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La fuga en la menor de Yaron Traub

El director israelí deja la Orquesta de Valencia tras doce años de relación con altibajos; su vinculación con Valencia continuará como director invitado y muchos músicos apoyan que se mantenga esta relación, pese a que votaron por su relevo

| 12/02/2017 | 9 min, 24 seg

VALENCIA.- En una una ocasión, un solista de la Orquesta de Valencia se acercó al director Yaron Traub y sonriendo le dijo: «Maestro, usted lo que es, es un gran músico». Lo llamativo no fueron sus palabras. Lo realmente sorprendente es lo que no mencionó. No le alabó como director. No hizo mención alguna a su talento en el atril. Pocas frases pueden resumir mejor la extraña relación de admiración-menosprecio que se ha dado entre los profesores de la formación valenciana y su director titular. Desde el primer día han reconocido su talento como virtuoso, algunos incluso han hablado maravillas de sus habilidades como solista al piano, pero no han creído en él como director. O mejor, sí han creído pero esa fe ha ido perdiéndose hasta no quedar en nada.

No siempre ha sido así. La relación de Traub con Valencia es larga y, como mandan los cánones, llena de altibajos. Ya son doce años desde que llegó a la ciudad, una docena de años que, vistos con perspectiva, son demasiados en el mundo de la música clásica y lo que demuestran es una relación intensa, fructífera y muy larga, demasiado. 

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Por si fuera poco, para incrementar su leyenda, está llena de azares. La llegada del director israelí fue un puro capricho del destino. El Palau de la Música, que gestionaba artísticamente Ramón Almazán y presidía Mayrén Beneyto, se hallaba inmerso en el relevo de su entonces titular, el granadino Miguel Ángel Gómez Martínez. Almazán tenía un favorito, el italiano Carlo Rizzi y, para que se conocieran él y los músicos, organizó un doble concierto en Madrid y Valencia. Los ensayos fueron un desastre. La colaboración fue tan tensa que era evidente que los músicos no querían al italiano y Rizzi, cortés, comprendió que no tenía casi posibilidades.

Fue entonces cuando el noruego Ole Christian Ruud, que iba a ser el siguiente director de la orquesta, enfermó. Traub ya había dirigido a la orquesta dos veces el año anterior y, desesperado, Almazán se acordó de él y le llamó para preguntarle por su disponibilidad. El israelí, entonces un joven de cuarenta años, se ofreció como sustituto pero, eso sí, con muy poco tiempo para ensayar. Pese a los pocos días que dispusieron, el resultado fue magnífico y el concierto que ofrecieron, uno de los mejores de aquella temporada. Al acabar estuvo claro a qué director votarían los profesores como titular. Se hizo una encuesta y los músicos de la formación eligieron al israelí.

Además de su valía personal, Traub unía a su favor su ascendente en el mundo de la música clásica. Hijo del concertino de la Filarmónica de Israel, Chaim Traub, Yaron estuvo varios años en el templo de la ópera de Wagner, el festival de Bayreuth, trabajando como asistente de dos de los más grandes directores wagnerianos, su amigo Daniel Barenboim, de quien se dice discípulo, y el estadounidense James Levine. Traub, además, mantiene una muy buena relación con cantantes como Waltraud Meier o directores como Zubin Mehta. En este último caso su relación tiene como nexo de unión la familia. El director indio es titular en la Filarmónica de Israel, adora a su padre, con quien ha trabajado en muchas ocasiones, y a su madre, de quien dice que es «la mejor cocinera de Israel», un elogio que no pasaría un test de igualdad. Mehta aprovechó su estancia en Valencia para realizar cosas conjuntas con Yaron, al que trata como a un pariente, como a un sobrino carnal.

Las buenas credenciales no bastaron para que todo fuera un camino de rosas. Porque la estancia en Valencia de Traub no ha ido como la seda durante muchos años. Por ejemplo, durante la primera época sus tratos con Almazán fueron muy ásperos, con muchas aristas, algo que él, con su honestidad habitual, no tuvo problemas en reconocer. Aunque Traub ha gozado de muy buena prensa y ha sido casi siempre muy bien valorado, el gerente del Palau criticaba sus decisiones, se oponía a sus propuestas y se enfrentaba a él por cuestiones artísticas. Desde el auditorio del Paseo de la Alameda se intentaba minimizar el enfrentamiento, pero el trato no era precisamente idílico.

Pese a eso, durante estos doce años la Orquesta de Valencia ha mantenido un nivel alto, y ha vuelto a realizar giras internacionales, con actuaciones en ciudades como Praga o Linz, así como una constante presencia en el panorama nacional. También con él la formación valenciana participó en el Festival Internacional de Música Contemporánea Tage der neuer Musik de Zúrich, uno de los más prestigiosos, donde interpretaron obras de Francisco Guerrero, Robert Gerhard y Enrique Hernandis, lo que convirtió a la formación valenciana en una embajadora de la cultura española. Lo malo es que hace siete años que la orquesta no viaja al extranjero.

Ley de vida, las tensiones entre el gerente del Palau y el director titular se fueron puliendo conforme se iban sucediendo los años, y finalmente llegaron a una entente cordial. Almazán le aceptaba y Traub asumía que era a él a la persona que debía convencer de todo lo que quería. El equipo funcionaba y marcaba goles, y eso era lo que importaba.

Obviando el más que previsible cambio político, desde el Palau de la Música no quisieron jugar a las cartas y consideraron que debían renovar su contrato en diciembre de 2014, éste que ahora ha vencido. En él se consignaba que cobraría un sueldo anual de 36.000 euros por titularidad y 13.000 euros por concierto, además de una cantidad fija de 12.400 euros anuales netos para desplazamientos. Las cifras se encontraban dentro de los estándares de mercado, pero eran muchos los que hacían ver que esa apuesta por Traub estaba llegando a su fin.

En estos dos últimos años la formación y el director comenzaron a tener una relación humana más áspera. Los desplantes de algunos profesores en los ensayos empezaron a ser norma y comenzó a vislumbrarse que el tiempo de Traub en Valencia había acabado. Una desafección que se incrementó, curiosamente, con la jubilación de quien había sido su némesis, Ramón Almazán. Paradojas de la vida.

¡Que se vaya!

A la recién llegada al Ayuntamiento Glòria Tello, como presidenta del Palau de la Música al ser concejal de Cultura, comenzaron a llegarle mensajes de algunos profesores que decían que el israelí no podía seguir. Y esos mensajes se confirmaron como ciertos cuando llegó la hora de votar. Los profesores se opusieron mayoritariamente a su continuidad al frente de la formación: 66 músicos votaron, nueve se abstuvieron, 50 votaron en contra y 16 a favor. O lo que es lo mismo, un 75% de los músicos pidió su marcha.

Pese a esa respuesta negativa mayoritaria, desde la dirección del Palau se entendió que Traub debía mantener su relación como director invitado. Y, sorprendentemente, esos mismos músicos que antes criticaban al israelí repitieron los mensajes a Tello pero en esta ocasión para felicitarla por la decisión y congratulándose por el hecho de que siguiera dirigiéndolos, de que no se fuera del todo.

Traub se va pero no, es una fuga menor. Él mismo se refirió al hecho de que se mantenga este vínculo y aseguró, en una de las pocas comparecencias públicas desde entonces, que el proyecto le hacía «ilusión», si bien matizó «si la colaboración funciona». Y es que, pese a su gran afecto a la ciudad y a la orquesta, no quiere seguir a cualquier precio.

Por el momento, no tiene decidido su futuro a corto plazo. Tampoco le hace falta. Su agenda, además de las actuaciones con la Orquesta de Valencia, incluye presencias en Bilbao y Varsovia. No hay nada firme, si bien ha confesado a los más allegados que no se piensa ir de España. «Me unen muchos vínculos con esta tierra», les ha dicho. No es sólo su casa en Altea. También su familia se ha acostumbrado al tranquilo estilo de vida español, que casa con el espíritu budista del maestro.

En su zurrón se lleva consigo la conciencia de que los profesores de la formación aspiran a que llegue un director joven, que lo que realmente solicitan es, más que un mero cambio de nombres, un cambio de rumbo. Y la certeza también de que gracias a él la Orquesta de Valencia ha podido afrontar montañas como Wagner con la prestancia de las mejores formaciones de España. Si ahora pueden arriesgarse con partituras tan infrecuentes en el repertorio como las de Max Bruch, es en gran medida gracias al espíritu inquieto y experimentador de Traub. Con él la orquesta ha adquirido una mayor ductilidad, al ser capaz de enfrentarse a cualquier tipo de repertorio sinfónico, sinfónico-coral, e incluso ópera en versión concierto, en una extraña competición, casi deportiva, con la formación vecina del Palau de les Arts.

Instalado en Altea desde hace casi una década, a la espera de que se dilucide el concurso para encontrar su sustituto, Traub vive ajeno a cualquier lucha de poder y está centrado en los próximos retos del programa de este año. El primero de ellos será con su amigo y maestro Daniel Barenboim que, como siempre, acudirá a su llamada para ser el padrino del Festival Beethoven. La actuación será el 16 de febrero, y en ella la Orquesta interpretará el Concierto número 5 de Beethoven con Barenboim como solista, en lo que supondrá la inauguración del festival dedicado a este compositor.

 Tranquilo con su quehacer, a Traub se le pudo ver por el centro de Valencia con su hija y el novio de ésta, paseando por la plaza del Ayuntamiento. Durante estos días de espera, un conocido que se lo encontró un día por la calle le preguntó: «Pero tú no te vas a ir de España, ¿verdad?». A lo que Traub respondió sonriendo, con su habitual bonhomía: «Por supuesto que no».

* Este artículo se pubicó originalmente en el 28 (II/2017) de la revista Plaza

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