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En busca del sentido de la vida con 'Incertidumbre', el nuevo libro de Paco Inclán

El periodista valenciano continúa con su labor de cronista de lo inesperado en esta obra marcada por aventuras apasionantes, ambiciosas, únicas y en muchas ocasiones, previsiblemente frustrantes

17/10/2016 - 

Las grandes marcas nos dicen a diario que la vida es ese recipiente que debemos llenar con experiencias increíbles, con viajes constantes a parajes exóticos. Carpe diem: si puedes, debes saltar en paracaídas. No seas cobarde. Tienes que correr al menos, una maratón al año. Tienes que llegar a lo más alto en tu trabajo, tienes que destilar cierta agresividad y emprender, emprender una y otra vez y no rendirte. A tu alrededor todo el mundo está alcanzando sus metas, consolidando parejas indestructibles, haciendo surf en playas del sudeste asiático, acumulando gatos fotogénicos, obteniendo enseñanzas imprescindibles de esas que cambian vidas, asistiendo a eventos exclusivos, viendo las películas más celebradas el mismo día del estreno, terminando los últimos capítulos de las series de moda. A tu alrededor todo el mundo es un proyecto de yogui, un experto en terapias que funcionan, un gastrónomo insaciable que se conoce al dedillo los mejores restaurantes para comer ceviche. El muro de tus redes sociales está copado por las imágenes y vídeos de un monstruoso otro que te hace sentir miserable y aburrido. Pobre, precario. No estás todo lo en forma que deberías. No te da tiempo a llevar a cabo planes tan fantásticos como los de los demás. Un año más no has recorrido en furgoneta las mejores playas del país. Pero, ¿cómo lo hacen? ¿De dónde salen sus ingresos? ¿Están todos abonados a Netflix menos tú?

No te preocupes, es todo una ilusión. Lo que ves es la acumulación de buenos momentos e imposturas de un sinfín de contactos arrastrados por la misma inercia. Nadie comparte algo como: “voy a bajar a pagar la luz”, o una foto de una estantería llena de polvo que hay que limpiar aunque no apetezca. En los planes de tus contactos no entra, al igual que tampoco entraría en los tuyos, hacer un álbum de la limpieza del baño. Ni un GIF de un desagradable encontronazo con un compañero de trabajo. Generalmente, la foto de perfil será la vencedora entre decenas de candidatas. Porque en las redes del espectáculo social en que tantas horas pasamos no mostramos la vida, sino una dosis concentrada de lo que querríamos que fuese siempre. Es como esa carcajada que escribimos en una conversación: sí, puede habernos hecho gracia cierta ocurrencia. Pero al otro lado de la pantalla nuestro semblante es serio en la mayoría de ocasiones. Por eso nunca han acabado de cuajar las videollamadas. Exigen demasiada coherencia.

¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué tal necesidad de exhibir sonrisas y éxitos? Y sobre todo, ¿qué consecuencias tiene? La sociedad nos exige ser felices en todo momento, ser optimistas y positivos hasta la extenuación, cuando la realidad es que la felicidad es algo deseable, pero en ningún caso un estado de ánimo que podamos soñar con mantener las veinticuatro horas del día. Permanecer eufórico demasiado tiempo puede ser un síntoma alarmante de un episodio maníaco. A lo largo de nuestras vidas son muchas las horas en que experimentamos un saludable tedio, un aburrimiento reparador. El problema es que la hipercomunicación está generando individuos incapaces de estar consigo mismos más de unos minutos sin sentir una terrorífica soledad. Aburrirse ya no es una opción. El silencio -inclusive el silencio digital-, tampoco. Afortunadamente hay quien todavía no ha sucumbido a este mal, como el periodista, escritor y editor Paco Inclán, quien no solo es capaz de resistir la presión, sino que además es capaz de encontrar arte y literatura en la trinchera. Los encuentros fortuitos, las barras de bar en territorio desconocido -a veces hostil-, las reclusiones voluntarias o la exposición más descarnada a la cotidianidad y a los sinsabores son su fuerte.

Armado con una paciencia infinita y con un agudo olfato para lo intrascendente, el autor de Tantas mentiras (Jekyll & Jill, 2015) se ha especializado en investigar allá donde nadie lo haría. Si en su anterior libro éramos testigos, por ejemplo, de sus conflictos con una asociación de simpatizantes mexicanos septuagenarios del régimen norcoreano en la que se había infiltrado haciéndose pasar por ex-miembro de banda armada, en su nueva obra, Incertidumbre, le acompañaremos en una serie de búsquedas que son, al fin y al cabo, su manera de destejer la realidad tratando de dar con el sentido de la vida en las entretelas. Lejos de ir tras acontecimientos multitudinarios, Inclán se deja llevar por las circunstancias en pos del mayor escritor de Islandia, rastrea el posible vínculo entre el cruising en Formentera y la figura de Julio Verne, se entrevista con quien pudo haber pasado a la historia por componer la letra del himno de España de no haber caído en desgracia o vive una sobrecogedora experiencia de alienación siguiendo los pasos del olvidado brazo derecho de San Vicente. Podríamos establecer una máxima que fuese: si algo puede ocurrir, por descabellado e improbable que parezca, le ocurrirá a Paco Inclán.

No contento con eso, el autor y su editorial -sello con el que repite y que ha creado un maravilloso objeto con este libro-, han decidido incluir en el volumen la investigación psicogeográfica que el autor realizó viviendo en un contenedor en Valladares, Vigo. Allí Inclán llevó hasta las últimas consecuencias la teoría situacionista, descubriendo que principalmente era solo eso, teoría. Hacia una psicogeografía de lo rural, así se llama el estudio, pretende poner en práctica sobre el terreno los preceptos de esta disciplina, que busca entender la relación entre el ambiente geográfico y las emociones y el comportamiento de las personas. Para tal fin, el autor empleó herramientas como la deriva, una técnica similar a vagar sin rumbo hasta darse de bruces con el conocimiento, que parece sencilla, pero no lo es en absoluto. El hecho de que Inclán decidiese efectuar su estudio en un entorno rururbano de la periferia de Vigo, en lugar de en una playa virgen o en las montañas de Nepal, indica hasta qué punto su literatura puede nadar contracorriente. Como asegura, a él le interesan las infrahistorias, los escondrijos memorísticos: en definitiva, la esencia misma de las cosas, sepultada, olvidada e inaccesible muchas veces bajo toneladas de apariencias.

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