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tribuna libre / OPINIÓN

La industria no es la panacea

26/06/2017 - 

Según la mitología griega, la panacea universal era un mítico medicamento capaz de curar todas las enfermedades y prolongar indefinidamente la vida. Fue buscada intensamente por los alquimistas durante siglos, pero lamentablemente nunca se halló. En la era moderna, los economistas han llevado a cabo una búsqueda similar, tratando de identificar actividades y modelos de especialización productiva que impulsen el crecimiento y permitan construir economías sólidas, prosperas y resilientes. En este caso, la investigación ofreció a priori resultados positivos y se apuntó directamente al sector industrial como actividad nuclear y tractora del resto de la economía.

Llegar a esta conclusión no era difícil en el contexto de la Primera y Segunda Revolución Industrial, dónde las innovaciones técnicas permitieron experimentar rápidos procesos de crecimiento y de generación de empleo. Las grandes fábricas de producción industrial concentraban a centenares y hasta millares de trabajadores, elevando sus niveles de productividad a través de innovaciones tecnológicas y organizativas como la cadena de montaje. Además, la industrialización instauró un modo de vida social (horarios, trabajos fijos y especializados) y financió en buena medida la construcción del estado del bienestar.

Hoy en día, incluso los jóvenes, todavía somos hijos de la industrialización. Nuestras expectativas de una buena vida toman, al menos como referencia de partida, el modelo social y laboral en el que se desarrollaron nuestros padres. Un modelo diseñado desde la fábrica, desde la negociación colectiva, con empleo indefinido, jornada completa y vacaciones pagadas. Es por ello, que a nosotros, igual o más que a nuestros padres, nos cuesta digerir los profundos cambios que la economía ha experimentado durante las últimas décadas.

Los procesos de liberalización y globalización económica iniciados durante la década de los ochenta impactaron severamente sobre el sector industrial. La deslocalización afectó duramente a aquellos territorios, como el País Valenciano, dónde la especialización industrial se concentraba en actividades intensivas en mano de obra y de bajo valor añadido. En este sentido, se aceleró la transición a una economía de servicios, en muchos casos frágil y expuesta a la estacionalidad del ciclo económico.

Frente a esta situación, más incierta aún por el rápido avance del cambio tecnológico y la automatización, los discursos de política económica han incorporado de forma habitual el recurso a la reindustrialización como solución universal para luchar contra la inestabilidad económica y el empleo precario. Esta reivindicación se fundamenta por un lado en la evidencia empírica, esto es en la capacidad tractora y de generación de valor añadido en la industria, y por otro lado en una cierta nostalgia idealista.

¿Se sustenta sobre los datos este discurso? En parte sí y en parte no. La industria continua siendo un sector económico con una alta capacidad de arrastre, clave para la economía, pero como veremos ha visto mermada en buena medida su capacidad para generar empleo estable y de calidad.

En el caso del País Valenciano, contrariamente a lo que se podría pensar, la industria no ha registrado un gran descenso en su contribución al PIB. En el año 2000, la industria suponía el 20,97% del PIB valenciano, en 2016 se estima su contribución en el 18,13% del PIB. Aún así, el ajuste es mucho más notable en términos de empleo, 23,79% en el año 2000 y 14,52% en el año 2015. En este sentido, cabe además destacar las conclusiones del reciente estudio ‘Características del empleo creado en la recuperación 2014-2015’ elaborado por la Fundación de las Cajas de Ahorro (Funcas). Este apuntaba, que durante el periodo 2014-2016 un 76% del trabajo creado en la industria fue temporal, casi doblando el 43% de contrataciones temporales registradas en un sector marcadamente estacional como el de la hostelería.

A la luz de estos datos, se intuye que el sector industrial ya no es lo que era. El impacto de la globalización y del cambio tecnológico está modificando sustancialmente algunas de las bondades que habitualmente se atribuyen a este sector. Frente a este nuevo paradigma económico, que se acelerará aún más con la automatización (se estima que cerca del 40% de los empleos manuales podrían desaparecer), resulta necesario moderar las expectativas vinculadas a las políticas de reindustrialización. Urge además, abordar una reflexión serena y profunda sobre el cambio de modelo productivo. Una reflexión que supere los prejuicios, el cacareo de tópicos, la propia clasificación sectorial estanca y anticuada, y que sirva para diseñar líneas de política económica que favorezcan un modelo de desarrollo económico sostenible, diversificado e inteligente.

Joan Sanchis i Muñoz es economista

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