CON EL ALMÍREZ

La barra y el recuerdo

Mi abuela y mi madre iban a un bingo que ya no está pero estaba justo enfrente. Se sentaban junto a Pasieguito, que fue el tipo que fichó a Mijatovic, y la hermana de Lola Flores. 

| 31/03/2017 | 3 min, 13 seg

Aire caliente de culpa y cigarrillos. Cartones a la venta. Ellas pedirían, supongo, un blanco y negro con mantecao. Mi abuelo, mi hermano y yo esperábamos fuera picando algo y viendo las fotos del Valencia colgadas de la pared. Era Maipi. Íbamos bastante. En mi casa se ha comido y se ha jugado mucho.

Yo, sí, frecuentaba las barras. Comer sin pretensiones, un pie sobre el taburete y otro no, pedir mirando a una pizarra y esas cosas. Frecuentaba también la belleza. Y algún festival me pegaba. En algún momento llegaron las mesas puestas, las noches cortas y la carne un poco menos firme. En algún momento mi abuelo ya dejó de acompañarme y se abrió a disparos un caminito al cielo.

No sé en qué momento decidí que las barras eran purpurina en vez de oro.

Pero la edad trae dolor en las rodillas y algunas cosas buenas también. Nos hacemos mayores. Desaparecen las certezas (¡qué suerte quien no las posee!) y también las milongas. Y entonces cuadró la nostalgia su paisaje y regresé, tras años sin hacerlo. Fue tan bien que ya no he dejado de ir. Noches sin reserva, mediodías con amigos. No es el sitio perfecto, lo sé. Pero es que no hay sitios perfectos.

Muchos de mis recuerdos estaban ahí y muchas de mis últimas buenas conversaciones se han dado en esa barra. Era el mejor inicio posible para estas letras. Que yo escribo sobre amor desde 2005, ni gastronomía ni nada. Así que Maipi era el punto de partida perfecto. Voy con mi chica y si mi chica se deja una bolsa colgada en el gancho bajo la barra, se la guardan. Me gusta estar allí y me gusta el ajoarriero. No veo a demasiados modernos cuando voy aunque el 'todo Valencia', bien mirado, no lo forma tanta gente ni tan interesante. Mejor.

Gabi al otro lado del teléfono: "Es que yo con Facebook y Whatsapp no me aclaro. Si necesitas algo me llamas aquí". Y lo que necesitaba, entendí, era volver una noche más a tomar algo. Pedir gambas y un par de crujientes. No decirle nada, no pedirle una entrevista ni hacer preguntas de las que ya conocemos las respuestas. Dicen que no es un tipo simpático. Y yo les digo a esos que dicen: a mí no me conoce de nada y siempre me ha tratado mejor que bien. No sabe que escribo sobre él. No sabe siquiera que escribo. Pero me habla de fútbol y me sirve la sepia perfecta. "La plancha no engaña", me dice mirando de medio lado. Es verdad eso.

Más de 30 años después, Gabi y Pilar (sonrisa olímpica) son como el fandango ese de los tres corazones. Habrán pasado por todo o casi todo pero tienen fuerza en la reserva. Cerca está el Canalla, un Goliath bien iluminado, y también una taquería fetén. Cines que fueron y un metro que se inunda y no funcionará nunca. Pero ahí están. Y ahí están las chuletitas. Ay, las chuletitas. No hay camareros vestidos como almirantes de opereta, no hay gin tonics llenos de cosas que son como una zurda al hígado, glándula rencorosa. 

Una vez en un bar de Laxe vi que en la carta ponía: croquetas congeladas 4 euros; croquetas caseras 8 euros. La vida es así y los restaurantes deberían ser así también. Honestidad. Yo en Maipi no he visto funcionar un microondas calentando croquetas en mi vida.


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