacerlo; en todo caso, el único requerimiento es que sea el cuerpo el que decida moverse. Hay para quienes la conjugación de este verbo se les ha ido de las manos, y han decidido trasladarlo —a su manera— a todo tipo de escenarios: desde la plaza de una gran ciudad hasta un gran estadio a través de workshops, batallas y otro tipo de talleres. De las infinitas posibilidades que tiene el baile, una es el hacerlo en compañía, y cuando se mezclan todo tipo de perfiles, estilos y ritmos diferentes en un mismo lugar abierto nace lo que se llama una experiencia colaborativa, en la que la danza se vive de otra manera.
Para comprender esta conjugación del verbo en plural hay varios nombres clave en la escena valenciana que ayudan a aproximarse a este movimiento en grupo: desde el colectivo Dánzate operan Andrea Dolz Burdeos y Marta Sofía Gallego, quienes crean su propia iniciativa de danza colectiva: Me encanta bailar pero se me da fatal, en la que se apropian de la frase para darle una vuelta y transformarla en una experiencia donde no caben los miedos. La bailarina Enxhi Sinjari se ha acercado a varios estilos nuevos de danza, gracias a los talleres abiertos de Sharing Knowledge de la asociación cultural y crew de Let’s Grow Hip Hop, donde ha podido aprender no solo la forma de bailar hiphop y otros estilos de baile dentro de este mundo, sino que, además, ha tenido la oportunidad de enseñar en algunos de los talleres Waacking.
Inka Romaní aporta su visión como bailarina y organizadora de eventos de baile en los que diferentes estilos de danza se dan cabida y los cuerpos se mueven al ritmo de los temas «que decida el discjockey». Finalmente, Lucía Clemente encarna el relato desde detrás de la barrera: no tiene mucha experiencia pero sí «muchas ganas de pasárselo bien», lo que la convierte en el perfil idóneo para formar parte de Me encanta bailar pero se me da fatal, una acción participativa que le ha hecho aprender que no debería decir esa frase nunca más… o al menos no como una excusa.
En las bodas, en los cumpleaños y en las fiestas de pueblo, al inicio de la noche suele haber más excusas que movimiento. ¿Quién no ha señalado a un compañero alguna vez intentando librarse de bailar? Para Andrea Dolz y Marta Sofía Gallego esta excusa no es un impedimento, sino más bien un nuevo reto. De hecho, la frase que da nombre a su proyecto, me encanta bailar pero se me da fatal, surge en respuesta a cuando ellas mismas comunican que se dedican a la danza: «Cuando te presentas a alguien como bailarina es muy habitual que te respondan eso de que les encanta bailar pero son arrítmicos, que sienten vergüenza, que tienen poca coordinación o que, directamente, se les da fatal. Ni mal, ni regulín… fatal, y de ahí nace el motor de nuestra propuesta», añade Dolz. Esta acción participativa, creada por ambas, surge gracias a su experiencia en un proyecto de danza intergeneracional —en el proyecto Compartir es vivir, en una residencia en La Gomera— en el que las dos aprendieron sobre el baile como una acción para todo el mundo, sin limitaciones. Esto lo elevan también a nuevos espacios y lo sacan a la calle, creando una actividad abierta y para todos los públicos.
«Nos interesa salir a la calle a bailar y que lo hagan personas de todas las generaciones. Gracias a nuestra residencia en La Gomera vimos que nos interesaba mucho la danza intergeneracional y que no queremos poner ningún límite a las personas que vienen a bailar con nosotras», explica Gallego, a lo que Dolz añade que sus «talleres» son aptos para personas de cero a noventa y nueve años y que tengan todo tipo de movilidades y corporalidades. Ellas comprenden el movimiento como una manera de relacionarse entre los cuerpos, que está presente en todas las acciones del día a día: al caminar, al mover los pies para amenizar la espera en una cola…; también comprenden la danza como algo que traspasa al ser humano «del principio al fin de sus días»: «Nosotras reivindicamos que el desplazamiento puede ser danza, solo hay que poner la intención. Cualquier persona puede bailar, la única dificultad es romper con la pretensión de hacer algo perfecto; lo importante es disfrutarlo», defienden firmemente Dolz y Gallego desde el colectivo Dánzate.
Una de las claves de esta acción es bajar la danza de su «pedestal imaginario» y acercarla a un espacio de confianza. Para ello se centran en quitarle peso al movimiento y comprender la personalidad de cada grupo abierto con el que trabajan. «En cada pueblo o plaza en la que estamos vemos que hay tanto una arquitectura diferente como habitantes con todo tipo de personalidades. Aunque ponemos casi siempre la misma música, lo que hacemos es jugar con la espontaneidad del momento y con la gente que es dueña de sus cuerpos», añade Dolz. Respecto a la definición de su estilo, aseguran que no crean ni danza pedagógica, ni educativa, ni social, ni comunitaria, sino «danza sin apellidos», que sitúa todo en un mismo nivel de horizontalidad desde el que trabajar con todo tipo de perfiles. Lucía Clemente es uno de esos perfiles diversos que pueden encajar dentro de la actividad, que define como un chute de energía en el que logra desinhibirse y luchar contra la «vergüenza y la exposición» en un combate en el que siempre se gana: «Al llevar la danza a la calle se acerca a muchas personas que no están acostumbradas a bailar, generando una energía muy guay entre los asistentes. Se percibe una energía muy tranquila y animada, que lleva a un sentimiento de unión».
Esta «vibra» está constantemente expuesta a cambios, según sean los asistentes al taller, dependiendo del lugar en el que se encuentren e introduciendo en el juego las divertidas dinámicas de Dolz y Gallego: «Hay un momento en el que piden que mostremos nuestros “pasos prohibidos” y ahí se crea un juego muy interesante en el que se puede bailar sin pudor y con mucha liberación. Es una mezcla entre la idea de seguridad y confianza que transmiten ellas y las pautas que emplean. Al principio se puede percibir un poco de ansiedad y de nervios, pero creo que, poco a poco, ellas dan las herramientas de acompañamiento para que todo sea más fácil, para todo tipo de perfiles, niveles y edades», añade la bailarina amauteur desde una perspectiva ya liberada: «No hay que ser un bailarín perfecto para hacer esto; basta con moverse y disfrutar. De esta forma, la danza se acerca a algo más divertido y cotidiano, algo del día a día, donde el objetivo no está en hacerlo bien, sino en pasárselo bien».
Los espacios en abierto son ideales para las batallas de baile, en las que los bailarines de forma individual o por equipos tienen que bailar al son de la música que decide el DJ. En el caso de las batallas de All Styles tienen que adaptarse a todo tipo de estilos, hasta sin haberlos aprendido antes. En estas, el DJ es el jefe, ya que es quien decide a qué ritmo se baila, y quien, al mismo tiempo, debe intentar que todo el mundo pueda pasarlo bien en movimiento. Como bailarina y organizadora de estas actividades, Inka Romaní contempla que es una de las acciones clave para trabajar en comunidad, ya que genera un escenario en el que cabe todo: «Una batalla implica una mezcla de todo tipo de estilos —en el caso de las All Styles— y sirve para expandir la danza a otros niveles. Es una especie de diálogo entre diferentes estilos, en el que puedes descubrir el tipo de danza que se quiere asociar a cada canción», añade la bailarina.
Desde su visión personal, una de las claves sobre el escenario es la propia musicalidad del bailarín, y la capacidad que tenga este de adaptar su estilo o forma de moverse a lo que decida el DJ: «Él es quien tiene el poder absoluto de lo que sucede y esto puede jugar a favor o en contra del bailarín. Si en una ronda, una persona viene del waacking pero le toca bailar house tiene que saber adaptar su estilo a lo que se le pide —explica—; es una acción en la que la competitividad no existe solo con el contrincante, sino también con el ritmo y el propio cuerpo». Según Romaní, otra de las ventajas de este tipo de eventos es que están pensados también para el público, ya que este muchas veces puede reconocer con facilidad algunas de las canciones que suelen pincharse.
«Es fácil que si uno va a una batalla acabe encontrando algo que conozca; es un poco como cuando uno va al club y reconoce la canción que le gusta», momento en el que Romaní introduce la palabra hype para referirse al barullo que se genera alrededor de estos temas tan sonados y populares, que se entremezclan en una lista que podría ser infinita. Otra de las peculiaridades es que las batallas se pueden trabajar desde «límites difusos», ya sea por número de participantes o por las necesidades musicales que contemple el evento: «Cuantos más participantes, más tiempo, está claro pero, al final, se trata de intentar limitarlo de alguna forma para crear un evento en el que se pueda disfrutar de la danza a todos los niveles y a través de todo tipo de perfiles». Con esto se hace también un llamamiento a los espectadores temerosos de sacar sus «pasos prohibidos» para animarse, tal vez, a competir. Dependiendo del tipo de evento, estos pueden hacerlo tanto en pareja como solos; lo importante es que decidan un nivel que les resulte adecuado para poder brillar. Quien tema lanzarse a la pista abierta siempre puede seguir valorando el baile desde las gradas, aunque seguro que no puede librarse de algún que otro «bailoteo» desde las alturas.
Romaní recalca que, aunque el concepto de batalla se traslada históricamente a una idea de enfrentamiento, lo que consiguen con estos eventos es comprender «el contexto y lugar desde el que se desarrolla una danza» y, de esta forma, percibir sus diferentes energías: «Se comprende cómo hay estilos que han nacido en un club y otros que vienen de la calle; también es una manera de ordenar los estilos e ir viendo cómo se puede trabajar según el nivel. Cada bailarín puede hacer diversos estilos y cada vez es más común que esto suceda; es como quien aprende varios idiomas para poder comunicarse con diferentes personas». Con esto, desde las batallas All Styles, lo que se genera es un espacio en el que queda más claro que nunca que la danza en sí misma es un lenguaje propio, con cientos de dialectos y hablantes por todo el mundo, aunque algunos se puedan mostrar un poco tímidos al principio.
Siguiendo por la línea del aprendizaje hay quien, tras haberse dejado invadir por el primitivo arte del movimiento, decide acercarse a este desde sus orígenes. Es el caso de la bailarina y mentora albanesa Enxhi Sinjari, quien se introdujo en el universo de la danza en València a través de las actividades participativas, de los trainings y formando parte de los grupos de aprendizaje de sharing knowledge (aprendizaje compartido): «Cuando vine por primera vez a València intenté acercarme a las comunidades de baile urbano de la ciudad y conocí a algunos de los integrantes de Let’s Grow —colectivo con el que trabaja actualmente— que me invitaron a uno de sus sharing knowledge. Allí vi todos los valores del hiphop puro y una voluntad muy fuerte por querer compartir un mismo entorno y todo tipo de conocimientos», recuerda Sinjari sobre este primer acercamiento a las actividades de sharing knowledge, en las que se hace un aproximación al movimiento tanto desde la base práctica como la teórica: «Supe que quería formar parte de esto por aprender y aplicar mi conocimiento», añade.
Este tipo de evento se comprende como una especie de taller en el que se busca que se conozcan los valores de todo tipo de bailes a través de sus protagonistas, quienes en cada charla aportan «su granito de arena» para comprender el por qué de ese estilo y movimiento. «Se estudian estilos muy específicos, se intenta ver qué historia tienen, su cultura y de dónde vienen. Además, es una actividad abierta para cualquier persona que quiera aprender de la danza», con lo que de nuevo no vale la excusa de la arritmia. La idea es hacer una reunión en un parque, plaza o espacio abierto para aprender de forma práctica varios estilos de baile, explicando sus raíces históricas y dedicando un buen rato a analizar un estilo en concreto. Una vez se conoce un poco sobre esta danza, lo que se hace es entrenar y bailar de la mano de los profesionales, dando un salto de la teoría a la práctica con mucho «salero». Esto supone también un reto para bailarines más experimentados, ya que al enfrentarse a un nuevo estilo están trabajando en un universo nuevo y desconocido para ellos: «Considero que no solo aprendemos de baile, sino también de las herramientas comunicativas de estos estilos y sobre su historia. En la danza tenemos que ser humildes y saber que hay miles de cosas que se pueden aprender constantemente», añade la bailarina que, a través de estos talleres, intenta bailar al son de todo.
Desde hace cuatro años difunde en València el arte del waacking, y gracias a la popularización de este estilo ha comenzado a sonar en los All Styles: «Cuando vine aquí sentía que me daba vergüenza que me vieran bailar, pero trabajar con los sharings y desde el entrenamiento nos sitúa a todos en un mismo punto de partida; es ahí cuando comprendes que nadie ha venido al mundo aprendido. Todos empezamos por un lugar y pasamos por las mismas fases; puede haber alguien con más talento pero, al final, la clave para expresarse está en las herramientas que tengas en este momento», reflexiona Sinjari sobre la importancia de este tipo de actividades colaborativas, en las que la diversidad del grupo es el ingrediente clave: «Al final, estamos todos aquí por lo mismo y no cabe la idea de reírse de alguien que no ha bailado antes. Claro que la gente te mira, pero nadie va a decirte nada malo. El grupo está para mirar y apoyar, para aplaudir y aconsejar, se haga lo que se haga» y añade: «Aunque dos personas no bailen el mismo estilo, basta con que entiendan el baile de una manera similar; bailar es una forma de comunicación y, según cómo se mire, un acto político».
Este lenguaje, tan universal, es el que puede estar teniendo el propio lector con sus pies en este momento: un pequeño tintineo del zapato, un ligero movimiento marcado por el compás de las líneas o por el simple entretenimiento. El del paseo hasta acercarse al kiosco para comprar la revista en la que aparece este texto, o el que hará para dejarla de nuevo en su puesto. El baile, como cualquier idioma, es para quien quiera entenderlo… y como con cualquier aprendizaje, cabe librarse de la vergüenza para disfrutarlo por completo. No hay nada mejor que bailar sin excusas, sin miedos y sin remordimientos. Como si nadie estuviera mirando.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 114 (abril 2024) de la revista Plaza