GRUPO PLAZA

tribuna libre / OPINIÓN

España insostenible

30/09/2017 - 

Vivo alejado del blanco y el negro, como una gran parte de la sociedad, pese a que, en el ámbito público, parezca que el mundo esté dividido entre los del Madrid y los del Barça, los del PP y los del PSOE, españolistas y nacionalistas, fachas y rojos, etcétera. Las redes sociales, para más inri, han ampliado el ámbito público hasta sobreponerlo al privado y han contribuido a esta creciente –y alarmante– bipolarización social. A ello contribuyen, además, aquellos influencers que se creen legitimados para obligar a los demás a alinearse. Así las cosas, Rajoy y Puigdemont, unionistas e independentistas, y sobretodo sus predicadores, nos invitan a hacer nuestros sus eslóganes, a corearlos, si no queremos convertirnos, nos advierten, en cómplices de sus enemigos. Es un consejo perverso que nos lleva directos al abismo de la intolerancia hacia el prójimo.

Además, Catalunya y su encaje en España (o no) no son un problema político prioritario de nuestra agenda política, en tanto que valencianos, de la misma forma que la infrafinanciación que hunde en la miseria a nuestro pueblo y lastra su progreso social y económico no forma parte de las suyas. Jamás vi ni a unos ni a otros dedicar un minuto de su tiempo a ponerse de nuestro lado para conseguir un reparto territorial más ajustado y equilibrado entre lo que pagamos al estado y lo que recibimos de él. Para el Gobierno es un problema que prefiere mantener silenciado; para el Govern, algo que podría entorpecer su hoja de ruta. Por tanto, que no vengan a darnos lecciones de justicia, democracia y libertades. Ni a exigirnos un posicionamiento.

Valga todo esto para que, llegados aquí, dejen de leer los que insisten en que la equidistancia es complicidad con una de las partes. Es, en realidad, lejanía. Y hartazgo. En la pugna dialéctica de las últimas semanas, el victimismo de los independentistas es casi tan sonrojante como la apelación permanente del Gobierno a la vía judicial y policial. Los primeros esgrimen a la ligera conceptos peligrosos: “La Historia nos enseña que no se grita por las calles que no hay democracia cuando realmente no hay democracia; si te dejan salir a gritar lo que te da la gana es que las cosas no están tan mal” escribió Eduardo Mendoza el martes. Es comprensible que, a aquellos que están arrinconados sin más armas que el lenguaje, se les haya ido la mano al tratar de contrarrestar la prepotencia militarizada del estado. Pero todo no vale. O se corre el riesgo de convertirse en aquello que se combate.

Por mucho empeño que se ponga parece imposible vivir ajeno a la crisis catalana, como en su día al problema vasco o como a cualquier “clásico” de la Liga. Y Catalunya nos ha obligado, desde hace semanas, a pensar y repensar España. La actualidad vuelve a dejar al descubierto el gran problema de concepción del estado, desde la centralización borbónica –por las armas– de principios del siglo XVIII: España es insostenible, porque no es posible trazar un equilibrio autonómico sin agravios flagrantes. A lo largo de estos tres siglos los gobernantes españoles no han sido capaces de consolidar una armonía territorial. Al contrario: han construido un precario equilibro a base de represión y, en el mejor de los casos, de un pactismo siempre injusto para terceros. Ignoro si con inteligencia política, visión de futuro y generosidad se hubiese podido vertebrar el estado sin las actuales diferencias entre territorios pobres y ricos. Es probable que tengamos lo que merecemos y que, sencillamente, España no dé para más. Sea como sea, en la actual situación parece obvio que, con Navarra y Euskadi independientes desde el punta de vista financiero y Catalunya en vías de serlo –el mejor escenario posible para Rajoy es un concierto económico–, España va a ser más insostenible que nunca.

¿Quién empezó esta querella? Algunos analistas se remontan a la aprobación y posterior poda, por parte del Tribunal Constitucional, del Estatut. Fue el inicio, seguramente, de la escalada que nos lleva al presente. Pero “el caso catalán” es parte de un problema mucho más amplio. ¿Quién empezó de verdad? Sin duda aquellos que diseñaron España para que su sostenibilidad dependiera del expolio permanente de la periferia. Y, más aún, de todos los que alimentaron –¡además!– el desprecio y el odio a esa periferia, en base a sus singularidades culturales o lingüísticas.

Nadie sabe realmente que pasará mañana en Catalunya (y sobretodo en Barcelona). Ni siquiera los aparatos gubernamentales español y catalán tienen la menor idea. Creo que finalmente sucederá lo que decidan, con su talante, el independentismo catalán que va a salir masivamente a las calles y los agentes de los cuerpos de seguridad. Y soy optimista. Creo –y deseo– que se impondrá la sensatez por ambas partes.

Ahora bien, casi todos intuímos qué sucederá el lunes. Catalunya continuará su camino hacia una mayoría independentista que, más pronto o más tarde, conseguirá su objetivo. Y España tratará de impedirlo con beneficios fiscales y económicos que sólo retrasarán el desenlace. Cualquier solución será nefasta para Valencia, ya que España, sin Catalunya –independiente política o solo fiscalmente–, será más insostenible aún. Y sin duda más pobre en muchos aspectos, no sólo económicos. Así que, influencers de ambos bandos: no vuelvan a exigirnos la no equidistancia, sin matices además, en un proceso que, acabe como acabe, va a ser perjudicial para los valencianos.

Noticias relacionadas

next

Conecta con nosotros

Valencia Plaza, desde cualquier medio

Suscríbete al boletín VP

Todos los días a primera hora en tu email


Quiero suscribirme

Acceso accionistas

 


Accionistas