VALÈNCIA. Esta sección cuenta ya con más de una veintena de diarios analizados, escudriñados con ojos actuales para comprobar su trascendencia o su marchitamiento. Faltaba en ellos el que es, probablemente, uno de los más emocionantes de nuestro tiempo. También, qué duda cabe, una de las obras claves para distintas generaciones en todo el mundo. Se trata de El oficio de vivir, el libro que compila los diarios de Cesare Pavese desde el año 1935 hasta el año 1950, apenas unos días antes de suicidarse en una habitación de hotel el Turín.
Tal y como explica Ángel Crespo -poeta y traductor de esta obra publicada en la editorial Seix Barral-, el diario de Pavese “adquiere alternativamente los tintes del diario íntimo (…), las reflexiones críticas sobre lecturas de autores clásicos y contemporáneos, las abundantes notas acerca de su obra escrita y por escribir (…), la búsqueda de lo trascendente, la crítica, evidentemente prejuiciada, de la vanguardia, pero también del realismo social, su permanente interés por el simbolismo y por mantenerse equilibradamente entre él y el realismo, así como la atracción de lo alegórico y lo mitológico (...)”. De todos estos asuntos versa un diario autobiográfico que posee la virtud de los grandes clásicos, esto es, convertir una existencia íntima en algo universal, pues la vida que Pavese escribe en El oficio de vivir es la del hombre contemporáneo, el del siglo XX, atado a las dudas y a la angustia permanente, un hombre que pregunta todo el tiempo: ¿pero qué hacemos aquí?
La poesía como vehículo para la resistencia está desde el principio de esta obra:
28 octubre, 1935
Comienza la poesía cuando un majadero dice del mar «Parece aceite». No es en absoluto una descripción muy exacta de la bonanza, sino el placer de haber descubierto la semejanza, el cosquilleo de una misteriosa relación, la necesidad de gritar a los cuatro vientos que se ha notado.
Conozco pocas definiciones más exactas y conmovedoras de lo que un poeta -también, por qué no, un periodista- experimenta cuando ha conseguido moldear el lenguaje de tal manera que en él se ha manifestado cierta lucidez.
La poesía para Pavese tenía algo que servía para cruzarse con la moral y la justicia:
10 de noviembre, 1935
¿Por qué pido siempre a mis poesías un contenido concluyente, moral, juzgante? ¿Yo, que no admito que el hombre juzgue al hombre? Mi pretensión no es otra que un vulgar querer decir lo mío. Que dista mucho de administrar justicia. ¿Hago yo justicia en mi vida? ¿Me importa mucho la justicia en los asuntos humanos? Y entonces, ¿por qué pretende en los poéticos?
Una de las características de la obra completa de Pavese es la duda, el cuestionamiento permanente y fructífero. Otra de ellas, por supuesto, el sufrimiento larvado desde la prematura muerte del padre (cuando Cesare tenía solo 6 años), el abatimiento constante hacia la vida y la imposibilidad de la felicidad en su relación con las mujeres.
Noviembre, 1938
(…) Porque en el odio hay de todo: amor, envidia, ignorancia, misterio y ansia de conocer y poseer. El odio hace sufrir. Vencer al odio es dar un paso en el conocimiento y el dominio de sí mismo, es justificarse y, por consiguiente, dejar de sufrir.
Sufrir es siempre nuestra culpa.
15 de octubre, 1938
Es verdad que sufriendo se puede aprender muchas cosas. Lo malo es que al haber sufrido hemos perdido fuerzas para servirnos de ellas. Y simplemente saber es menos que nada.
El amor es otro de los grandes temas de su obra. Pavese era un tipo enamoradizo. Una escritora ilustre llamada Natalia Ginzburg -amiga de Pavese con lealtad incorrupta- fue testigo de sus tres grandes amores. El último le llevó a la muerte. Días antes de esta, en una carta dirigida a su amiga Pierina, Cesare confesó que “nunca se había despertado con una mujer al lado, que nunca había experimentado la mirada que dirige a un hombre una mujer enamorada”. ¡Menuda tristeza!
Pero vayamos al amorío: su primera gran pasión fue Battistina Pizzardo, activista del Partido Comunista. Ella le utilizó para que hiciera de correo en la clandestinidad. Pavese acabó en la cárcel por amor y allí escribió su poemario Trabajar cansa. Cuando salió de la cárcel volvió a Turín a por Battistina pero ésta ya se había casado con otro.
El segundo amor fue el Bianca Garuffi, una escritora que trabajaba con Pavese en las oficinas editoriales de Einaudi. Publicaron un libro juntos, Camino de sangre, que fue publicado póstumamente en 1959 cuando Italo Calvino, por aquel entonces editor de Einaudi, encontró la otra entre sus papeles. La relación fue tormentosa y acabó mal, como solía ser costumbre en el caso de Pavese.
El tercer y último amor fue la actriz norteamericana Constance Dowling, ex de Elia Kazan. Pavese se enamoró de ella durante un rodaje en Roma. Tanto se enamoró que le pidió matrimonio. Ella se casó con otro pero inspiró a Pavese para escribir uno de sus versos más célebres: "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos".
31 de agosto, 1938
No hay una idea más tonta que creer que se conquista una mujer ofreciéndole el espectáculo propio del ingenio. El ingenio no se corresponde en esto con la belleza por la sencilla razón de que no provoca excitación sensual; la belleza, sí.
6 de septiembre, 1938
En cuestión de amores, no se toleran más que los propios.
10 de octubre, 1938
El amor tiene la virtud de desnudar, no a los dos amantes uno enfrente de otro, sino a cada uno de los dos ante sí mismo.
15 de octubre, 1938
Las cosas se consiguen cuando ya no se desean.
En la noche del 26 al 27 de agosto de 1950, con un calor sofocante, Pavese se quitó la vida. Antes sucedieron distintas cosas que la podían haber impedido. Aquel día, Cesare dejó la casa que compartía con su hermana y llegó pronto al hotel Roma de Turín. Al llegar, pidió al personal del hotel que quería realizar tres o cuatro llamadas telefónicas. Todas ellas, sabríamos después, estarían dirigidas a mujeres importantes de su vida. Realizó todas las llamadas y en todas Pavese fue rechazado. Ninguna de esas mujeres sabía que, de haber respondido afablemente, Pavese no se habría matado. Aquel día, Pavese había llegado al hotel sin equipaje, solo con un libro: Diálogos con Leucò, la obra que Pavese publicó en 1947 y en la que refleja su profundo interés por el mito, sus símbolos y su dimensión antropológica y psicoanalítica.
Ante la indiferencia de las llamadas, Pavese se quitó los zapatos, se acostó en su cama vestido con traje y camisa blanca, se aflojó la corbata e ingirió diez dosis de somníferos que le dejaron sin vida. Apenas nueve días antes había escrito en su diario la última entrada:
18 de agosto, 1950
Siempre sucede lo más secretamente temido.
Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?
Basta un poco de valor.
Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.
Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.
Todo esto da asco.
No palabras. Un gesto. No escribiré más.
Sin embargo sí escribió algo más porque aquella mañana del 27 de agosto, cuando el cuerpo de Pavese fue encontrado en la habitación del hotel Roma de Turín, había dejado escrita esta nota en el libro Diálogos con Leucò que descansaba en su mesita de noche:
Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado.