Durante la campaña presidencial norteamericana surgieron movimientos espontáneos, organizados por diseñadores gráficos, contra el candidato republicano
VALENCIA. No puede decirse que Donald Trump goce de buena imagen, por no entrar en el tema de su peinado, que ha dado de sí para hacer cientos de parodias de quien ahora tiene códigos nucleares a su alcance. Durante su campaña ha demostrado ser misógino, racista, megalómano, un peligro para el planeta y para los que lo habitamos, mentiroso y bocazas, además de su impopular trayectoria que, pese a todo lo citado, ha hecho que un país lo escoja como presidente. Lamentable.
Es precisamente ese tema del singular tupé la diana fácil al hablar de su imagen en el sentido más literal. Inevitable hacer chistes sobre su curiosa cabellera, que además de levantar todo tipo de elucubraciones sobre el misterio de esta peculiaridad, ha sido uno de los recursos para memes más manido en los últimos tiempos, saltando a todo tipo de publicaciones. Incluso el año pasado Vanity Fair llegó a publicar una guía ilustrada de su peinado.
Tal vez poner la parodia en bandeja a sus detractores le haya servido para esquivar más fácilmente las acusaciones por las que se le debería haber evidenciado de manera más obvia. Quien en un par de meses será investido 45º Presidente de los Estados Unidos de América hace décadas que convirtió a su personaje en su sello autopromocional, como Santiago Segura promocionando la última entrega de Torrente, o más bien como el propio Torrente.
Por otro lado, resulta curioso que alguien cuya propia imagen es su marca personal tenga tan descuidado el diseño corporativo, las marcas y los logos de su propio emporio, así como todos los grafismos que ha ido utilizando en campaña. Su frase de cabecera “Make America great again” la utilizó hasta con 5 tipografías diferentes, y su logo personal sufrió constantes ajustes que nunca terminaban de encajar, con grandes desatinos como el desafortunado monograma con el que anunció a su compañero de campaña, Mike Pence. Un grafismo con el que se entrelazaban las iniciales de ambos formando una bandera americana que fue cuanto menos desafortunado, resultando un controvertido y sugerente símbolo que debido a las mofas fue retirado en menos de veinticuatro horas.
Una identidad de campaña a años luz de la famosa e icónica “O” de Obama, el logo que encumbró al presidente, ahora saliente, en 2008 y que volvió a utilizar para su reelección de 2012, un diseño de Sol Sender que junto a su retrato “Hope” del artista urbano Shepard Fairey definió otra forma de utilizar el diseño en campaña electoral, algo continuado durante toda su legislatura, desde el dominio del lenguaje más gráfico al cuidado por todos los temas visuales como, por ejemplo, las extraordinarias fotos de Pete Souza, fotoperiodista oficial de Obama y director de fotografía de la Casa Blanca durante todo su mandato.
La elegancia del logo de Obama es el polo opuesto a Trump, y no es casualidad. Tanto una buena imagen corporativa como un logo mediocre hablan más de a quienes representan de lo que pueda parecer. Y la gran mayoría de la treintena de logos de candidatos que van cayéndose en una campaña americana son tirando a flojos, a sosos, casi cortados por el mismo patrón de las barras y estrellas en rojos y azules.
Durante esta última campaña presidencial surgieron movimientos espontáneos, organizados por diseñadores gráficos, contra el candidato republicano. Desde orquestadas campañas online a acciones de diseño de guerrilla por las calles pasando por performances o intervenciones públicas, con una gran masa social de diseñadores, algunos de renombre, consiguiendo viralizar muchos de estos materiales gracias a internet que hizo de altavoz, algo que pasó de forma similar recientemente en España con acciones improvisadas en apoyo a candidatas como Ada Colau o Manuela Carmena.
A posteriori ya sabemos que nada de esto consiguió su propósito final, pero queda documentado todo este material y las pinceladas de ingenio y creatividad que al menos resultaron mucho más interesantes, desde el punto de vista del diseño, que las campañas oficiales de Clinton o Trump.
Desde Nueva York, Timothy Goodman y Jessica Walsh ya han colaborado previamente en proyectos personales de diseño no comercial. Este año, dentro de su proyecto denominado “12 formas de ser más amable”, organizaron una protesta frente a la Torre Trump de Manhattan contra la política discriminatoria y de fronteras, y de repulsa a la actitud de odio del empresario (ahora presidente), bajo el slogan de construir amabilidad y no muros.
Siguiendo con el diseño como arma social, el estudio del que es socia Walsh, Sagmeister & Walsh, llevaron recientemente la protesta anti-Trump a las solapas de las chaquetas de los norteamericanos, recuperando la moda de los pins con la campaña online Pins Won’t Save the World desde donde distribuían insignias, pegatinas, camisetas y cartelería para animar a la gente a promover el amor y la tolerancia a partir de mensajes contra el candidato republicano, apelando así al votante más joven. Además, los beneficios del proyecto eran donados a Amnistía Internacional.
Entre los participantes del proyecto de los pins encontramos al diseñador catalán, y comunicador a través de la ilustración, Javier Jaén, condecorado con el Grand Laus 2016 por sus ilustraciones para The New York Times quien recientemente realizó una de las mejores portadas sobre Donald Trump (y se cuentan por decenas las que éste ha acaparado sólo en la recta final de la campaña). Jaén, quien destaca en la ilustración editorial por su maravilloso uso del lenguaje simbólico, representa en esta portada para la revista De Volkskrant al vanidoso personaje como un genialmente caracterizado guante de boxeo.
Esta, y otras veintiuna portadas sobre Trump fueron seleccionadas en Quintatinta (blog de diseño y prensa del diseñador gráfico y especialista en revistas Diego Areso) por el potencial que da el tirón de este personaje para resolver una página a foto completa.
Volviendo a las acciones no comerciales de diseñadores, otras son mucho más improvisadas y en el terreno casi del streetart, como las falsas señales de aparcamiento ‘No Trump Anytime’ que aparecieron en Los Angeles, obra del artista urbano Plastic Jesus. También en la costa oeste norteamericana, los profesores Mark Fox y Angie Wang de la California College of Arts colgaron por las calles de San Francisco unos llamativos carteles en dorado sobre oro en los que exhibían un logo ficticio de Trump a partir de una composición un poco caprichosa a partir de su inicial.
Por último, aunque fueron más los movimientos que corrieron por internet, cabe destacar la campaña apartidista de AIGA, la asociación americana de diseñadores que para animar a ejercer el derecho a voto (casi la mitad de norteamericanos no lo hace) pidió a diseñadores que participasen en una acción para espolear a esos indecisos o vagos (no es sencillo hacer los trámites para pedir el voto en el sistema de EEUU). Mediantes esta iniciativa cívica, no partidista y sin ánimo de lucro, la centenaria asociación consiguió decenas de carteles animando a votar que fueron difundiendo desde su web Get out the vote, donde destacó especialmente el de Milton Glaser, diseñador del logo original de I LOVE NY.
El diseño se puso al servicio del mensaje, como en los carteles de propaganda de guerra, y con todo el diseño propio en contra y el contrario a favor, perdió el bando anti-Trump.
Desde el punto de vista tipográfico hemos criticado un slogan que realmente era lo que la mitad de los votantes quería oir, escrito en la tipografía que fuese, sencillo, fácil de comprender, y con ese punto a favor de que salía de la boca de alguien que no ha tenido nada que ver con la trayectoria política del país, aunque ese alguien fuese un tirano populista. El diseño puede cambiar el mundo, pero en terreno electoral hay poco margen y un discurso oportuno, como el discurso del odio, a veces funciona, más allá del diseño. Y toda esa inconsistencia gráfica y los logos de los que hablábamos se pierden cuando el “efecto Chiquilicuatre” entra en escena y puede afectar tanto en el resultado electoral que desmonte todas las estadísticas.