Virtudes y límites del Plan Valenciano de Fomento del Libro y la Lectura diseñado por FULL y avalado por la Generalitat
BOLONIA. Hubo cónclave y fumata blanca. En marzo de 2015, la Fundación para el libro y la Lectura (FULL) presentaba en el La Nau su Plan Valenciano del Libro y la Lectura para el próximo quinquenio, 2015-2020. A este acto asistieron los escritores Carmen Amoraga y Fernando Delgado, quienes dos meses más tarde habrían de ocupar escaño socialista en Les Corts y, en el caso de la primera, habría de asumir el cargo de Directora General de Cultura y Patrimonio en el nuevo gobierno valenciano.
En aquel acto, hace menos de un año, la hoja de ruta de Full fue aplaudida y hace un mes, asumida con todas las incógnitas flotando en el aire. En la emblemática Biblioteca Pública de Valencia, a principios de 2016 el presidente Ximo Puig y el Conseller Vicent Marzà anunciaban con carácter de urgencia un presupuesto para el Plan de 250.000 euros.
La Fundación para el libro y la lectura, con su presidente Jesús Figuerola al frente, celebró tanto sensibilidad como la cifra, acostumbrados como estaban a que Maria José Catalá fantaseara con la inversión de 64,8 millones de euros. Una cifra astronómica y falseada. Humo, polvo, sombra, nada.
Vistos los desmantelamientos de circuitos teatrales, por ejemplo, o de la industria audiovisual valenciana, por ejemplo, y vistos los informes PISA (matizables pero inquietantes), Ximo Puig llegó a declarar el “estado de emergencia cultural” para la Comunitat. Full advirtió: el Plan era un esbozo que debía ser definido con los agentes implicados, sector del libro con editores y libreros, sector educativo e instituciones.
Tres datos de alarma: el 35% de la población no lee nunca, existe 1 librería por cada 15.304 habitantes (30% menos de la ratio nacional) y solo un 2% de los ciudadanos compra libros en valenciano.
El “Plan Valenciano de Fomento del Libro y la Lectura” de la Fundación contiene 11 ejes de actuación coordinados que van de un extremo al otro dentro de la cadena de lectura: formación de lectores, creación de obras, distribución y ventas. El Plan es ambicioso y no solo pone en valor el hecho cultural sino también factores económicos.
El eje prioritario es el educativo. Sin embargo, las propuestas en este sector solo pueden ser parciales: la creación de una web de referencia que muestre novedades o programas educativos innovadores de fomento de la lectura (comunidades de aprendizaje, proyectos desarrollados desde los centros para involucrar a toda la comunidad educativa, dentro y fuera del aula), la proyección hacia la sociedad de todo el trabajo educativo a través de canales on-line o en redes sociales, la consideración de horas dedicadas a la lectura libre dentro de los planes de estudio, la dotación de presupuesto para actividades con escritoras. Estas medidas de estímulo, como decía, solo pueden ser parciales, porque el gran reto para el fomento de la lectura desde el ámbito educativo pasa en gran medida por la innovación pedagógica, la asunción de nuevas metodologías en el proceso de enseñanza y el cuestionamiento de materiales y objetivos. ¡Ay!
El siguiente ámbito de actuación prioritario se centra en la visibilización y valorización social del libro y de la literatura desde las instituciones: reconocimiento de premios, celebración de ferias o promoción de asociaciones culturales. Sensibilidad y dinero, en definitiva. Como tercer sector, persiguiendo este mismo objetivo de colocar la cultura en primer plano social, es imprescindible que los medios de comunicación cedan espacios para la promoción de la cultura; legislar esto es improbable y realizarlo es imposible sin medios de comunicación públicos. Pero este sector es fundamental.
La cultura explica de una manera distinta a los informativos o a las tertulias políticas los conflictos que vertebran la vida social actual. En Francia, la voz de la cultura ha dialogado con el discurso político para reaccionar ante los atentados yihadistas del pasado noviembre. El 23 de noviembre de 2015, diez días después de los atentados, el filósofo Alain Badiou teorizaba sobre el peligro del control del Estado y la inviolabilidad de la libertad ante un auditorio abarrotado y reproducido por YouTube, y numerosos escritores intervenían en un debate que era no solo político, sino también (y sobre todo) cultural.
Los siguientes puntos del plan abordan cuestiones que tienen que ver tanto con los agentes transmisores de la cultura, como con las nuevas condiciones de producción o difusión: desde los mediadores como librerías o editores hasta la legislación favorable a los creadores en materia de derechos de autor; desde la elaboración de estudios de mercado o de índices de lectura hasta sellos de calidad para librerías, planes de subvención a compra de libros en librerías o desde bibliotecas públicas, difusión del libro digital o incentivos para traducciones con vistas a “exportar” nuestra cultura a escenarios internacionales.
Los límites de este Plan Valenciano de Fomento del Libro y la Lectura no existen sobre el papel, pero sí se materializarán si no se aborda la cuestión cultural en su conjunto. No hay fomento de la lectura si no se reivindica la cultura como primera necesidad, como producto de lujo o de diversión o de conocimiento con todo su disfrute y toda su utilidad. Intangible e incontable. O dicho de otro modo: no hay fomento de la lectura sin un ecosistema cultural que lo acompañe, con un sector audiovisual fuerte, sin medios de comunicación públicos, sin espacios teatrales diversos, sin imaginación que invada la política cultural.